Quantcast
Channel: Libros y Letras
Viewing all articles
Browse latest Browse all 14730

Invisibilidad Del Gran Escritor

$
0
0

No. 6.462, Bogotá, Jueves 12 de Septiembre del 2013 

Quien poco piensa, se equivoca mucho. 
Leonardo Da Vinci

Invisibilidad Del Gran Escritor

Más no se puede esperar*

Por: Carlos Rehermann.

Las clases cultivadas llegaron a otorgar a la ficción literaria un valor tan enorme que por lo menos desde el último tercio del siglo XIX los escritores, especialmente los novelistas, fueron protagonistas principales del mundo intelectual. El escritor intelectual es un personaje llevado a su perfección en Francia a partir del siglo XX, con la comandancia de André Gide. La culminación es la figura de Sartre, que elaboró explícitamente una teoría del intelectual que estuvo en uso hasta no hace mucho y que las empresas trasnacionales del entretenimiento usan ocasionalmente todavía como factor motivacional para la venta.

El proceso de instauración, ascenso y caída del valor de la ficción duró unas doce o quince generaciones: desde los lectores de Swift y Defoe de mediados del siglo XVIII, hasta los de Joyce y Onetti, en torno a la segunda guerra mundial. La forma de ficción a la que me refiero, si bien ha tenido manifestaciones en muchas épocas, llegó a su culminación con la novela moderna. Su validez exige un lector muy consciente del mecanismo de la invención, capaz de establecer un juicio sobre la obra. La novela moderna tuvo maestros escritores porque tuvo maestros lectores. 

La historia de la ficción en prosa es tan breve que la teoría nunca pudo decidir con certeza de qué se trata. Es cierto que, puesto uno a pensar un poco secamente acerca del sentido de la novela como género, se encuentra con que el esfuerzo de construcción que supone llevar a cabo edificios como Moby Dick, La montaña Mágica o La guerra y la paz parece ser desproporcionado con respecto al resultado: ¿no habría sido mejor que sus autores dedicaran sus esfuerzos a contar verdades, antes que a inventar acciones que jamás ocurrieron, llevadas a cabo por personas inexistentes? Pero los lectores (al menos aquellos maestros lectores) encontraban un valor altísimo e intransferible en esas obras.

Colocar la novela al amparo de la categoría “arte” resuelve el problema, aunque sea transitoriamente, ya que para el arte existe una clase de verdad que se juzga con criterios que no toman en cuenta si ocurrieron o no ciertos hechos, o incluso si el mundo de la obra (el referente ficticio) sigue una reglas completamente absurdas y fantásticas. La tranquilidad, sin embargo, es, en estos tiempos, fugaz, porque el concepto mismo de arte ha cambiado en tal medida, justamente a partir de las fechas en las que desfallecía la novela, hace cincuenta o sesenta años, que ya no sirve para dar cobijo a nada.

Quienes se criaron mirando a sus padres leer a los últimos maestros, o recibieron de algún profesor noticias de la existencia del Manuscrito encontrado en Zaragoza, La vida modo de empleo o El hombre sin cualidades, o tal vez, sin ningún estímulo de su entorno, sino solo porque el azar los proveyó de unos cerebros extraños e inútiles, más aptos para disfrutar mentiras como si fueran verdades que para realizar actos de provecho práctico, lamentan hoy la escasez de buenas novelas.

Pero si uno ha tenido la suerte de toparse con algunos libros recientes, se da cuenta de que en realidad hay escritores que han dado obras notables después de la mitad del siglo XX, incluso mejores que buena parte de lo que se consideraba excelente hace ochenta o cien años. El problema es que la superproducción impide discernir calidades, porque no hay oportunidad de leer todo lo que se produce, y la crítica, que nació, revolucionaria, para hacer espacio a una burguesía necesitada de acomodarse en los puestos de mando, ahora está en retirada porque el capitalismo ya no le encuentra sentido a unos pedantes que hablan de ficciones cuando lo que hay que hacer es vender nuevos modelos de algo esencial como un teléfono celular con perfumador de ambiente y marcha atrás.

De modo que debe de haber por allí escritores buenos, incluso geniales, que están produciendo, quizá vendiendo bastante bien, obras de gran calidad, pero cuyo impacto en el medio es nulo. Si en Uruguay yo puedo identificar, y de hecho tratar personalmente, algunos  escritores —cuatro, cinco, seis— capaces de componer obras admirables, esa cifra debería multiplicarse, para cumplir con la proporcionalidad demográfica del planeta, por dos mil. Según esos cálculos, hay en el mundo, en este momento, por lo menos ocho mil escritores excelentes, originales, comparables a Melville, Mann, Tolstoi, Potocki, Perec o Musil.

*Édgar Bastidas Urresty.


Viewing all articles
Browse latest Browse all 14730

Latest Images





Latest Images