Vigilar y castigar

¿Qué intenta el verdugo? ¿Qué pretende el tirano?
Amedrentar e inhibir; someter, excluir, silenciar. Con cada coacción –con cada tortura, acoso o manotazo– hay una corrección:
el odio –el desprecio– que cae sobre la otra voz y pretende su mutismo, pero también obligarla a descreer de lo que se es, de lo que se ve o se siente, procurando transfigurar nuestra “alma” (el yo, el pensar, el mirar distinto) en sombras mancilladas por la visión unilateral del verdugo y el censurador, por la crueldad del tirano o el umbrío del violador.


Hay una relación intrínseca –causal– que une al totalitario y al misógino, al racista y al xenófobo:
negar y pervertir, excluir y enmudecer, eliminar y ensombrecer, imponiendo, a través de la fuerza o el poder, una única voz, un único deseo, un único propósito.


Repitamos:
para el verdugo -el tirano, el violador, el matón, el bárbaro– no hay pluralidad, no hay matices, tampoco existen otras voces ni deseos, sólo hay sombras y espectros, sólo cuerpos sin alma.


Así,
a pesar del mucho ruido que banaliza las cosas, que confunde, entre los abalorios de sus muchos ecos, el grito y la protesta;
a pesar de disimular su rostro entre discursos a favor del “pueblo” o de las personas, de lo “bueno” y lo “bello”, en contra de “la injusticia”, los “imperialismos” y la “opresión”, los hechos siguen siendo hechos, el bárbaro sigue siendo un bárbaro y el verdugo un verdugo,
un tirano, un misógino,
un violador.



(Vigilar yCastigar, título del libro de Michel Foucault).