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"Pan de avena", un cuento de la escritora Mima Peña

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"Pan de avena", un cuento de la escritora Mima Peña



La escritora colombiana Mima Peña acaba de publicar, bajo el sello de Taller de Edición Rocca, el libro Once Desencuentros en el que rinde homenaje al cuento a partir de la recopilación de once relatos breves que con un lenguaje preciso, descriptivo e irónico

“El juego”, “Pan de avena”, “Baño vespertino”, “No pueden ser iguanas”, “Amén”, “¿Alguna otra cosa?”, “Vamos a comer ponqué” y “El señor Suescún” son algunos de los títulos que hacen parte de este libro, los cuales recogen el trabajo creativo de los últimos seis años de la autora.

El escritor colombiano Ricardo Silva, autor del prólogo, comenta sobre el libro que los lectores tendrán «en sus manos un catálogo de personajes maravillosos con vocación de personas- y una suma de finales definitivos que nos recuerdan que sólo somos seres humanos… Once Desencuentros nos lleva once veces al barranco: a veces nos lanza y a veces nos pone a ver».


A continuación un fragmento del cuento "Pan de avena" que la autora comparte con los lectores de Libros & Letras:


Para aguantar la espera mientras me llaman de la clínica, hago pan, la receta es de un pan de avena que supuestamente hace Uma Thurman. Mido la harina en una taza y al echarla en una vasija cae en bloque y hace un ruido suave, pf y crea una nube blanca. Imagino la casa de Uma Thurman, en Santa Barbara supongo, aunque no lo se… los techos son altos, hay un ventanal inmenso tras el que se ve el Océano Pacífico, oscuro, con unas olas que se ven chiquitas desde el sofá de Uma, pero que de más cerca deben ser enormes y furiosas. No se cuanto son diez gramos de levadura, seguramente las mujeres que son mamás saben de gramos y de onzas, pero yo no lo soy, y me parece muy poquito, entonces hecho mas. Vierto el agua tibia con la levadura sobre la harina y agrego la avena mientras imagino la sala moderna por donde corren alegres y descalzos los niños de la actriz. Tengo que controlar la anarquía que sucede en mi cabeza, meto las manos entre la masa pegajosa, pero sigo pensando en que yo sería una mejor mamá que la loca de la Uma. Ali, me dice Luis, te llaman.

Luis y yo estamos casados hace ocho años, no se cómo decir cuanto lo amo sin sonar cursi, pero lo amo demasiado, así es, tiene puesta una camiseta destejada y unos pantalones viejos y ahora que pasamos todo el tiempo en la casa, a causa de la cuarenta, siempre anda descalzo, como los hijos de Uma. En las manos trae mi celular, dice que es la clínica de fertilidad. Con un cuidado exagerado que quisiera que no tuviera y con una expresión de ilusión que quisiera que no hiciera, acerca el celular a mi oreja. Amaso con los nudillos mientras oigo que una mujer dice algo sobre la calidad de los embriones y que debo ir a la clínica inmediatamente.

Vivimos en el tercer piso de un edificio de tres pisos, en el apartamento de abajo vive Paco, el papá de Luis. Paco tiene un restaurante de comida italiana que está cerrado por culpa del coronavirus y ahora se la pasa haciendo cuentas y viendo deportes, golf sobretodo, en la sala de nuestro apartamento porque Cristina su novia, que es unos años menor que yo, no resiste su olor. La verdad es que no resiste nada de Paco.

Portada del libro Once desencuentros de Mima Peña
Portada del libro Once desencuentros de Mima Peña



Paco nos invitó a comer a su restaurante justo antes de que todo cerrara. Por esos días yo estaba en el pico del tratamiento con hormonas para producir más óvulos y me sentía constantemente acalorada y con unas ganas violentas por comer lo que fuera; patas de pollo, pan con mantequilla y mermelada, papel higiénico, a Cristina. No siempre eran ansias negativas, a veces del amor por Luis también sentía ganas de morderlo, y también a la tierna pantorrilla de la hija de mi hermana. Antes de que el mesero hubiera terminado de poner las bandejas en la mesa, tomé varios calamares fritos y me los tragué. Paco, con la parsimonia que usan las personas que hacen algo que ya han hecho en momentos similares, servía vino, levantaba la copa y la sostenía en el aire mientras miraba a Cristina, extasiado. Le sonrió por tanto tiempo, que por primera vez noté los dientes tan grandes que tiene. Ella le devolvió la mirada, pero con odio, también por demasiado tiempo, sus cejas negras tienen la forma de dos perfectos arcoiris, qué tal la cagada, dijo, mientras se tocaba la barriga ancha y abultada, hasta aquí llegó mi carrera.

—Cantar en bares y restaurantes no es una carrera, susurró Paco.

—Es lo que hago para financiar mi carrera, contestó ella, además; respeta.

—Cris…

—“Cris”, ni mierda.


Oigo a Cristina que ensaya sus arias todo el día, la oigo cuando habla con su mamá que está en algún lugar en Venezuela, y con su exnovio, creo, y por la noche oigo las peleas con Paco hasta que él sube a acomodarse en nuestro sofá. Hace unas noches llegó furiosa tras él, tenía el pelo amarrado en una moña que parecía el nido de un halcón, coño, Paco es qué no entiendes, gruñó, no sabes lo importante que es para mi ir a ese programa en Berlín.

Hay pocos carros en las calles. La única enfermera de turno me recibe. Luis me abraza y siento confianza en que esta vez si va a funcionar. La mujer me lleva a un vestier, me quito la ropa y me pongo una bata azul, la sigo hasta un cuarto estéril y me dice que me acueste en la camilla. Le sonrío nerviosa pero ilusionada de que el momento por fin ha llegado. Este es el último intento. La mujer me ayuda a poner los pies en cada uno de esos estribos que tienen las camillas de ginecología, levanta la bata, me echa un chorro frío sobre la barriga y entre las piernas, y me restriega como si fuera el motor de un carro. Termina de limpiarme, da un golpe en la pared sobre el interruptor y una lámpara de luz blanca se prende sobre mi cuerpo e irradia insoportablemente en mis ojos. Oigo los pasos antipáticos de la mujer alrededor de la camilla, mueve objetos, entra y sale de la sala, me ignora por mucho tiempo. Seguramente vive con su hermana, por las noches deben repetir los mismos cuentos sobre el tipo que les gusta a ambas, mientras se emborrachan con aguardiente. Por fin me habla, dice que el doctor está en una comisaría porque de camino a la clínica, unos policías lo detuvieron, y al parecer, aún no ha hecho el trámite para inscribirse como médico en el sistema de información nacional. Luego añade con la misma candidez, que el laboratorio informa que el único embrión que estaba madurando bien, dejó de dividirse, que está muy débil, que ya le avisaron al doctor y que manda decir que ni siquiera vale la pena implantarlo… En ese punto dejo de tratar de entender las explicaciones y luego ya ni siquiera oigo su voz. Quisiera gritar, y de paso insultar a la desconsiderada, borracha, hijadeputa, pero ni siquiera soy capaz de abrir los ojos. Y es curioso porque en medio de semejante desilusión, no abandono mi sueño, en cambio es como si un instinto muy primario parecido al pataleo de los que se están ahogando, se avivara, y ahí derrotada en la camilla, con las piernas abiertas, la idea nebulosa que hace meses ronda por mis pensamientos toma más forma. Cristina va a ser el palo de salvación.

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