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Beethoven y Karl Marx

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No. 6.546, Bogotá, Jueves 5 de Diciembre del 2013 

Oír o leer sin reflexionar es una ocupación inútil. 

Confucio

Beethoven y Karl Marx

Por: Germán Borda/ Especial para Libros y Letras.

Los muchos años que pasé en Viena, tenían como el mayor panorama un papel pautado, otras, el teclado. Descubrí al regresar,  años después, y de manos de un guía excepcional, un cicerone sabio, Peter Mayer, compañero de estudios, una urbe apasionante. Ciudad que ignoré dedicado a la busca de la composición. Me mostró a diario iglesias, monumentos, plazas, recovecos maravillosos y los nombres de las calles, un mapa del saber, la ciencia, la música, el arte. Pues  estaban dedicadas a los grandes del espíritu, así como las placas conmemorativas. Aquí vivió Schumann, o Chopin, Liszt o Brahms y tantos y tantos más. También Kafka, Rilke, Freud, e innumerables genios.

—Mañana vamos a Heiligenstadt, que como bien sabes allí escribió Beethoven su famoso testamento —y tomamos el metro, medio perfecto, al bajar comentó —el resto del trayecto es en autobús —de repente su mirada quedó enclavada en una gigantesca construcción –observa es el Karl Marx Hof, uno de los edificios más gigantescos que existan dedicados al pueblo.

Cientos de arquitectos han estudiado sus entrañas.

En efecto ocupa varias manzanas y alberga un enorme bloque de viviendas, 1382, construidas Por Ehn, discípulo del famoso Otto Wagner. En esa época comunista (1919-1934) se añadieron 63.000 en el resto de Viena. La vocación socialista, verificamos, es vieja en la urbe, que supo con sabiduría destilarla  y enrumbarla a la social democracia. Políticas que nos financió los estudios y nos dio un derrotero claro de cómo deberían ser las cosas y que seguimos.

La casa de Beethoven en Heiligenstadt es una residencia rústica, de dos plantas y altillo. Una chimenea que va reduciendo sus conos hasta desaparecer en el aire. El pueblo tiene ese encanto de leyendas y sagas de encantamiento, parece inspirar y ser a su vez sacado de un pesebre. El compositor tuvo pensamientos muy complejos en esos alrededores y en sus largas caminatas.

Su oído lo abandonaba y lo lanzaba a su mundo interior pleno de música irrealizada en el papel. Hay un momento decisivo en la etapa de la creación sonora, una vez que el compositor  el compositor ha plasmado sus ideas y viene la comprobación, los intérpretes la llevan a la vida. En ese instante el creador sabe si lo que soñó, imaginó, percibió, escribió, concuerda con la realidad. Es el encuentro con el pasado, el momento de la concepción,  segundos cruciales, un poco lo del torero con el estoque final.

Beethoven podía, siendo sordo, realizar todas las etapas, menos la de la comprobación, quizás la más definitiva, si es cierto lo que hago o es muy distante de la idea original. Eso lo lleva a una desesperación total, tiene que convencerse y convencer que es posible trabajar solo con el oído interno. Ha sido asesinado por el destino, decide consolidar su deceso. Escuchemos sus palabras:

qué humillación si alguien cerca de mí oía el sonido de una flauta, y yo no oía nada, o alguien escuchaba el canto de un pastor, y yo, de nuevo, no oía nada! Sucesos como estos me condujeron casi a la desesperación, y muy poco me faltó para quitarme la vida, y sólo el arte me detuvo, sólo el arte”

¿Un suicidio? Que hubiera llevado consigo los cuartetos, la tercera y séptima sinfonías, las últimas sonatas. La misa y la novena.

“Con alegría salgo al encuentro de la muerte”

Repite el genio desesperado. Desolado.

Ojalá que sea duradera esta mi decisión de perseverar, hasta que les plazca a las inexorables  y parcas cortar el hilo de mi vida. Quizás mejore, quizás no. Estoy decidido y me veo obligado a hacerme filósofo a mis veintiocho años. No es fácil, y para el artista más difícil que para cualquier otro”

Y decide vivir en el interior de su ser acompañado por la música. Aislado en su sordera, muro infranqueable.

 Se han salvado, él a su obra y la creación al compositor.

*

Estas líneas, manuscritas por un escritor, me trajeron a la memoria y ahora al presente los momentos de agonía de Beethoven:

“Cuantos seres han escrito poemas que jamás podrán leer, o cuadros que nunca verán, o sinfonías que le permanecerán en el silencio. Novelas maravillosas, ocultas y vedadas para su lectura. Creadores con la extraña maldición y karma; el enorme don de la creación y la imposibilidad  de percibir sus logros. Ellos, a diferencia de Beethoven, nunca escribieron, y en ningún tiempo podrán redactar un testamento como el concebido en Heiligenstadt”


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