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El bondadoso

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Cuento de Gustavo Quesada V./ Tomado de “Con-fabulación”/ Bogotá.
Nunca fue suficiente la ponderación del Bondadoso. Cuando le veíamos salir, pulcro, bien afeitado y peinado, sonriente e inmerso en un aura de paz, no dejaba de conmovernos. El pecho subía y bajaba con satisfacción. Mirábamos a nuestros hijos para asegurarnos de que lo estaban viendo y con delicadeza abrazábamos a nuestras mujeres como diciendo: confiad, que nosotros también lo lograremos. Él pasaba por nuestro lado, saludaba con una leve inclinación de cabeza, acariciaba con ternura la cabeza de alguno de los chicos y seguía sonriente rumbo a sus deberes cotidianos. Todo el pueblo hablaba de sus virtudes. Sus colegas le contaban sus cuitas y él los escuchaba y los orientaba con sensatez y mesura. Los matrimonios desavenidos acudían a su consejo y para cada uno tenía palabras de reconciliación y de esperanza. Era padrino de bautizos y matrimonios, concurría a los eventos cívicos y religiosos, daba su óbolo de caridad y votaba en todas las elecciones siempre por el candidato más moderado y ecuánime. Jamás se le conocieron codicia, lujuria, pereza o envidia. Su casa, pequeña pero cómoda, mantenía las paredes blancas y los jardines arreglados. ¿Qué más se podía pedir?  Su esposa, menudita y dulce, transpiraba felicidad y sus hijos corrían por la vida con seguridad y confianza: todo auguraba para ellos el destino de continuada bondad tejido por su padre.

Un día, sin embargo, el Bondadoso fue hallado con el cráneo destrozado. Las averiguaciones dieron como resultado que todas las mañanas antes de salir de su casa apaleaba a un pariente pobre y retrasado mental, encomendado a él por sus virtudes. Luego de este ejercicio cotidiano que realizaba como un deber ineludible, su rostro se dulcificaba e iniciaba su jornada plena de bondad, hasta ese día cuando el enfermo no pudo resistir más y le devolvió los golpes hasta matarlo. Tuvimos que hacer grandes esfuerzos de imaginación para aceptarlo, y todavía ante la evidencia de su esposa, que siempre consideró esta conducta normal, nos negábamos a creerlo. En fin, esta es la historia que quería narrarles: hasta la bondad requiere higiene.


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