No. 6.453, Bogotá, Miércoles 14 de Agosto del 2013
Los escritores viven de la infelicidad del mundo. En un mundo feliz, no sería escritor.
José Saramago
La casa inundada de Felisberto Hernández
Por: Jorge Consuegra/Publicado en Papel Salmón (La Patria)
Leer a Felisberto Hernández es más que un verdadero goce o gozo, no sólo por su extraordinaria creatividad, sino y especialmente por el finísimo humor que tiene, a veces tapizado con ciertos devaneos de sarcasmo pero que el lector a veces ni se da cuenta.
Lo que uno lo logra entender es cómo un personaje como el uruguayo, con una infancia caótica, al igual que su juventud y su madurez con sus matrimonios fallidos -¡cuatro!- no se cuelan algunas aristas de pesimismo o de dolor o de angustia. No. Al contrario, pareciera que todo lo que lo acompañó en su vida le resbalara o mejor aún, supo desligar su vida con la vida de sus relatos.
Los 18 relatos que conforman la La casa inundada (Atalanta) son todos a cual más, extraordinarios, pero si me ponen a elegir dos o tres de ellos, me quedaría con "La mujer parecida a mí", "Explicación falsa de mis cuentos" y "MI primer concierto"; los leo y los releo y cada vez les encuentro más virtudes y enormes cualidades literarias; sus personajes son sólidos y la trama está muy bien construida, a veces con un dejo de nostalgia, especialmente con el último que he mencionado, porque allí aparece el escritor recordando esos años cuando le tocaba ir a las salas de cine a tocar el piano para animar las escenas del cine mudo.
Pero hablando de piano, recuerdo el primer relato "El caballo perdido" cuando el personaje -por obvias razones él mismo-, va a donde la maestra de música a recibir las clases de piano; era Celina, una mujer extraña, rígida, disciplinada, de enormes faldas y cabello recogido en la nuca. A un lado del salón estaba el instrumento y casi en un rincón estaba la eterna tía, de mirada adusta, seria, envuelta en todo tipo de vestidos y esperando silenciosa el desarrollo de la clase. Pero antes de llegar Celina, el niño principiante de músicos, revisa toda la sala y le llama la atención un busto en yeso de una mujer, lo toca, lo acaricia con un dejo -casi- inocente de erotismo. Sencillamente genial.
Todos los relatos son muy bien concebidos y si alguien que no supiera de su trayectoria, los lee hoy, casi podría asegurar que es de los "escritores nuevos" pues su atemporalidad es quizás la mayor cualidad de Felisberto Hernández.