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Literatura y humanismo. Discurso de Enrique Santos Molando

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No. 6.534, Bogotá, Sábado 23 de Noviembre del 2013 

Algunos escritores aumentan el número de lectores; otros sólo aumentan el número de libros. 
Jacinto Benavente

Literatura y humanismo. Discurso de Enrique Santos Molando

El siguiente es el discurso de recepción del doctorado Honoris Causa conferido por la Universidad del Valle al escritor colombiano Enrique Santos Molano. Hoy publicamos la primera parte:


Literatura y humanismo.

 “Homo sum: humani nihil a me alienum puto. Soy hombre. Nada de lo humano me es ajeno”.

       El autor de ese pensamiento trascendental, con el que se da inicio a la era del humanismo, vivió en el siglo II antes de Cristo y era un esclavo romano. Publio Terencio Afer nació en Cartago como esclavo, que provenía posiblemente, de una familia bereber, comprado de meses de nacido por el senador romano Terencio Lucano. El senador lo llevó consigo a Roma y lo puso a su servicio. La extraordinaria inteligencia, las capacidades intelectuales y el talento creador del esclavo cartaginés, conmovieron al senador Terencio Lucano, que resolvió darle la libertad cuando el muchacho no había cumplido los quince años. Ya libre, adoptó el nombre de su antiguo amo y se llamó Publius Terentius Afer, siendo el último nombre el gentilicio de su origen, Africano. Publio Terencio Africano, conocido en la historia de la literatura y del humanismo como Terencio.

       Se ignora la fecha precisa de su nacimiento. Según Suetonio, en su De Viris Illustribus, Terencio habría muerto en el 159 a.C. a los treinta y cinco años, así que debió nacer aproximadamente en el 194 a. C.

       Terencio escribió a lo largo de veinte años seis comedias, en las que  humor y mordacidad configuran una sátira contra los que menosprecian la autonomía intelectual del ser humano y contra los humanos que se comportan como si no lo fueran. En la comedia denominada Heautontimorumenos (“el que se atormenta a sí mismo”) Terencio escribe el famoso pensamiento con el que dimos comienzo a esta charla.

       Las obras de Terencio gozaron de prestigio en la república romana. Relegadas durante el Imperio, resurgieron con fuerza en la Edad Media. Se sabe de más de seiscientas copias manuscritas que circularon con las seis comedias. El pensamiento de Terencio ejerció un influjo formidable en la concepción del Renacimiento. La primera publicación impresa de las obras de Terencio se hizo en Estrasburgo en 1470. Tiene, por consiguiente, carácter de incunable. La primera representación escénica comprobada  se ubica en 1476. La primera traducción al español, efectuada por Pedro Simón Abril (que incluye la correspondiente versión en Latín) es de 1577. Un ejemplar de ella se conserva en la Biblioteca Nacional de Colombia. En el tomo primero de El Capital, Karl Marx menciona la citada frase y cataloga a Terencio como el fundador del humanismo, no sólo por el poder que encierra dicho pensamiento, sino porque el humor satírico de Terencio, en cada una de sus seis comedias, es un profundo, conmovedor, desgarrador y piadoso alegato de amor y de solidaridad por el ser humano.

       La literatura, por supuesto, había nacido varios siglos antes de Terencio. Nace, tal como hoy la conocemos, en el Siglo VIII a. C, con Homero.  La Iliada y la Odisea son dos monumentos literarios que han incrementado su prestigio a lo largo de veintiocho siglos. Aunque en ambas tienen relevancia sentimientos humanos como la compasión, el amor y la amistad, los humanos homéricos son criaturas sujetas al capricho de los dioses, a la vigilancia porfiada y a la tiranía que se ejerce por los caprichos de los poderes divinos del Olimpo. Es interesante observar el contraste que establece Homero entre los sentimientos de los hombres y el comportamiento de los dioses. La corrupción, la maldad, la venganza, la ambición, el egoísmo y la ruindad, son los atributos que Homero les asigna a los dioses, mientras que exime a los hombres de esas debilidades propias de los poderosos. Las bajas pasiones en que puedan incurrir los humanos, no son de su albedrío, pues al cometerlas sólo acatan el mandato de los dioses, a los que no están en capacidad de desobedecer. Esa tendencia Homérica de relación entre los humanos y los dioses se mantiene en toda la literatura de la antigüedad clásica, con la notable discrepancia de Eurípides, que desprecia a los dioses y les discute su autoridad para manejar los destinos del ser humano; pero la plenitud del humanismo, el momento histórico esplendoroso en que “lo humano deja de ser ajeno para el hombre”, se da con la obra de Terencio. En adelante la literatura endereza su camino y la palabra se convierte en el instrumento para expresar los intereses materiales y espirituales del ser humano.

       ¿Cómo pudo un esclavo romano en el Siglo II antes de nuestra Era devenir en el fundador del humanismo, o escribir, en sus condiciones, seis comedias filosóficas que lo insertan en el círculo universal de los grandes pensadores? ¿Por qué otros esclavos no lo hicieron? No creo que tengamos todavía a nuestro alcance una respuesta verosímil para esos interrogantes, y al formularlos, mi propósito es resaltar cómo la capacidad del pensamiento de un hombre, el poder de su mente, la voluntad en sus propósitos, consiguen lo que no habría alcanzado jamás por otros métodos que prescindan del empleo de la inteligencia. Supongo que son muchos los factores y las circunstancias que inciden en el por qué unos sí pueden y otros no. Para mi, y con seguridad para todos, es un enigma al cual presumo que no le encontraremos solución en los libros de autoayuda.


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