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Un café en Buenos Aires

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No. 6.467, Bogotá, Jueves 8 de Agosto del 2013 

Soy un escritor que quisiera contribuir al rescate de la memoria secuestrada de toda América, pero sobre todo de América Latina, tierra despreciada y entrañable. 

Eduardo Galeano.

Un café en Buenos Aires

Por: Pablo Di Marco

Hoy: Laura Massolo. Última parte

Te confieso que estoy tratando de lograr el apoyo de la Embajada argentina, porque el peso de libros que llevo y el que quiero traer, supera lo permitido por las líneas aéreas.

—Teniendo en cuenta que, más allá de ser una reconocida poeta, narradora y dramaturga, también tenés gran experiencia como coordinadora de talleres literarios, quisiera repetir una pregunta que le hice hace poco a Marcelo di Marco: ¿qué virtudes y defectos encontrás en tus actuales alumnos, comparándolos con aquellos de fines de los 80’?

L: En los 80 todavía no dictaba talleres literarios. Tengo cinco hijos que nacieron entre el 78 y el 89. En aquellos dificultosos tiempos libres, leí y escribí todo lo que pude. Valdría hablar, entonces, de mi propio compromiso con las letras cuando aún no teníamos procesadores de textos y reescribíamos cientos de veces cada página.

Comparando aquellas disciplinas mías con las de mis alumnos actuales, podría dividirlos, ahora, en dos grupos: los que verdaderamente se comprometen con la literatura y los que la toman como un pasatiempo o una ocasión de agruparse. Estos últimos no permanecen mucho tiempo en mis talleres porque no se adaptan a la exigencia, y me alegra cuando la sensatez les sugiere desistir.

Pienso que los procesadores de texto y los editores especulativos han propiciado esta multitudinaria pluralidad de gente que escribe. Sé que, de entre esta multitud, siempre surgen y seguirán surgiendo escritores.

—En 2001 ganaste nada menos que el Premio Internacional de Cuento “Juan Rulfo”. Contame la experiencia de recibir semejante galardón.

L: ¿Te cuento lo bueno o lo malo?

Recibir la noticia del premio fue algo increíble. Revivo cada tanto ese momento, mis gritos en el teléfono, mi alegría. Mi errónea convicción de que mi carrera literaria había dado un giro definitivo. Pero eso sucedió en Argentina, a fines de 2001, en medio de una de las peores crisis monetarias del país. Fantaseé con llamados, contratos, notas, publicaciones. Aconteció un extenso silencio que, prácticamente, me ubicó frente a la decisión de abandonar mis objetivos literarios para siempre. Las editoriales se habían quedado sin papel, o eso explicaron. La prensa se interesaba más en los que reclamaban, a olla batiente, recuperar sus fondos extraviados.

Algunos años después volví a reconciliarme con la idea de que el premio había sido importante… en otras geografías. Y vuelvo a mi primera respuesta: Betuel Bonilla, RENATA, otros países de Sudamérica que conocieron mi nombre.

Igual, hoy, el día del llamado desde París resulta un prodigio en mi memoria. Y, desde ya, el haber asumido un compromiso más intenso con las letras.

—No me sorprende lo que me contás, pero aun así me quedo sin palabras.  Últimas dos preguntas, Laura: alguna vez Vargas Llosa dijo que el día más triste de su vida fue cuando Jean Valjean murió en Los miserables. ¿Cuál fue el día más feliz de tu vida?

L: Soy una persona natural y desatinadamente feliz, de modo que encuentro felicidad en muchas cosas, en muchos días, en muchos recuerdos, y aun en muchos proyectos.

Desde la literatura, quizá, aquel día del llamado desde Radio Francia, o este otro llamado, igualmente feliz: el de ir a Colombia a compartir mi pasión por el cuento.

—Te regalo la posibilidad de invitar a tomar un café a cualquier artista (vivo o muerto). Contame quién sería, a qué bar de Buenos Aires lo llevarías, y qué pregunta le harías.

L: Querría volver a encontrarme con Joaquín Giannuzzi, en el mismo lugar de siempre: La Ópera, en Corrientes y Callao.

Cada vez que vuelvo a ese bar, que se mantiene intacto, me parece verlo sentado a la cabecera de una mesa en la que hablábamos de sueños y él me decía “m’hija”.

Él hizo la contratapa de mi primer libro de poemas: tengo el original, escrito con su máquina. Lo leo y vuelve su voz sabia y tierna, y me parece que nunca pude terminar de agradecerle esas palabras, ese estímulo, esa confianza.

     No tengo dudas de que la visita de Laura servirá para abrir puertas y seguir estrechando lazos entre las a veces distantes letras de Colombia y Argentina.

     Mis felicitaciones a Betuel Bonilla Rojas y a todos quienes tanto trabajan por la promoción de la cultura en Neiva. 


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