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“Ladrón de bicicleta”

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Por: Jacobo Penzo/ Tomado de Cerlag/ Caracas. Este film de Vittorio De Sica, expresión esencial del neorrealismo, establece unas premisas que fueron la base de buena parte del cine latinoamericano durante varias décadas de la segunda mitad del siglo pasado. En tal sentido es bueno señalar la enorme influencia, entre nosotros, de  unos filmes realizados con los medios más modestos pero con la enorme fuerza de pequeños dramas, que eran a la vez  síntomas de una grave circunstancia colectiva. Cine sin actores profesionales, filmado en escenarios naturales, y con temas sociales y personajes populares fueron las reglas que siguió buena parte de nuestro cine durante mucho tiempo. Un cine basado en recursos mínimos y con gran contenido político, el cine latinoamericano encontró en el neorrealismo  una manera de hacer basada en escasos medios que planteaba grandes retos a la creatividad y el ingenio de nuestros cineastas.
“Ladrón de bicicletas” (Vittorio De Sica, Italia, 1948),  además del escenario, los intérpretes, la fotografía y el guión, todos perfectamente ajustados al tema, contiene un hallazgo que hoy se repite como recurso dramático en muchos filmes,  el peso de la presencia y la mirada del niño. La mirada de Bruno, el hijo del protagonista,  establece un marco dramático que califica y juzga cada una de las situaciones del relato. La carga emotiva que otorga su presencia, su vulnerabilidad y candidez  y finalmente su intervención decisiva cuando el padre, víctima del robo, es a su vez acusado de ladrón acentúa su peso en la historia y lo hace un personaje inolvidable.

Los ecos del neorrealismo se sienten en el mejor cine cubano de los sesenta. Son notables en Lucía (Humberto Solás, Cuba, 1968)  y La primera carga al machete (Manuel Octavio Gómez, Cuba, 1969) en la que se mezcla con golpes de la Nueva Ola francesa. Igualmente están presentes en casi toda la obra del realizador boliviano Jorge Sanjinés y del argentino Fernando Birri. Se percibe su influencia en Araya, la gran película de Margot Benacerraf (Venezuela, 1959) y en La ciudad que nos ve, el corto de Jesús Enrique Guédez (Venezuela, 1967) con el que, en alguna medida, se inicia la gran etapa del cine de temática social en Venezuela. El Cinema Novo le dio una nueva expresión al neorrealismo cuya huella es visible incluso en la primera parte de la audaz y renovadora Dios y El Diablo en la tierra del sol (Glauber Rocha, Brasil, 1964)  y en obras esenciales de la época como Vidas Secas (Nelson Pereira Dos Santos, Brasil, 1963), así como también en películas posteriores de las cuales Reed, México insurgente (Paul Leduc, México, 1970) son una muestra significativa. También su influencia irradia sobre la obra de un notable y singular realizador como Leonardo Favio.

Sin una pizca de populismo, De Sica logra en  “Ladrón de bicicletas” uno de los retratos más conmovedores de la Europade post guerra. Su indudable maestría legó al cine mundial una obra excepcional y al cine latinoamericano una lección inagotable de lo que era posible hacer con pocos recursos y mucho rigor. 


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