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La monstruosidad inventada por la razón

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El sueño de la razón produce monstruos de Francisco de Goya
El sueño de la razón produce monstruos de Francisco de Goya





Por: Adriana González Navarro*

El sueño de la razón produce monstruos es el título del grabado de Goya publicado en 1799, en la serie Caprichos. La obra muestra un hombre dormido asediado por seres monstruosos: un felino, varias lechuzas y murciélagos, y otros seres alados indefinidos. En la explicación del manuscrito del Museo del Prado se lee: “La fantasía abandonada de la razón produce monstruos imposibles: unida con ella es madre de las artes y origen de las maravillas”. Esta frase me parece inquietante. Por eso, cada vez que veo este grabado, me pregunto: ¿y si todas esas promesas de la racionalidad ilustrada sobre la supremacía del saber científico no son más que mentiras y ella misma –la racionalidad– ha sido la encargada de crear monstruos cuando encuentra algo que la hace tambalear en su estatuto de verdad, en su arrogancia científica? ¿Es cierto que la fantasía, cuando la razón está ausente, produce monstruos imposibles? ¿Será verdad que la fantasía unida a la razón crea maravillas? ¿Cuál es el tipo de monstruosidad que se le escapa a Goya en su imagen? Para responder estas preguntas daré dos saltos en el tiempo.


Inicio mi recorrido con Joseph Gumilla, quien viajó a las selvas del Orinoco a comienzos del siglo XVIII, revestido con la autoridad de la racionalidad ilustrada y la institución católica. En su libro El Orinoco ilustrado y defendido presentó un panorama de las distintas naciones que poblaron esa región y en su travesía encontró plantas que, a su vez, las representaron. Es decir, halló en las plantas selváticas un referente para explicar el temperamento de los nativos. A través de la analogía, Gumilla estableció cuáles nativos podrían ser los próximos neófitos.


Es sugestivo que el misionero haya usado la expresión neófitos para referirse a los indígenas recién conversos al cristianismo, pues la etimología de la palabra es neos (nuevo) y phyton (planta), es decir, recién plantados. ¿Acaso los habitantes de las diversas naciones del Orinoco serían como plantas? Es decir, ¿Gumilla los consideró seres cuyas almas vegetativas requerían que les fuese sembrada la semilla de la fe de la religión europea y, por tanto, de su racionalidad? Pareciera que sí, pues los nativos de la nación Guaraúna se asemejaban al moriche; es decir, podían serles útiles a los misioneros en tanto que podían ser conversos y ayudar en la causa, tal como la palma del moriche se aprovechaba en su totalidad. Así, con la ayuda e iluminación del europeo, los nativos podían transformar su alma y convertirse en auténticos humanos –o, al menos, en algo que se les asemejara–.



Ahora bien, hubo entre los habitantes del Orinoco una nación cuyo temperamento impidió el cultivo de sus almas –si es que las tenían–: la nación caverre, “la más inhumana, bruta y carnicera”. Y estos nativos eran monstruosos, a semejanza de la planta que los caracterizó: el curare. Para explicar cómo el curare era una planta monstruosa, Gumilla aplicó un método científico basado en la experiencia. Primero, la observación del cuerpo de un mono muerto por los efectos del veneno. Segundo, la experimentación continua, pues por varios días consumió hígados de monos muertos por el curare. De tal experimentación, concluyó: es afortunado que los caverre no sepan que el curare puede ser más letal que el fusil español. Me cuestiono, ¿los caverre fueron “brutos” y “carniceros” a los ojos ilustrados y piadosos del europeo, cuando no es más brutal el uso de armas de fuego, de la violencia y la aniquilación cultural y material de las naciones indígenas? Tercero, la aceptación de los escritos por otras autoridades, para comparar y corroborar sus experiencias.


Gumilla no relacionó la invención del curare con la sabiduría ancestral de los caverre. Antes bien, consideró que ese hecho solo tenía por causa la malignidad del mismo demonio, pues insistió en la ausencia de razón y en su brutalidad. Con el argumento del demonio explicó cómo unos seres irracionales eran incapaces de inventar la forma de aprovechar un bejuco inmundo, como el del curare, para lograr un veneno tan potente.

No obstante, en los textos de Gumilla hay un animismo semejante al de los indígenas, por cuanto en la planta hay un espíritu. En el caso del jesuita, era el demonio, mientras que para los nativos (los ticuna, en el caso que refiero) era Úkae:

El curare tiene de dueño a Úkae
‘Úkae es el dueño del curare’
‘pues no es de origen de aquí (de este mundo), ya que es de origen de arriba… (1)


¿Qué diferencia un pensamiento del otro si ambos son animistas? ¿Acaso uno es más razonable que el otro solo por ser europeo? Si la racionalidad ilustrada europea pretendía distinguirse de la irracionalidad nativa, en este caso, no hay diferencia. Solo hay una pretensión de superioridad justificada en la religión y en la ideología de la modernidad.

Con El Orinoco ilustrado y defendido, Gumilla ayudó a crear una idea de irracionalidad de los nativos, basado en explicaciones “científicas” que dieron razón de una semejanza del alma de los nativos con las almas vegetativas de las plantas. Las naciones dóciles, como plántulas que tenían la posibilidad de adquirir uso de razón y de fe, podían ser sembradas en el campo fértil del cristianismo, y así llegar a tomar la forma de la racionalidad, gracias a la acción misionera del europeo; mientras que las almas “brutas” de los caverre eran como un monstruo que debía tratarse con cautela.

Es así como interpreto de qué forma no es el sueño de la razón el que produce monstruos, porque el misionero se justificó en una razón ilustrada. Es el pensamiento europeo que no comprende la “lógica” del pensamiento, del actuar y de sentir de los nativos de las colonias el que crea monstruos. La razón ilustrada del siglo XVIII de Gumilla creó un monstruo híbrido de planta y “humano” en el curare-caverre.

El segundo momento de mi recorrido se ubica en la primera mitad del siglo XX, con Leopoldo Lugones y su cuento Viola Acherontia. En su relato creó una planta monstruosa: una flor sin aroma capaz de matar sin ser percibida por el olfato. Si con Gumilla vimos cómo los nativos tenían un alma vegetativa, con Lugones hay un giro de tuerca ya que nos encontramos con una planta que tiene una suerte de alma humana, con sentimientos, sensibilidad y capacidad de sugestionarse.



Al igual que Gumilla, Lugones aplicó un método científico en su escritura al presentarnos un jardinero con diez años dedicados a la experimentación; un hombre que además es ávido lector de otros científicos (Darwin, Strindberg, Gould y Saint-Pierre) y de sus descubrimientos, para contrastarlos y aplicar sus observaciones en su ejercicio. Un hombre sistemático tanto en la alteración genética de las flores como en los ensayos sobre la forma de sugestionarlas.

Retomo, entonces, una de las preguntas formuladas al inicio de este escrito: ¿será verdad que la fantasía unida a la razón crea maravillas? En el caso de Lugones, no. Su Viola Acherontia parece más un ser monstruoso. No obstante, ¿la planta es la monstruosa o lo es el hombre que las crea? Para responder mi pregunta, cito a Lugones. El jardinero, para explicar bien cómo llego a sugestionar a las violetas, le dice a su interlocutor: “Y bien; exasperado por mis diez años de esfuerzos, decidí realizar ante las flores escenas crueles que las impresionaran más aún, sin éxito también; hasta que un día...”. ¿Decidió realizar escenas crueles? ¿Qué clase de crueldad hizo estremecer a las flores? Después de esa aseveración por parte del jardinero no me cabe duda, él es el monstruo, no sus plantas, aun cuando tengan en su nombre científico al barquero de la muerte.

La creadora de monstruos es la racionalidad instrumental patriarcal –hija de la Ilustración, el pensamiento científico, la religión católica y la ideología colonial–; es el hombre mismo quien ha creado monstruos en todo lo que no logra explicarse dentro de su marco lógico-científico-espiritual. 

Debe ser que tomé como ejemplo dos textos escritos por hombres. Debe ser porque durante muchos años el ámbito científico y el ámbito público fueron dominios del varón. Lo anterior me lleva a considerar que no es el sueño de la razón el que produce monstruos, ni la fantasía. La creadora de monstruos es la racionalidad instrumental patriarcal –hija de la Ilustración, el pensamiento científico, la religión católica y la ideología colonial–; es el hombre mismo quien ha creado monstruos en todo lo que no logra explicarse dentro de su marco lógico-científico-espiritual. De igual forma, el arte nos presenta cómo la fantasía, en unión con la razón, es capaz de crear monstruos y no maravillas, solo que estos en apariencia son una suerte de híbridos entre lo natural y lo artificial. El arte revela que la verdadera monstruosidad yace en el alma del hombre como artífice de la ciencia.

El hombre occidental es el monstruo (bajo la máscara del misionero o del hombre de ciencia). Él es quien ha negado que los árboles y las plantas tienen alma, inteligencia o voluntad. Más sabios son los nativos, los afrodescendientes, los artistas que denuncian los prejuicios colonialistas, pues reconocen en las plantas inteligencia y sensibilidad, de igual forma que los demás seres vivos. Son las plantas, los seres que se le escaparon a Goya en su grabado. Finalizo apropiándome de una afirmación de Stefano Mancuso para convertirla en una pregunta: ¿“Somos mejores porque nuestro gran cerebro nos permite hacer cosas que a otras especies les resultan imposibles”? La verdad, no lo creo.

(1) Texto proporcionado por Marcelino Ángel R. en Amacayacu, durante el mes de enero de 1990. En: Instituto Caro y Cuervo, 2000, p. 302.


Bibliografía

Cabrera, L. (1993). El monte. La Habana: Editorial Letras Cubanas.
Gumilla, J. (1791). El Orinoco ilustrado y defendido (Vol. II). Barcelona.
Instituto Caro y Cuervo. (2000). Lenguas indígenas de Colombia. Una visión descriptiva. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo.
Lugones, L. (1906). Viola Acherontia. En L. Lugones, Las fuerzas extrañas.
Mancuso, S. (2020). La nación de las plantas. Barcelona: Galaxia Gutenberg.



*Adriana González Navarro
Filósofa. Magíster en Estética e Historia del Arte.



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Las opiniones expresadas en www.librosyletras.com son responsabilidad exclusivas de su autor.

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