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Un café en Buenos Aires con el escritor Daniel Ángel

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Terminar de leer un libro valioso y poder conversar apenas minutos más tarde con su autor es una de las fortunas más grandes que puede tener un lector. Fue eso mismo lo que me sucedió con Silva. Tras leer su última página le escribí de inmediato a Daniel Ángel para concertar un encuentro y hablar sobre todo lo que rodeó a la escritura de su libro. Aquí les comparto nuestra conversación.

—Hace un instante terminé de leer tu novela Silva, Daniel. Me parece fantástico poder conversar con vos con el libro así de fresco en mi mente.

Querido Pablo, primero quiero agradecerte por esta invitación que me haces, es un placer hablar contigo, en especial de libros, de literatura y de la vida, que es lo mismo ¿no crees?

— Claro que es lo mismo. ¿Recordás el preciso instante en que se te vino a la mente la idea de escribir una novela que gire en torno a José Asunción Silva? Hablame un poco de ese momento.

Justamente eso fue lo que me ocurrió con esta novela sobre José Asunción, de José Asunción, por José Asunción; la vida se nos mete a los escritores de una forma más violenta, no solo por los ojos, por la piel también entran las amarguras de los otros y entonces dejamos de ser lo que somos, para ser otros, los otros. Mi historia con Silva data de tiempos viejos, cuando estudiaba aún la secundaria. El colegio en el que estudié queda ubicado en el centro de Bogotá, en la esquina suroriental de la Plaza de Bolívar. 

— Te interrumpo. Conocí esa fachada. Me la mostró el maestro Isaías Peña durante alguna de nuestras caminatas por esa zona de Bogotá.

Se trata de una construcción vieja, de unos 420 años o más, por donde pasaron casi todos los próceres de la independencia colombianos y bajo cuya construcción Simón Bolívar, por un entramado de túneles, huía del brazo criminal de los españoles. Recuerdo que recorría yo los callejones angostos, empedrados y cenicientos de la Candelaria con mis amigos. Teníamos la costumbre de comprar un par de cigarrillos sin filtro y los íbamos fumando mientras conversábamos de filosofía, de literatura, de nuestras familias, del futuro, de Serú Girán, Soda Stereo y de Caifanes. Por ese entonces yo ya leía con asiduidad, en especial poesía, y cuando no estaba con mis amigos recorría las siete u ocho cuadras que separaban el colegio de la Casa de Poesía Silva, en este entonces dirigida por la gran poeta María Mercedes Carranza. Cuando llegaba a la Casa de poesía, donde vivió sus últimos años el poeta y donde murió, siempre se agolpaba en mi pecho la misma sensación: había un vacío que se iba llenando poco a poco mientras entraba y recorría ese primer patio rodeado por una cerca de mediana altura. Miraba los novios y los jazmines que crecían silenciosos en macetas de barro, recorría el pasillo observando las fotos de los grandes poetas nacionales como León De Greiff, Eduardo Cote Lamus, Luis Vidales, Mario Rivero, que me observaban con desconsuelo desde su soledad de muertos. Y luego, si no entraba a la biblioteca a leer, me dirigía a la hemeroteca donde le pedía al encargado las grabaciones de alguno de mis poetas favoritos, me arrellanaba en uno de los sofás, entrecerraba los ojos y empezaba a escuchar. 

Eso ocurrió desde mis catorce años, hasta que una mañana decidí escribir mi primer poema. Era malo, por supuesto, pero era sincero. Ahora siempre me pregunto lo mismo: ¿qué tan necesaria es la sinceridad en la escritura literaria?, y siempre me respondo lo mismo: por lo menos para empezar está bien, por lo menos el lenguaje debe dar cuenta de lo que soy, por lo menos soy ese lenguaje que aparece plasmado en una hoja o en la pantalla como por arte de magia. 

— ¿Qué recuerdo tenés de aquellos primeros poemas? ¿Se filtraba entre ellos alguna pincelada de José Asunción Silva?  

También te debo confesar, aunque todos los escritores terminamos aceptándolo, que esos primeros poemas fueron, de un modo u otro, adaptaciones, plagios de los poetas que me gustaban y, por supuesto, allí estaban los visos de José Asunción Silva. Él fue el primer poeta que me enseñó, a diferencia de lo que dice Pessoa, a no fingir el dolor. Por eso, cuando leía a Silva sentía vívido ese dolor suyo, como si al salir del libro se convirtiera en un animalito maligno que empezaba a trepidar por mis piernas hasta que se me metía por la boca y se atoraba en mi garganta. Y fue luego, querido Pablo, y perdóname si me voy por las ramas, soy un mono gramático.

«En mi juventud, cuando conocí a los poetas negacionistas, entre ellos a Pablo Estrada a quien conociste, fue cuando afiancé los lazos que tenía con Silva».

Daniel Ángel, escritor colombiano
Daniel Ángel, escritor colombiano

— Recorré todas las ramas del mundo. Recién vamos por la primera cerveza, y creo que nos esperan varias más.

En mi juventud, cuando conocí a los poetas negacionistas, entre ellos a Pablo Estrada a quien conociste, fue cuando afiancé los lazos que tenía con Silva. Con los negacionistas habitamos el mundo nocturno de la Casa de poesía Silva, circundamos como sonámbulos ebrios las calles de la Candelaria mientras leíamos en voz alta los Nocturnos y arrojábamos espirales de humo hacia Monserrate. Al lado de ellos entendí la importancia del poeta, ya no solo para mí, sino para todos, para muchas generaciones de escritores y lectores que permanecíamos encadenados a la vida sin hallar jamás consuelo. Y fue en la adultez incipiente, tendría unos 22 o 23 años cuando escribí los primeros párrafos en libretas que cargaba entre mis cuadernos de la universidad, hasta que a los 26 decidí, una tarde lluviosa como muchas en Bogotá, sentarme a escribir la novela y, como si se tratara de una epifanía, de golpe salió el primer capítulo.

— La primera chispa.

Eso mismo. Recuerdo que estaba en un café del centro de la ciudad, llovía, el ambiente olía a asfalto húmedo, de la calle llegaba la batahola de los buses de servicio público, alrededor la estridencia de la risa de las jovencitas y de los jovencitos seducidos por el amor, el tintineo de los pocillos, el aroma sólido del café bailoteando por entre las caras y la humedad sinuosa que se desplazaba por las ventanas del local. De todo eso me acuerdo, porque en cuestión de segundos, luego de que me sentara de nuevo a mi mesa tras fumarme un cigarrillo y comprobar que los cerros orientales estaban encarcelados en el invierno, la Bogotá de cien años atrás se me vino encima y como una pátina a blanco y negro me presentó las calles, los puentes de machones de madera, los ríos que ya no estaban, las mujeres con vestidos de brocados y al fondo vi a José Asunción, te lo juro, Pablo, que vi a José Asunción caminar hacia mí, no me miraba, ni siquiera miraba a nadie ni a nada, estaba ensimismado, fumaba un cigarrillo y lanzaba gruesas volutas de humo por la boca, movía sus labios con desconsuelo y a la distancia supe que estaba atormentado y que quería decirme algo. Hasta que al fin se sentó conmigo, me miró y sus ojos estaban neblinosos, perdidos, y cuando al fin habló no paré de escribir hasta seis meses después cuando terminé mi primer borrador. 

«Es decir que de Silva se ha husmeado hasta el hartazgo su vida, en los datos que dejó, en el chismorreo oficial y en el no oficial. Por eso decidí viajar al interior del personaje para desacralizarlo, para darle otra perspectiva a este ser maravilloso».

Daniel Ángel, escritor colombiano
Daniel Ángel, escritor colombiano

—Hermosa esa imagen de José caminando hacia vos. ¿Barajaste la posibilidad de no escribir una novela sino un ensayo o una biografía? De ser así, ¿por qué optaste por la novela? 

No, jamás pensé en escribir un texto de no ficción sobre Silva, porque ya existen varios documentos sobre su vida, su obra y sobre su muerte. Hay dos en particular que son muy importantes y dijeron todo lo que debía decirse: El corazón del poeta de Enrique Santos Molano, y Chapolas negras, almas en pena de Fernando Vallejo. Ahora bien, Silva ha sido edificado no solo como el poeta nacional, sino como un ser extraño, casi mítico. Los biógrafos y estudiosos de su obra han construido extraños relatos sobre sus relaciones personales, y hasta se ha hablado de un supuesto incesto con su hermana Elvira. Es decir que de Silva se ha husmeado hasta el hartazgo su vida, en los datos que dejó, en el chismorreo oficial y en el no oficial. Por eso decidí viajar al interior del personaje para desacralizarlo, para darle otra perspectiva a este ser maravilloso. Por otro lado, siempre he creído que la literatura debe hacer dos cosas con sus personajes: si se trata de un personaje del común, debe, en algún punto heroificarse dentro del relato, para que su existencia tenga validez en el universo moral de la obra; y si se trata de un héroe creo que este debe humanizarse, arrastrarlo al barrizal que suele ser la vida para los simples mortales. Además, Silva como poeta es magnífico, esclarecedor, doloroso; como ser humano fue extraño, huraño, desordenado; y como personaje de ficción fue entrañable, indescifrable, pero amoroso. Por eso elegí al Silva personaje, aquel desconocido que no había sido humanizado, del que se había hablado tanto sin que él hubiera tenido la oportunidad de defenderse, aunque esto es mucho decir, la búsqueda de la justicia en la literatura está justamente en el lector, en que encuentre lo que busca y lo que no, en que halle ese sentido de la justicia que no encuentra en el mundo real. 

— Los escritores están acostumbrados a tener total libertad a la hora de moldear los personajes de sus libros, por lo tanto escribir una novela que tiene por protagonista a un personaje real es todo un desafío. Intuyo que por un lado te sentiste limitado, pero por otro lado se te habrán abierto infinidad de posibilidades. ¿Cómo manejaste esa tensión?  

La ficción miente, querido Pablo, a la ficción no le interesa la verdad fáctica. A los novelistas no nos incumbe recrear con fidelidad los espacios ni los personajes de las épocas pasadas, y si lo hacemos es por cuestiones de verosimilitud. Creo en la verosimilitud, pero creo más en las necesidades del relato: la de la construcción de los personajes y de los escenarios. Ahora bien, cuando afirmas que me sentí limitado al hacer la investigación y al recrear al Silva de la novela, claro, porque es un personaje entrañable, que pertenece, especialmente, a la memoria colectiva de los colombianos y de los bogotanos. Tan así es que la cara de Silva aparece en nuestro billete de cinco mil pesos y en el reverso está el Nocturno 3, aquel que empieza así: “Una noche /una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas…”.

Ahora bien, la vida de Silva fue trágica (la muerte de su padre, la bancarrota de su familia, la muerte de su hermana adorada, sus problemas económicos, las guerras civiles colombianas, el naufragio del Amèrique donde perdió gran parte de su obra, las habladurías de las que fue víctima…), pero para que exista tragedia (en la vida real y en la ficción), el personaje primero debe haber disfrutado de su vida o tener un punto de comparación que permita que aquella tragedia sea trágica. Es decir: si Silva no hubiera sido tan talentoso, brillante y, digámoslo, elegante, un hombre del común, su vida hubiese pasado desapercibida. Por eso mismo, el Silva de la vida real era ya, sin necesidad de matizar tanto los puntos de inflexión que hay en cualquier existencia, un gran personaje literario. La cuestión entonces se centraba en que la diégesis mostrara aquellos momentos de una forma clara y que generaran tensión narrativa. 

— Me gustó ese “la ficción miente”, Daniel. Claro que sí. Me causa gracia cuando le preguntan tan frecuentemente a los escritores “¿Cuánto hay de autobiográfico en su novela?”. Soy de la idea de que los escritores mienten cuando quieren decir la verdad, y se la pasan deslizando verdades cuando se esfuerzan por mentir. 

Totalmente de acuerdo, querido Pablo. Aunque creo que la primera creación del escritor de ficción es el narrador de la obra, ese narrador en ocasiones es manipulado por su demiurgo, el autor, el ser humano que está detrás de la pantalla o de la hoja en blanco y va moviendo sus hilos. Ahora bien, la verdad de la ficción es mucho más trascendente, digamos que los acontecimientos son inmanentes, pero la verdad que busca la ficción trasciende al espíritu humano de su propia época, como si los escritores buscáramos ese código genético que ha unido a toda la especie. 

«Silva como poeta es magnífico, esclarecedor, doloroso; como ser humano fue extraño, huraño, desordenado; y como personaje de ficción fue entrañable, indescifrable, pero amoroso».


— En base a lo que venimos hablando me encanta hacerte la siguiente pregunta: ¿te apegaste a lo que los libros de historia nos dicen de la vida de José Asunción, o te permitiste ciertas libertades? 

La historia, como lo dijo Nietzsche, es también una interpretación del historiador, sin embargo, ellos si buscan la verificabilidad, a diferencia de nosotros, los novelistas, que buscamos otras cosas, ¿qué?, no sé, además de que quien lea crea lo que está leyendo, que haya algo más profundo, una sensación real que muestre ese universo en el que habita el personaje. Por eso, querido Pablo, la investigación que hago en mis libros, no solo en este, sabes que trabajo en la historia de la violencia de Colombia, me sirve como marco de referencia. Haz de cuenta que se trata de un croquis, los límites de un país de la imaginación por los cuales se mueven mis personajes. Me gusta mucho explorar tres cosas en la investigación que hago: los actos de habla de los personajes; las geografías, los climas, cómo eran las ciudades y las casas, cómo se vestía la gente; y el universo moral de las épocas, ¿qué era lo bueno y lo malo?, ¿cómo lo juzgaban?, ¿qué era lo bello?, ¿qué o quién era el excluido? Ahora bien, todo ese marco histórico funciona en la ficción en la medida en que sirva para la construcción de los personajes y del tramado de la obra. Y si no funciona, simplemente lo deshecho y fabrico otro, a la medida de los sucesos. Con relación a la novela de Silva tomé los acontecimientos más importantes, lo que creí que constituyeron su espíritu y a la vez funcionaban para la obra, y los hilé de tal manera que crearan tensión narrativa. Claro que Silva sobrevivió a un naufragio, de eso no hay dudas, están los soportes de los diarios de la época, están las cartas que él escribió, pero que él haya dicho tal o cual palabra a un pasajero que compartió su desventura o que haya mirado al mar de otra forma o haya pensado en Elvira mientras caía la noche en lontananza, todo eso hace parte de la ficción. Podría explicarlo de otra manera: la realidad y el lenguaje son una misma cosa: materia, entes; hagamos de cuenta que son los ladrillos y los otros insumos con los cuales se edifica una casa. Eso es lo real, son los sucesos que le ocurren al hombre que vivió y murió en la historia real. Pero cuando alguien ocupa esa casa y la pinta del color que quiere y la amuebla y allí vive momentos de intensa alegría o nostalgia, es la ficción. No pueden vivir el uno sin el otro, se necesitan en una relación simbiótica constante. Y eso fue lo que hice con la vida y la novela de Silva que, aunque sean dos cosas distintas, son la misma, pues ninguna es más verdadera que la otra. 

Ya que lo acabás de mencionar, dejame decirte que las páginas que le dedicaste al naufragio son una buena prueba de cómo alcanzar la literatura a partir de una amalgama de verdad y ficción. Mientras pido otra cerveza te cambio de tema: sos profesor de literatura. ¿Qué le brinda esta faceta de tu vida al Daniel escritor?

Creo en la educación horizontal, en la que hay alguien encabezando un recorrido, como un capitán de un equipo de fútbol que tiene liderazgo porque, quizás, tiene mayor experiencia, pero jamás deja de ser parte y de trabajar por el grupo. Y en la docencia de un área como la literaria, se debe ejercer la reflexión constante y colectiva. No solo para la interpretación de los textos que se leen, sino de la vida, de la forma cómo la literatura se relaciona con la vida, con la del capitán del equipo y del resto de los jugadores. Es allí, en la voz de los otros, en sus experiencias y en sus interpretaciones de la vida de donde extraigo tantas cosas para alimentar mis obras de ficción. Especialmente en la sensibilidad como ese otro percibe el mundo, y las relaciones que establece el destino con ellos y ellas. No quiere decir que vea a todo el mundo como posibles personajes, sin embargo, sí hay sucesos, voces, sueños memorables. Solo hay que estar atento para escuchar o ver aquello que puede ser la clave de una obra. 

— ¿Y en cuánto enriquece el Daniel escritor al Daniel profesor?

La sensibilidad que brinda el arte. Creo que un lector, y más uno de novelas, que no se convierta en un ser más empático, pues se ha puesto miles de veces en los zapatos del otro, del personaje sobre el que lee, no ha hecho bien el ejercicio. Por otro lado, la literatura debería convertirnos en sujetos con mayor imaginación, que la use más, que se aferre a ella también como una forma de esperanzarse con el mundo. Y lo más importante, la literatura, el lector de literatura y el escritor de literatura debe ser un sujeto rebelde, que no acepta la realidad como le es dada, porque en ese caso ¿para qué escribe sino es para transformar, al menos en el mundo de la imaginación, aquella realidad? Y en la escuela debe ser igual, la educación como una herramienta de rebeldía en contra de la tiranía y la subyugación en la que muchos gobiernos quieren mantener a su población. 

— ¿Tenés muchos alumnos que sueñan con ser escritores? ¿Solés advertirles del hermoso problema en el que se quieren meter?

La mayoría, querido Pablo. Además de dar clases propiamente de teoría literaria, también soy profe de creación, es en este espacio último donde más encuentro interés. Y por supuesto, que les advierto de lo maravilloso que es el mundo de la escritura, también de lo sacrificante y osado que puede ser en un mundo mercantilizado, donde el arte cada día se convierte en un producto menos valorado, pero que, sin lugar a duda, ha mantenido a flote a la humanidad por encima de todos nuestros problemas. 

— Vamos con la última, Daniel: te regalo la posibilidad de invitar a tomar un café a cualquier artista de cualquier época. ¿Quién sería y a qué bar lo llevarías?

A Silva y lo invitaría a un bar de rock para ver qué piensa de esta música que él no alcanzó a disfrutar. 

— Al principio de nuestra charla nombraste a Serú Girán. ¿No te parece fascinante la idea de Silva escuchando melodías como “Desarma y sangra” o “Viernes 3 a.m.”? También me imagino a Charly musicalizando algún poema de José, ¿por qué no?

Sería maravilloso, aunque Silva era un hombre más inclinado a la música clásica, a la instrumental. En sus poemas se puede apreciar ese ritmo melancólico y de largas notas del romanticismo, pero como lo dices hubiera sido fantástico verlo entrecerrar los ojos mientras escucha “Los dinosaurios” de Charly mientras piensa en sus muertos.

Silva 

216 páginas

Editorial Planeta.

Portada del libro "Silva" del escritor colombiano Daniel Ángel
Portada del libro «Silva» del escritor colombiano Daniel Ángel

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