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José Emilio Pacheco ha muerto

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No. 6.592, Bogotá, Jueves 30 de Enero de 2014 

La tarea del escritor consiste en mostrar como el contexto social influye en la psicología personal. 
Tom Wolfe

José Emilio Pacheco ha muerto

Por: Harold Alvarado T. / Parte I

Uno de los más versátiles escritores de los últimos tiempos, José Emilio Pacheco (México, 1939-2014) trabajó con varia y singular fortuna diversos géneros literarios donde combina la protesta social y un lejano cosmopolitismo, suma, quizás, de su fascinación por las culturas de la antigüedad clásica, los símbolos y rituales que han sobrevivido a la historia y la paradójica continuidad del pasado en el presente, que aprendió, sin duda, en Octavio Paz.

Nacido en la capital azteca, hizo estudios de leyes y filosofía en la Universidad NacionalAutónoma. Mientras estudiaba escribió teatro y editó varios periódicos, actividad que continuaría con Diálogos, revista del Colegio de México y los suplementos culturales de Novedades y Excelsior o La cultura en México del semanario Siempre. Colaboró en la redacción de varias antologías, entre ellas, La poesía mexicana del siglo XIX (1965) yAntología del modernismo, 1824-1921 (1970). Escribió guiones para cine colaborando con Arturo Ripstein en El castillo de la pureza(1972); El santo oficio y Fox Trot (1975). Tradujo numerosos poetas, desde los griegos de la Antología hasta Rexroth, Auden, Seferis y Kavafis, reunidas en el volumen antológico Tarde o temprano (2009). Algunos de sus últimos libros de poemas son La edad de las tinieblas (2009) y Como la lluvia (2009). Pacheco consideró la poesía «no como creación eterna sino como trabajo humano, producto histórico y perecedero, susceptible de mejorarse». Cree, además, que «nadie trabaja aislado». El autor está en débito, como se sabe, con quienes le precedieron y con aquellos con quienes comerció y ofreció préstamos. “Reescribir -dijo- es negarse a capitular ante la avasalladora imperfección”. Profundo conocedor de la obra de Jorge Luis Borges, en 1999 ofreció una serie de extensas conferencias sobre la obra del genio. Entre otros galardones que mereció figuran el Premio Cervantes (2009); el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2009); el José Donoso (2001); el Octavio Paz (2003); el Pablo Neruda (2004); el Ramón López Velarde (2003); el Premio Internacional Alfonso Reyes (2004); el José Asunción Silva (1996); el Xavier Villaurrutia (1973); el García Lorca (2005) y el Premio Alfonso Reyes otorgado por El Colegio de México (2011).

Lo primero que publicó fueron narraciones, confeccionadas luego de lecturas arquetípicas y personalísimas de Quiroga o Borges. En las de El viento distante (1963), la engañosa simplicidad de su lenguaje permite una percepción más concreta del mundo imaginario que Pacheco opone a la absurda realidad. Uno de esos cuentos, Parque de diversiones, habla de dos estudiantes cuyo comportamiento desagrada a la maestra de biología que termina alimentando las plantas carnívoras del jardín botánico con ellos, y el beneplácito de sus compañeros de estudio. La historia comienza con una cita donde se compara la vida y la muerte con un laberinto y concluye con el proyecto de un arquitecto que construyera un parque dentro de un parque y así hasta el infinito. Las últimas frases del cuento son idénticas a las del comienzo, recordando que hemos estado en un laberinto de palabras. Otro de ellos, Tarde de Agosto, es un típico relato de iniciación. Un muchacho de catorce años, coleccionista de novelas de guerra, está enamorado de una prima. Su vida cotidiana es monótona: va a la escuela, almuerza en casa de un tío, regresa al hogar para cenar y se encierra a leer las aventuras bélicas. Su prima es el único ser que le hace ser: le deja escuchar sus discos, le lleva al cine. Pero una tarde de Agosto del vigésimo cumpleaños de ella conoce los límites del odio y el amor. El novio la invita a pasear y él debe presenciar, luego de la fiesta de aniversario, desde el asiento trasero del coche los besos y caricias de los novios. Luego de detenerse para dar un paseo por un bosque Julia ve una ardilla y quiere llevarla a casa. Pedro, el novio, dice que será imposible atraparla y que los guardabosques castigarán a quien lo haga. Entonces el muchacho decide capturar el animalito, sube a un árbol y en el instante mismo que ve llegar su triunfo aparece el guardián «prolongando así su humillación». Al regresar quema la colección de novelas. El pasado ha sido abolido. En su novela Morirás lejos (1967), una sorprendente visión de pasado y futuro se hace compleja gracias a las especulaciones sobre los sentidos de la realidad y las «cajas chinas» que utiliza como motivos. El engañoso argumento lineal: un hombre mira desde la ventana de su casa y ve a otro sentado en un parque, mientras el narrador ofrece varios desarrollos y soluciones posibles, es transformado en una serie de episodios históricos que tratan de la persecución del pueblo judío en un contrapunteo con escenas de nuestro tiempo que tienen un misterioso paralelo con la Alemania de Hitler. Obra abierta donde el lector debe sacar sus propias conclusiones, que pueden ir, desde la identificación, con el sentido común, de ciertos criminales de guerra en un mundo real, hasta interpretaciones que declaran ilusorios y fantásticos los sucesos del afuera. La novela marcó una nueva etapa del creciente afán de cosmopolitismo de los narradores latinoamericanos. Nunca antes un tema de la Roma Imperial y el moderno holocausto habían sido tratados como asuntos de novela. La acción, que sucede en la mente de personajes que viven en Ciudad de México, intriga porque convierte la capital del antiguo imperio azteca en escenario de acontecimientos del Viejo Mundo. Pacheco, al final del libro, revela su intención: es «un modesto intento para colaborar en la confianza de que un gran crimen nunca volverá a repetirse». Las batallas en el desierto (1981), situada en los años cuarenta, es una memoria de sus años juveniles sobre los valores culturales vigentes entonces, tipificados en los héroes y bienes de la sociedad de consumo, y retoma los asuntos de los seis cuentos que componen El principio del placer (1972), cuya virtud más notoria es el juego de variaciones de la voz del narrador.


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