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Brujería andina de alto nivel. Entrevista con Natalia García Freire

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En Trajiste contigo el viento, Natalia García pone delante de los lectores no solo una historia que toca lo mágico y ancestral, con personajes hipnóticos que nos recuerdan lo más animal en nosotros mismos, sino un lenguaje que está entre el delirio y la pesadilla.


Las pesadillas, por intensas que puedan ser, en algún momento terminan y nos permiten volver a la normalidad. Cuando estamos sumergidos en ellas pueden parecer eternas, pero siempre llega el instante del sobresalto y la extrañeza inicial al vernos despiertos. Es difícil y aterrador imaginar una pesadilla que no acabe; ¿qué haríamos?, ¿qué se podría hacer de suceder algo así? La novela Trajiste contigo el viento de la escritora ecuatoriana Natalia García Freire (Cuenca, 1991) representa ese tipo de experiencia: una pesadilla que parece no tener fin. Esta obra podría leerse como una secuela espiritual de la famosa novela de Shirley Jackson, Siempre hemos vivido en el castillo, una “continuación” donde veríamos lo que podría suceder en el pueblo muchos años después de la muerte de Merricat, su hermana Constance y su tío Julian. Trajiste contigo el viento tiene un desarrollo diferente a la obra de Jackson y lo que las hermana es el hálito que recorre sus páginas, la voz que conjura Freire para narrar y que le da a sus seres; la historia va saltando de personaje a personaje, avanzando como una antorcha que pasa de mano en mano, no siempre aclarando o explicando lo que sucede, por momentos aumentando el desconcierto que ya experimenta el lector y que sin embargo lo obliga a leer enfebrecido. Los personajes parecen enajenados o como si habitaran una realidad o dimensión diferente a la nuestra, creando un desasosiego inescapable. La historia no es fácil de explicar o resumir, más bien es un torrente en el que hay que sumergirse sin pensarlo demasiado. En la contratapa de la edición de Himpar dice lo siguiente: “Una mañana, desaparece del pueblo andino de Cocuán casi la mitad de sus habitantes. Cuando el resto parte a buscarlos, el horror de un antiguo pecado colectivo los alcanza a todos”. Fervor religioso vs. sabiduría pagana, una demencia colectiva producto de una maldición o profecía u otro motivo desconocido para el lector. La rareza de lo que sucede, el actuar de los personajes, dan la sensación de estar dentro de una pesadilla, una en la que nos sumergimos y que no es posible saber cuándo o cómo terminará. En el centro de la historia se encuentra Mildred, una mujer misteriosa que podría o no ser una santa, o algo más, que quizá sea la fuente de lo que sucede en el pueblo de Cocuán, un lugar que parece detenido en el tiempo o anclado en un mundo paralelo. La narración utiliza todas las gamas de narradores: alternando la primera, segunda y tercera persona, manteniendo siempre la tensión, atrapando al lector y enrareciéndose a medida que se aproxima a la conclusión. “Fue una experiencia de lectura fascinante. Natalia pone delante de los lectores no solo una historia que toca lo mágico y ancestral, con personajes hipnóticos que nos recuerdan lo más animal en nosotros mismos, sino un lenguaje que está entre el delirio y la pesadilla. Eso sí: qué delirio más poético, más intenso en su belleza, y qué pesadilla más antigua” dice la escritora Mónica Ojeda (Nefando, Mandíbula, Las voladoras).

Trajiste contigo el viento fue publicado originalmente en España por la editorial La Navaja Suiza a principio de año y en Colombia por Himpar editores. García Freire había publicado anteriormente Nuestra piel muerta, considerada por The New York Times como una de las mejores obras de 2019 y trabajo de grado de Freire en su Maestría de Narrativa en la Escuela de Escritores de Madrid, donde es docente en la actualidad. A continuación, un diálogo que tuvimos con la escritora acerca de su obra:

Portada de Trajiste contigo el viento de Natalia García Freire
Portada de Trajiste contigo el viento de Natalia García Freire

El primer capítulo de Trajiste contigo el viento me recordó a Siempre hemos vivido en el castillo de Shirley Jackson. ¿Tuvo esta obra o su autora alguna influencia en su novela? ¿Es Mildred algo así como una Merricat andina?

Adoro a Merricat y a Shirley Jackson, claro. Su voz, su tono de bruja y hechicera siempre van a estar presentes en mí como lectora y al escribir también. No sé si Mildred podría ser una Merricat andina (es de lo más bonito que me han dicho), pero sé que cada vez que me siento a escribir quiero tener la fuerza que tiene Jackson para conjurar cada emoción y lanzar al lector a un mundo en el que las mujeres y los animales danzan y maldicen. 

— Trajiste contigo el viento tiene un desarrollo colectivo y una pluralidad de voces. ¿En qué etapa del proceso creativo supo que cada capítulo debía ser narrado por un personaje distinto?

Lo supe más o menos en la mitad del proceso. Al principio traté de contarlo todo a través de una sola voz, ni siquiera era la de Mildred. Estuvo Ezequiel en un inicio tratando de contar la historia de las desapariciones y del viaje, pero siempre se estancaba. Miraba el mundo con sus ojos enloquecidos y la historia dejaba de avanzar, se convertía en llamas, hombres y mujeres corriendo sin sentido. Ahí nació Mildred, hasta que me estanqué otra vez (luego supe que Mildred sufría esa ruptura con el lenguaje y ya no podría contar el futuro de Cocuán) y, por suerte, ahí nació Agustina. Con ella supe que ese era el juego, una especie de escritura de postas, de terminar en un lugar y empezar en otro con un personaje distinto. 

— Hay un desasosiego que aumenta a medida que avanza la narración, generando una tensión que nunca decrece, lo cual no es sencillo conseguir: la tensión sostenida es de lo más difícil de lograr en literatura. ¿Cómo hizo para mantener este elemento en Trajiste contigo el viento y cuáles fueron sus referentes?

Creo que lo que marca ese ritmo es mi propio estado al escribirla. Cuando trabajaba en Trajiste contigo el viento tenía dentro una sensación corporal de estallido. Quería estallar. Era una sensación física que se trasladaba a la escritura, a cada personaje, pequeños fuegos por todas partes, hasta que Filatelio vino a ser como un gran alivio, la idea de que el lenguaje por fin reventaba y podría descansar. Hay muchas lecturas que me han hecho sentir eso, cuando escribía tenía en mente siempre Eisejuaz de Sara Gallardo y Satantango de Laszlo Krasznahorkai. Son dos lecturas en las que el lenguaje crea la tensión y los personajes navegan por él hasta el encuentro de lo terrible o de lo imaginario como única respuesta al sinsentido. 


«Cuando trabajaba en Trajiste contigo el viento tenía dentro una sensación corporal de estallido. Quería estallar. Era una sensación física que se trasladaba a la escritura…»


Natalia García Freire, escritora ecuatoriana - foto de María García Freire
Natalia García Freire, escritora ecuatoriana – foto de María García Freire

— ¿Qué tan intensa fue la experiencia de escribir sobre Cocuán y sus habitantes?

Para mí fue una de las experiencias más intensas de escritura y también una de las más infantiles. Fue un juego, una experimentación con la imagen y la idea de un lenguaje que se parecía más al balbuceo que al lenguaje del día a día. Una especie de encuentro con la palabra que hiere, que rompe, que mancha. Eso y el bullicio de pájaros. Eso fue escribir Cocuán. 

— La condición de Mildred y la realidad de su enfermedad quedan en el misterio, ayudando a incrementar el misticismo de lo que sucede. ¿Siempre supo que la historia de Mildred nunca se explicaría completamente?

Siempre lo supe, porque la escribí desde muchos momentos distintos de la historia y ninguna tenía demasiado sentido. Llegué a escribir a una Mildred vieja y desquiciada y también a una Mildred más adulta. Las dos parecían fantasmas o apariciones. Cuando llegué a la voz final supe que Mildred era para mí una aparición, algo bellísimo que no podía entender y que no era puro, eso no se puede explicar, eso está en la carne y de ahí su piel y su misterio. 

— En la contratapa del libro se la relaciona con el gótico andino. ¿Cómo define usted este género y a qué otras/os escritoras/es incluiría en el mismo?

No sabría bien cómo definirlo. No sé ni siquiera si es un género. Creo que es más fácil para el lector, los críticos, el momento generar estas etiquetas para hablar de obras o autores y autoras. Pero creo que no es algo en lo que se piensa al escribir por lo que, de este lado, como alguien que escribe, siempre dudo mucho cuando hablo de eso. Me parece que sí que hay coincidencias con muchas autoras y autores que ahora mismo tienen las mismas dudas e investigaciones al escribir, como Giovanna Rivero, por ejemplo, o Mónica Ojeda o Gustavo Faverón. No sé si podría compararme con ellos (los admiro y leo) pero sé que al escribir hay cuestiones que nos interesan y en eso está la narración del territorio propio, un territorio (Latinoamérica) herido y en constante conflicto; también la muerte y el lenguaje como medio de entenderla, la idea de lo animal, la relación del ser humano con su entorno y con sus mitos y ficciones. 

— ¿Cómo fue el encontrar un equilibrio entre el fervor religioso versus la sabiduría ancestral o pagana presentes en la historia de Trajiste contigo el viento?

Creo que no es algo que encontré, sino que vivo día a día. El mestizaje nos dejó eso, esos dos mundos que están en fricción constante, que se alimentan, que crean nuevos lenguajes al mezclarse. Eso ha estado en mi vida desde que nací. Jamás pude sentir a Dios al rezar, como me pedían las monjas en la escuela, tampoco he sabido sentir a la tierra como un cuerpo que late, como sí he visto que lo sienten muchos indígenas; sé que mi único fervor nace en esa grieta de lenguaje herido que llevo dentro, de identidad fragmentada, tengo fe en lo que puedo imaginar y creo que así nació Cocuán, como esas ganas de cerrar los ojos y ver a diosmadre y ese éxtasis purísimo de los santos o las curanderas. 

— ¿De dónde surge Cocuán?, ¿está inspirado en algún pueblo real?

Cocuán no existe como pueblo real; es un territorio que surgió en la imaginación y en la duermevela. Nació porque tenía problemas de insomnio y me recetaron un ansiolítico para poder recuperar horas de sueño. El ansiolítico era clonazepam, el Neuryl de toda la vida, pero yo compraba la marca genérica, que se llama Coquan. Al despertar veía siempre ese nombre, en el gotero de mi mesa. Empecé a tener una relación extraña con la duermevela y también con el momento de despertar. Me levantaba con el espanto dentro. Un día me desperté y vi el gotero y supe que ese momento, esa sensación de espanto no estaba solo adentro, sino que era un lugar, habitado y por habitar y, claro, se llamaba Cocuán. Empecé primero a hacer collages y dibujos y listas de cosas de ese lugar y, poco a poco, se fue convirtiendo en un pueblo y ahí nacieron personajes y también horrores. 

— Leí en algún medio español que Trajiste contigo el viento es “un libro de cuentos con alta dosis de terror”. Usted cómo lo concibió, ¿novela o libro de cuentos?

Yo lo pensé siempre como una novela, una novela en forma de artefacto rompecabezas en la que cada historia va completando la anterior y la siguiente. No sé si lo logré, pero quería que al terminar de leer el lector sintiera que había estado ahí, en Cocuán y había visto todo como en un sueño, en un tiempo sin tiempo. 

— ¿De dónde surgen las pesadillas de Natalia García Freire?

De la niebla del bosque y las velas que se consumen en las iglesias. 

— ¿Cuáles son las/os escritoras/es que considera que más han influenciado su narrativa?

Hay muchísimos, pero diría ahora mismo que Sara Gallardo, William H. Gass, Shirley Jackson, Cristina Rivera Garza, Mario Bellatin, Marosa di Giorgio, Angela Carter, César Dávila Andrade, Ursula K. Le Guin… Y podría seguir. No sé si la belleza de lo que escriban llega a lo que escribo, pero sé que influyen en lo más importante: la relación con el lenguaje. Hay una idea de subvertir la realidad en estos escritores que me maravilla y cada vez que los leo quiero conseguir eso. 

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