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Un café en Buenos Aires con el escritor y editor Pablo Estrada 

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Si para algo sirven las ferias del libro es para ayudarnos a tender lazos con el otro. La última edición de la Feria del Libro de Buenos Aires no fue la excepción, y me permitió compartir un café (o varios) con Pablo Estrada, a quien no había tenido oportunidad de conocer en mis viajes a Bogotá. Pablo pertenece a esa raza cuyo amor al libro lo ha vuelto no solo lector, sino también autor, editor, librero, promotor cultural y… quién sabe cuántas otras cosas más. ¿Con cuál de ellos compartí esta larga conversación? Espero que con todos, y si alguno me quedó pendiente prometo subsanarlo en una próxima entrevista.


—¿Qué tomamos, Pablo? ¿Café o cerveza?

Mejor cafecito, eso sí, que sea colombiano… y luego cerveza, que ojalá no sea colombiana. 

—Me parece perfecto. Este año asististe a la Feria del Libro de Buenos Aires. Vos conocés muy bien la Feria de Bogotá. ¿Qué las emparenta y qué las diferencia? ¿Qué debiera aprender la una de la otra?

Curiosamente esta vez fue la única que no estuve en la Feria del Libro de Bogotá, año tras año, he ido desde hace más de tres décadas. Cuando era niño me llevaba papá (que era un hombre culto, amante del arte y la literatura), de adolescente íbamos con el colegio, de universitario incluso trabajé en empleos de porquería, y de mayor voy a cazar eventos y a comprar libros que acumular. Es decir que sí podría decirse que la conozco bien, caso contrario a la Feria de Buenos Aires, que apenas vi. Estuve como miembro de una editorial y una librería, haciendo contactos y compras.

—Te referís a Favila Editorial, ¿no es así?

Sí, sí. La Feria de Buenos Aires me dejó la impresión de una buena organización, una amplia cobertura y una amabilidad que no he percibido en Bogotá, aunque nunca haya estado en el papel de editor o librero. Creo que tienen mucho en común, por ejemplo, la lengua que incluso en términos de mercado es un elemento cohesionador. Noté que en Buenos Aires como en Bogotá la edición independiente y los modelos alternativos están cobrando mayor importancia. En cuanto al mainstream ha de ser igual en todas partes… Me parece que en ambas hay que mejorar el trabajo con la edición académica y de provincia, que en Bogotá se ha adelantado más con la edición independiente y en Buenos Aires hay mayor avance en la literatura infantil. 


Logo de Favila editorial y librería
Logo de Favila editorial y librería

—Teniendo en cuenta que las de Bogotá y Buenos Aires son las dos ferias más importantes de Sudamérica, y ambas suceden en simultáneo, ¿no creés que debiera haber mayor sinergia entre ellas? Pareciera que trabajan como planetas de diferentes galaxias cuando son vecinas, y bien podrían trabajan unidas para potenciarse la una a la otra.

No sé si fue en tu libro Un café en Buenos Aires publicado por Unaula que un entrevistado decía que debería haber como un periplo de actividad editorial que incluya a las dos ciudades durante sus ferias. 

—Sí, quien afirmó eso fue Oche Califa, el anterior director de la Feria del Libro de Buenos Aires.

Bueno, antes dije que solo esta vez no estuve en la Feria del Libro de Bogotá, pues —no sé si sepa— en Bogotá hay un festival al aire libre, gratuito además, que es Rock al Parque, de sus 25 ediciones también solo he faltado a una. Soy un fanático del rock y me gusta mucho relacionar la literatura con él, en los grupos literarios en los que he estado siempre he querido que tengan ese espíritu rockero —¡nunca lo tienen!—, y he pensado que así como en Rock al Parque, que algunos invitados internacionales son precisamente los que están de gira por Sudamérica o que a raíz de la invitación aprovechan y hacen tour, algo parecido se podría hacer pero involucrando las dos ferias que son casi simultáneas, y algunos invitados podrían programarse para presentarse en ambas. Y además que hubiera un intercambio, no solo de escritores sino de editores y otros actores del mundo editorial (libreros, distribuidores, agentes literarios, promotores de lectura, gestores culturales, periodistas y académicos relacionados con el mundo del libro y hasta organizadores de otras ferias), particularmente los que no han tenido muchas posibilidades de dar a conocer su trabajo fuera de su país. 

—No viniste a la Feria de Buenos Aires tan solo como lector sino a tender lazos como editor. Hablame un poco sobre eso.

Sí, efectivamente, fue por una invitación a Favila Editorial que llegué a Buenos Aires, para participar en las jornadas profesionales de la Feria. Mis compañeros son muy entusiastas con la literatura argentina, yo era más escéptico pero luego de mi visita, al encontrarme con un ambiente cultural y una tradición literaria tan establecidos, afiancé mi interés. Siento que las charlas con escritores, editores y libreros, más allá de relaciones públicas, establecer contactos, un posible contrato o algo así, fueron enriquecedoras, alentadoras, por sí mismas. No hay nada tan educativo como compartir experiencias, impresiones, opiniones, oír chismes y hacer chistes. 


Entrevista con el escritor y editor Pablo Estrada
Entrevista con el escritor y editor Pablo Estrada

—Ya que hablás de “oír chismes”, ¿peco de chismoso si te pregunto con qué autores argentinos Favila tendió lazos? 

No, no es chisme sino más bien compromiso, pero creo que vamos a cumplirlo. Afianzamos la relación con los autores ya publicados, a quienes queremos seguir publicando: Daniel Guebel, Luis Chitarroni y un joven filósofo, Lucas Aldonati, además de Claudia Melnik, Kike Ferrari —a quien me dio mucho gusto conocer, hace tiempo lo leo y era casi un ídolo pa’ mí— y Sebastián Basualdo. También contactamos importantes editoriales independientes y librerías para posibles colaboraciones… pero eso apenas está cocinándose y por eso mejor mencionarlo hasta que sea un hecho o al menos una promesa. 

—Son varias las características que distinguen a Favila. Una de ellas es que cuenta con una librería en Bogotá. ¿Cómo nace Favila? 

Aunque no parezca, una no tiene que ver con la otra —me refiero a la editorial y la librería—, o mejor dicho tienen historias diferentes, y yo no estuve en el comienzo de una y no fui del todo parte en la otra. A ver, me explico, yo llegué a Favila Editorial cuando ya existía, así que no fui testigo directo de su fundación ni su primer desarrollo, por allá en 2019. Conozco al equipo desde hace tiempo, particularmente a los editores Adolfo Villafuerte y Andrés Pinzón, que además son escritores y somos amigos hace… tal vez décadas, no sé. Amistad aparte, mi primera relación con Favila fue a través de la publicación de Los miércoles también llueve, pero esa es otra historia.

—Historia de la que hablaremos en un ratito, apenas llegue el próximo café (o cerveza), que tengo algunas preguntas en relación a tu novela. Ahora sigamos con Favila.

Yo había tenido, en general, muy malas experiencias con la edición y la publicación de mi obra. El caso es que con la publicación de mi novela Los miércoles también llueve quedé, por primera vez, satisfecho con un proceso editorial. Y como recién terminaba una maestría en estudios editoriales quería aportar en lo que pudiera, a modo de sugerencia amistosa. Y ahí fue cuando ellos, desde Favila, vieron la posibilidad de que yo me involucrara como editor, no simple asesor, que formara parte del comité, que entrara a decidir, a proponer, a orientar, a participar incluso en términos financieros como accionista minoritario, y así fue. Yo además tenía experiencia como corrector de estilo y en la edición académica que podía aportar… Y desde el año pasado formo parte de la editorial. 

—Este es un tiempo duro para muchas librerías. ¿Cómo lucha Favila por adaptarse? 

Ese es un tema más que difícil o espinoso, lamentable, patético casi. La intención inicial era ubicar a nuestra librería en un lugar que no tuviera una buena oferta cultural, para intentar suplirla. Bogotá tiene una sociedad muy clasista y la ciudad se divide socialmente en norte y sur, en el norte habitan los ricos, que se suponen son cultos, y en el sur sobrevivimos los pobres, que se supone somos ignorantes. Ah, y está el centro que es una mezcla, y la periferia que es una prolongación de la miseria de la ciudad. Triste pero cierto. Nosotros decidimos llevar a un sector del sur una oferta cultural, una librería, que además concebimos como centro cultural en el que hubiera una actividad literaria y artística frecuente y fuese un espacio que acogiera a las personas con esas inquietudes, tanto espectadores como artistas o aspirantes a. Y de algún modo así fue. Pero además de buenas intenciones y de un gran esfuerzo que nos pasó factura (porque se canalizó hacia la librería lo que habitualmente era para la editorial), hace falta eso que llaman un cambio cultural. Siento que fuimos un tanto ingenuos, hasta ilusos yo diría, y nos precipitamos, calculamos mal. Pese a la buena recepción que tuvo entre la comunidad, no fue posible sostener la librería durante más tiempo allí. Fue una experiencia de aprendizaje y en todo caso persistimos, hemos trasladado la librería a un espacio con mejores expectativas. Y ahí vamos… 

Será un placer visitar ese nuevo espacio en mi próximo viaje a Bogotá. Decime, Pablo: más allá de tu trabajo como editor también (o tal vez deba decir: ante todo) sos escritor. Los escritores somos especialistas en criticar a los editores; pero vos, al estar a ambos lados del mostrador, tenés el privilegio de ver el panorama completo, de saber que la posición de los editores es tan imprescindible como compleja. ¿Qué le enseñó el Pablo editor al Pablo escritor? Y viceversa, por supuesto. 

Es verdad que hay una, digamos, relación compleja entre editor y escritor, pero lo esencial es tener claridad sin caer en la ridiculez de separar esquizofrénicamente un rol y otro. Yo cumplo distintos papeles: como lector, escritor (prefiero decir alguien que escribe, además distintos géneros: narrativa, poesía y…, no voy a decirle ensayo, sino prosa), corrector, editor, investigador y he sido difusor de la literatura, redactor para medios (pequeños, virtuales, independientes, pero medios al fin y al cabo), he dictado clases, talleres, seminarios, conferencias…, y no actúo (mal) como este McAvoy en Fragmentado. No soy alguien distinto cada vez. Me acordé de una cena que tuvimos con tres escritores argentinos: Guebel, Chitarroni y Claudia Melnik, ¡fascinante su charla!, qué digo, charla, me encantaba oírles, no tenía nada que aportar. En el caso de Chitarroni, que tiene esa doble condición de escritor y editor, pues de lo que él decía, uno podía sacar elementos para o desde la escritura o la edición… Un escritor editor no debe, no debería, perder ninguna de sus condiciones en ningún momento, habrá convergencias y divergencias y se expresarán mejor en un contexto que en otro pero, básicamente, son un continuum y él es una sola persona, como la santísima trinidad pero binaria.

—Semanas atrás terminé de leer tu novela Los miércoles también llueve. Si hay una pregunta que jamás hay que hacerle a un autor es “¿Cuánto hay de autobiográfico en tu novela?, pero mientras te leía no podía dejar de pensar que la trama del libro se acercaba mucho más a la autobiografía que a la ficción. ¿Me equivoco?

El sello distintivo de mi estilo —si es que tengo uno—, se enmarca, sí, en la narrativa autobiográfica, que tiene un amplio espectro, más allá de lo que los gringos llaman memoir,y de ese término popularizado desde hace ya un tiempo: autoficción, y que pasa por Céline y Proust, Bukowski y Kerouac, Fernando Vallejo y Knausgård, Henry Miller y William Burroughs, El imperio del sol y El olvido que seremos o Lo que no tiene nombre —por mencionar colombianos diferentes a Vallejo—. De modo que mi material de trabajo para la creación narrativa es autobiográfico (prefiero decir autorreferencial), con todas las salvedades a las que haya lugar: no cuento lo que me ocurrió tal como fue, sino como lo percibo, como lo recuerdo y es susceptible de trabajo literario, es decir, sometido a normas narratológicas, como la perspectiva subjetiva, por ejemplo, a la verosimilitud, a la construcción de personajes, diálogos y ambientes, a la intriga, etcétera. Y además me gusta jugar con una estructura no lineal, incluir pastiches y algo que considero niveles de apreciación para el lector (en cuanto a la comprensión y al goce intelectual y estético… sustentado esto en el cúmulo de referencias que utilizo), y mi mayor preocupación está en el lenguaje, no me interesa tanto la historia, lo que se cuenta sino cómo.


Libro los miércoles también llueve, de Pablo Estrada
Libro los miércoles también llueve, de Pablo Estrada

—Sos (como yo) de los que no les gusta la pregunta: “¿De qué se trata tu novela? 

Y… tema, tema no hay, al menos no de manera convencional, digamos aristotélica (bromeo)… Por ejemplo, ¿qué diría, Pablo, si le digo que uno de los tópicos de Los miércoles… es la melancolía?, ¿que para mí los personajes fundamentales son papá y Gregorio Vásquez, el pintor colonial?, ¿que uno de mis mayores propósitos era presentar el punto de convergencia del heavy metal y la música clásica en el gusto de un fanático que da a esto un significado vital, revelador, reparador, de epifanía si se quiere? ¿Ah? 

—Te diría que todo esto que mencionás está muy bien plasmado en el libro. Bien podríamos hacer otro Café en Baires solo para hablar de tu novela, que lo merece. Ahora vamos con la última, Pablo: te regalo la posibilidad de invitar a tomar un café a cualquier artista de cualquier época. Contame quién sería, a qué bar lo llevarías, y qué pregunta le harías.

¡El momento más esperado!

—Ja, ja. Yo creo que mis entrevistas debieran limitarse a esta última pregunta. 

Hay un libro de uno de los muchos candidatos que barajé, William Saroyan, en el que narra sus encuentros con famosos y desconocidos que conoció en su vida… Me encantaría hacer algo como eso, que sería como trasladar esta mágica posibilidad de Un café en Buenos Aires a la ficción autobiográfica, lo digo porque Saroyan en su libro retrata o quizá esboza a quienes menciona como personajes propios de su excelente narrativa y relata el instante como lo hace en sus cuentos. Ese libro de Saroyan en español lo publicó la misma editorial y la misma colección (lo sé porque son libros azules de tapa dura con una foto del autor en la cubierta) que Mi educación de Burroughs, que es un libro en el que él menciona varias veces a Bogotá y si de desear se trata, me gustaría tener al viejo Burroughs contando sus recuerdos sobre su estancia en Colombia en el cafecito del Hotel Regina… Pero no, Pablo, ese no es mi elegido.

—¿Y entonces quién?

Es Louis-Ferdinand Céline.

—Elección potente. ¿Y qué harías con el viejo Louis?

Lo llevaría a una zona del centro bogotano que se conoce por metonimia como centro cultural del libro, y que es una suerte de clúster de libros usados, piratas y de saldo…, allí hay una panadería y pastelería llamada Kuty, que queda entre dos librerías de segunda mano y al lado de un sórdido hotelito llamado Gun Glub (sic), del que me gusta contar una historia que he inventado… No sé si en esa fantasía yo hablaría francés o él español o si habría subtítulos pero, igual, creo que no nos entenderíamos mucho. Más que preguntarle, hablaríamos de mujeres (he leído su correspondencia con ellas en un libro llamado Cartas a las amigas) y le pediría consejos para llegar a ser un autor tan amado y odiado como él.  

Todos los que anden por Bogotá están invitados a visitar Librería Favila, Centro Cultural El Bukowski: Carrera 16 # 33 A – 50. Allí encontrarán, entre infinidad de libros, Los miércoles también llueve. No se me ocurre mejor modo de prolongar esta entrevista que leyendo la novela de Pablo. 

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