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Ni una menos...

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Ni una menos





Por: Álvaro Mata Guillé*


“Las mujeres, cuando piensan fuera del patriarcado, añaden ideas que transforman el proceso de redefinición. Mientras que tanto hombres como mujeres consideren “natural” la subordinación de la mitad de la raza humana a la otra mitad, será imposible visionar una sociedad en la que las diferencias no connoten dominación o subordinación. La crítica feminista del edificio de conocimientos patriarcales está sentando las bases para un análisis correcto de la realidad, en el que al menos pueda distinguirse entre el toro y la parte.


La historia de las mujeres, la herramienta imprescindible para crear una consciencia feminista entre las mujeres, está proporcionando el corpus de experiencias con el cual pueda verificarse una nueva teoría, y la base sobre la que se puede apoyar la visión femenina. Una visión feminista del mundo permitiría que mujeres y hombres liberen sus mentes del pensamiento patriarcal y finalmente construyan un mundo libre de dominaciones y jerarquías, un mundo que sea verdaderamente humano”

Gerda Lerder.



El ocho de marzo,
las mujeres de todas partes del mundo, masivamente toman las calles y alzan su voz, como lo han venido haciendo, desde hace muchos años, en contra de la jerarquía cultural sostenía por la misoginia, que las convierte en “bebés”, en “princesas”, en fantasmas. Cultura que utiliza para su propósito todo aquello que destruya la igualdad, las atrape, las condicione, las nulifique: “familia”, “madre”, “hijos”, “lo femenino”, la “pureza”, la “virgen”, lo “virginal”, “el amor eterno”, “la pareja”, lenguajes, categorías, símbolos que propician no sólo que no tengan un cuerpo propio –como la habitación propia que buscaba tener Virginia Wolf, para estar sola y narrarse, para desprenderse de todo y encontrarse consigo misma– tampoco alma, ni destino.


La agresión psicológica como física –el castigo, la tortura, el control– pretende inhibir su voluntad, sometiéndolas a la jerarquía cultural del padre-hombre-cazador-esposo-novio que prevalece posiblemente desde la aparición del sedentarismo, cuando nos establecimos en territorios, definimos límites, enemigos y propiedades, también los valores y las jerarquías.

Si queremos que no sigan matando a las Allison, Ana, Juanita, Lucía…, indudablemente será necesario reformular los referentes que construyen el lenguaje –los símbolos, las imágenes, la relación social, las jerarquías, los paradigmas–


Golpes, mutilaciones,
enclaustramientos, femicidios, conforman el catálogo de respuestas, que al igual que las dictaduras o los fascismos, reprimen buscando obtener el apego a las normas que se deberán seguir sin reparo, el dominio que somete al esclavo-esclava, lo censura y lo hace ser parte y legión, como también imponen, excluyen, asesinan, en este caso a las mujeres –como lo hizo la inquisición con las brujas, las hechiceras que se trasladaban por los cielos, persiguiéndolas, torturándolas, hasta quemarlas vivas en la hoguera, reprimiendo a las que hablaban con la pluralidad del entorno y consigo mismas, con las diversas voces que constituían las entidades paganas apartándose de la verdad de un dios único, el dios-hombre verdadero–, a las disidentes. Castigo, censura, supresión, mutilarlas, como sigue sucediendo con las mujeres que levantan la voz –las brujas, las hechiceras contemporáneas, las descarriadas, las que escapan del encierro, del claustro, de lo estéril– que gritan manchando edificios, se reúnen para protestar o por ser simplemente ellas, porque salen, hablan, se visten o se peinan como quieren, porque salen solas y camina por la calle.


Los referentes que han regulado la jerarquía de supeditación entre lo masculino y lo femenino, se reproducen –mutando– hasta nuestros días, desde hace varios miles de años, desde los albores de la agricultura, cuando se intervienen los sembradíos y se controlan las cosechas, cuando se apacigua al-la nómada, dejando de migrar en busca de comida y construyendo su cobijo. No es nueva, es una larga la tradición de suprimir-inhibir-someter-mutilar el cuerpo, la voluntad, el destino de la otra, de desaparecer el otro sentir-percibir-descubrir, lo que obliga, si queremos reformular la sociedad realmente, que se construya un mundo libre de dominaciones y jerarquías, un mundo que sea verdaderamente humano, un mundo de personas.

Ni una menos





Si queremos
que no sigan matando a las Allison, Ana, Juanita, Lucía…, indudablemente será necesario reformular los referentes que construyen el lenguaje –los símbolos, las imágenes, la relación social, las jerarquías, los paradigmas–, a reformularnos, a ser otros-otras: humanos-humanas, personas, de tal suerte, que el hombre –los hombres–, acostumbrado a llamar diálogo a su monólogo, al soliloquio unilateralidad que desprecia la opinión –el pensar, el sentir, la percepción– de las mujeres, deberá guardar silencio y escuchar (deberemos guardarlo, si realmente creemos y queremos ser parte de esa transformación), puesto que es una época para aprender y tratar de comprender (si quiere verdaderamente comprender), que la transformación social –su reformulación, la redefinición de las bases que procuren una igualdad hacia lo humano-plural, hacia lo humano-distinto, hacia lo humano otra-otro–, por primera vez en la historia, desde la aparición del sedentarismo, es una revolución que no está encabezada por ellos, por los hombres, los que han –hemos- tenido voz, preeminencia, cuerpo, voluntad, ventajas, destino, jerarquías.


ÁLVARO MATA GUILLÉ
*ÁLVARO MATA GUILLÉ
Poeta, ensayista, gestor cultural, dramaturgo. 
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