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Viaje al corazón de Susan Sontag

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Tomado de La Tercera/ Chile. A 10 años de su muerte, se publica la segunda entrega de los diarios de la escritora norteamericana. Son sus cuadernos de madurez (1964-1980) y componen un mosaico de su vida íntima, sus sueños y sus ideas más combativas.
Esa niña huérfana de amor, que desde pequeña hizo las veces de madre de su mamá y de su hermana, un día descubrió lo que quería ser y cómo conseguirlo: “Aspirar a ser muy buena (si soy extremadamente buena, me amarán)”. Así, la niña desamparada se convirtió en Susan Sontag (Nueva York, 1933-2004), una de las intelectuales más destacadas de la segunda mitad del siglo XX: brillante, combativa, militante de la igualdad entre hombres y mujeres, simpatizante del comunismo, crítica con la política y la sociedad de su país, gran ensayista del arte, enseñante de cómo entender los derroteros culturales del momento, escritora respetada...
Oropeles que sólo eran el medio para otro fin. Pero oropeles que la convirtieron en una persona muy admirada por unos, sí, pero también desdeñada por otros. ¿Y alcanzó el fin?
Es uno de los secretos desvelados en La conciencia uncida a la carne. Diarios de madurez, 1964-1980 (Random House), editado por su hijo, David Rieff. Se trata del segundo de los tres tomos que conformarán, según escribe Rieff en el prólogo, “no sólo la autobiografía que Susan Sontag nunca alcanzó a escribir, sino la gran novela autobiográfica que nunca le interesó escribir”. Un retrato de una persona deseosa de aprender y comprender en una época de grandes cambios, como fueron los años 60 y 70, mientras se busca a sí misma.
Si el primer volumen, Renacida. Diarios tempranos, 1947-1963, apareció en 2010 rodeado de cierta polémica acerca de si era lícito o no publicar los diarios de una persona sin su autorización expresa -y eran jirones de su infancia y de su vida hasta que cumple 30 años y ya asoma lo que habrá de ser el personaje-, esta nueva entrega es un mosaico íntimo, personal, social, intelectual, sentimental, político y literario de lo que será Susan Sontag para la Historia. Son los años del florecimiento y esplendor de una persona que se casó a los 17 años con su profesor, el sociólogo Philip Rieff, con quien tuvo su único hijo; que publicó su primera novela en 1963, y que amó a las mujeres, en medio de la sensación de orfandad de cariño.
Porque esa mujer conocida por casi todos tenía un secreto, vivo como una gota malaya, y cuyo sonido siempre la acompañó. Pero es precisamente ese deseo de suplir ese eco de abandono y falta de cariño el que impulsa y delinea su destino. Su vida se convierte en una huida que es una búsqueda, la de encontrar amor, afecto... y es en aquellos años infantiles de desconsuelo, ejerciendo de madre de su madre, cuando descubre que la clave está en su capacidad de adquirir cultura y conocimiento. Sabe que podría haber canalizado ese impulso en ser delincuente, por ejemplo, pero, en cambio, desvela: “Me dije, voy a ser extremadamente buena -y mereceré (atraeré) el amor- y procuraré la responsabilidad, la autoridad, el dominio, la fama, el poder”. Una realidad, pero una realidad a medias, porque como escribe su hijo, el corazón de Susan Sontag “se rompió a menudo, y buena parte de este tomo es la elaboración de la pérdida amorosa. En cierto sentido, ello implica que se tenga una impresión falsa de su vida, pues propendía a escribir más en sus diarios cuando era infeliz, mucho más cuando lo era amargamente, y menos cuando se encontraba bien”.

¿Y sus ideas, como, por ejemplo, el apoyo al comunismo? “Nunca se retractó de su oposición a la guerra. Pero sí llegó a arrepentirse y, a diferencia de muchos de sus pares, a retractarse públicamente de su fe en las posibilidades de emancipación del comunismo, no sólo en sus encarnaciones soviética, china o cubana, sino en cuanto sistema”.
Pero es el amor el ánima de su vida. Y ya con 33 años, Susan Sontag descubrió que esa estrategia de dar conocimiento a cambio de éste era una trampa, otro desamparo sin fin: “Mi hábito de intercambiar información a cambio de calor humano. Como poner un chelín en un contacto; dura cinco minutos, después hay que poner otro chelín”.


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