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¿Y dónde está el director?

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Por: Juan Carlos Garay/ cartagenamusicfestival.com
En su habitual recuento de la apertura de temporada musical del Carnegie Hall, el diario The New York Times titulaba hace un par de meses “La democracia es instrument al”.

El periodista llegaba a esa conclusión luego de apreciar un concierto completo en el que la Orquesta Orpheus interpretó obras de Brahms, Beethoven y una curiosa colección de variaciones para piano y orquesta escritas por el músico de jazz Brad Mehldau. Lo que lo llevó a titular así, sin embargo, no fue la variedad del repertorio sino el haber notado (todavía con sorpresa, a pesar de que Orpheus fue fundada en los años 70) que la orquesta carece de director.

O, para ser más exactos, cualquiera puede ser el jefe. Yo recuerdo haberlos visto en Washington a finales de los 90 interpretando unas sinfonías de Mozart. Y, a sabiendas de que no aparecería jamás el maestro que se para al frente con la batuta en la mano, traté de descifrar cómo diablos hacen para mantenerse ensamblados. Lo que noté, o al menos así me pareció, fue un juego constante de miradas que iban y venían de las distintas secciones: de los violines a los chelos, de los vientos a los contrabajos, siempre atentos a un gesto mínimo, que por lo general consistía en agachar un poco la cabeza para señalar el momento exacto de cada entrada.

Es, en otras proporciones, lo mismo que sucede cuando toca en vivo un grupo de cámara. En un cuarteto de cuerdas, por ejemplo, no hay un líder evidente, pero casi siempre es el primer violín el que marca las entradas. De hecho, sabemos que las primeras orquestas, las que se conformaron durante el barroco, tampoco tenían un director por fuera del ensamble. Más bien era uno de sus integrantes, por lo general el clavecinista, el que determinaba los puntos de inflexión de la música.

Con el paso de los años, el concepto de orquesta fue creciendo en número de integrantes y la figura del director se hizo necesaria. Para 1687, en Francia existía un personaje que se paraba frente a la orquesta, si bien sus métodos eran muy distintos a los de ahora. Lo sabemos porque es uno de los retratos del compositor Jean-Baptiste Lully: en lugar de batuta, Lully tenía una pesada barra de hierro con la que golpeaba el suelo, marcando el compás.

¿Tiene sentido, entonces, volver a un esquema instrumental de hace más de tres siglos? En Orpheus todas las decisiones se toman luego de extensas discusiones y votaciones, así que si llegan a la conclusión de que se requiere un director, procederán a contratarlo. No parece ser, sin embargo, un panorama real. El esquema de trabajo de Orpheus, en cambio, ha trascendido lo musical para convertirse en objeto de análisis empresarial. Existe un libro de Harvey Shifter llamado Leadership Ensamble, que estudia el caso de esta orquesta para proponerunmodelo de management basado en el liderazgo compartido y rotativo.

Pero, más allá de lo corporativo, que no deja de ser interesante, está un principio musical que nos pone a reflexionar. En el prólogo de aquel libro, Shifter escribe: “La gran música no brota de la batuta de un director. Fluye de los corazones, las mentes y el al - ma musical de los intérpretes que brindan al auditorio la visión de un compositor”. * Escritor y periodista musical.


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