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Spanglish. Apuntamientos para resolver (envolver) un dilema

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Spanglish. Apuntamientos para resolver (envolver) un dilema




Por: Luis Fernando García Núñez*


Spanglish es una película, escrita y dirigida por James L. Brooks. Se estrenó el 17 de diciembre de 2004 y, sin decir mucho, nos lleva por el laberinto de alguien que se enfrenta con un idioma desconocido, que “tiene” que aprender, para sostener una relación fluida con un mundo que la acoge y la sintoniza con otra realidad. La otra realidad. Es posible que sea un poco más, pero esta película, y muchas controversias que motivan los idiomas y su enseñanza, indican que el problema va más allá del simple aprendizaje de otra lengua. Aprender inglés hoy es más importante que sumar y restar bien. Eso viene por añadidura. No importan el verbo, ni el adjetivo ni el sustantivo, importan los mensajes, sobre todo las propagandas, ni siquiera importan las ideas. ¡Y ya!


Antes, hace unas décadas, aprender francés, el idioma de la diplomacia, era casi que obligado para ciertos sectores sociales: Monsieur, madame, madeimoselle, oui,… con un sentido excluyente y racista. Pero, curiosamente, no son el inglés o el francés las lenguas con más hablantes nativos. El chino y el español ocupan el primero y segundo lugar, respectivamente. El chino tiene más de mil doscientos millones de hablantes nativos. El español cerca de 450 millones. En algunas estadísticas el hindi es el segundo con más hablantes nativos, más de 600 millones, y el árabe alcanza los 300. El inglés, no obstante, es considerado la tercera lengua nativa con más de 380 millones. Al emperador Carlos V le atribuían esta máxima: “Se debe hablar a Dios en castellano; a los hombres en francés; a las mujeres en italiano, y a los caballos en alemán”.


En Colombia, dice la ONIC, se hablan 70 lenguas: el español y 69 maternas, y entidades como el Instituto Caro y Cuervo o la Universidad Nacional –también los Andes– luchan denodadamente porque no desaparezcan.


Las cifras, no obstante, apenas vislumbran una parte de una realidad que cambia todos los días. Cientos de idiomas, de los 7.100 que se calcula existen en este planeta, según un reciente estudio del Washington Post, apenas tienen pocos hablantes, uno o dos. En Colombia, dice la ONIC, se hablan 70 lenguas: el español y 69 maternas, y entidades como el Instituto Caro y Cuervo o la Universidad Nacional –también los Andes– luchan denodadamente porque no desaparezcan. Ahí está Lenguas indígenas de Colombia. Una visión descriptiva, del Caro y Cuervo, el más completo estudio que se ha hecho en el país sobre las lenguas nativas. También es importante el ya clásico Atlas Lingüístico de Colombia, ALEC, la investigación más importante sobre el español hablado en Colombia, un trabajo de la dialectología, también desarrollado por el Instituto Caro y Cuervo, que cumple 60 años de fecundo y casi ignorado trabajo científico. Es uno de los centros de estudios filológicos más importantes de habla castellana.


El tema, sin embargo, va un poco más allá de las estadísticas interesantes y llamativas –que se deben conocer para establecer, con cierto rigor, las relaciones históricas, sociales y políticas que están en el trasfondo de la difusión y el uso de las lenguas–. Miguel de Unamuno decía en junio de 1933, en un artículo publicado en Ahora, que “La lengua encierra toda la tradición de un pueblo, incluso las contradicciones de esa tradición, toda su religión y toda su mitología”. Los descubridores de América, como todos los que descubren y conquistan pueblos, destruyeron culturas en las que las palabras eran de una extraordinaria riqueza semántica y simbólica. La lengua –y de contera la religión– son fundamentales en la construcción de la unidad de un Estado –bien que lo entendió Felipe II– y eso le ha costado al mundo la desaparición de cientos de ricas y avanzadas culturas, en las que la lengua tenía profundos y simbólicos significados y amplias interpretaciones de la vida y la naturaleza.


Hans Hörmann dice en Querer decir y entender. Fundamentos para una semántica psicológica que “El modo específicamente humano de existir y convivir se caracteriza, en gran medida, por dos actos, de los que solo poseemos un conocimiento científico muy insuficiente: el de querer decir y el de entender”. Y agrega luego que


Por supuesto que en el fenómeno del tener lenguaje, todos somos conscientes de que en el lenguaje y con él nos referimos a algo y entendemos algo; pero cuando buscamos una aclaración científica de qué significa ‘referirse a’ y qué significa ‘entender’, y qué es ese ‘algo’ que se mienta y entiende, entonces se encuentra uno, bien con un aparato conceptual terminológico bastante unitario, pero que en modo alguno hace justicia a los diversos aspectos del fenómeno, bien con una serie completamente heterogénea y divergente de formas de percepción y análisis que se aducen, desde frentes lingüísticos, filosóficos o psicológicos, sin la menor consideración de las posiciones de los demás.

Esta consideración de Hörmann permite aclarar algunos discernimientos de los problemas que acarrea el decir y el entender, esenciales en el reconocimiento del inmenso valor cultural que tiene un idioma y lo que él significa para un hablante nativo. Además, los sentidos políticos que lo embargan, que han llevado a prohibir y castigar por hablar en determinada lengua o dialecto, produjeron en marzo de 2017 los Derechos lingüísticos de las minorías lingüísticas. Una guía práctica para su aplicación. El propósito de la Guía

es ayudar a los encargados de la formulación de políticas y a los titulares de derechos a entender en su totalidad el alcance de los derechos lingüísticos de las minorías, de cara a su implementación en la práctica. Está orientada a apoyar los esfuerzos para lograr un equilibrio entre el idioma o los idiomas oficiales de un Estado y la obligación de dicho Estado de utilizar o respetar las preferencias lingüísticas de las minorías. La protección y la promoción de los derechos lingüísticos también pueden contribuir a preservar la diversidad lingüística en el mundo.


La defensa de una lengua impone, por lo tanto, el desarrollo de principios que promuevan el respeto por el idioma (referido a la nacionalidad) y los dialectos originarios de los pueblos. No obstante, en un mundo tan conectado, buena parte de los esfuerzos que se hacen para defender el derecho lingüístico de las minorías –y a veces no tan minorías– se ha disipado porque, casi sin quererlo, se ha impuesto un lenguaje universal que contrasta con unos universos significativos de alcances globales. Marcas reconocidas, y grandes emporios técnicos, han originado un lenguaje que ha empobrecido el léxico y lo ha reducido a expresiones sin valor semántico, sin riqueza filológica y etimológica, pero con una notable trascendencia en los colectivos humanos.


La defensa de una lengua impone, por lo tanto, el desarrollo de principios que promuevan el respeto por el idioma (referido a la nacionalidad) y los dialectos originarios de los pueblos.


Whatsapp, Google, Facebook, Twitter, Instagram, por citar los más famosos, han hecho un recorrido lingüístico interesante. Algunos de estos sustantivos se han verbalizado y hoy no es difícil oír googlear o guglear, conjugado en los tiempos y modos más frecuentes del español. El Observatorio de Palabras de la RAE dice que “La grafía googlear es un híbrido formado a partir del nombre inglés Google y la terminación española -ear. Es preferible usar la adaptación gráfica guglear. Aun así, hoy sigue siendo más normal la construcción buscar en Google”.


Es importante observar que ciertos giros de estas palabras se han adaptado a la fonética y la ortografía del español. “Un lenguaje puede funcionar como lenguaje, porque opera con signos”, dice Hörmann, lo que quiere decir que “Es signo aquello que nos induce, movidos por los sonidos del lenguaje y, por así decirlo, ‘a través de ellos’, a entender, a saber y, eventualmente, a hacer lo que el hablante quiere decir al expresar estos sonidos lingüísticos”. Todo el andamiaje lexicográfico se va construyendo con la participación de los usuarios de la lengua que reducen estas expresiones –el léxico fundamental del hablante–, que nunca han sido extensas y se limitan a unas pocas palabras de las muchas que tienen los idiomas. El número de voces que tiene el español, para citar un ejemplo muy próximo, puede pasar de las cien mil en el Diccionario que se consulta todos los días, pero las utilizadas por los hablantes no alcanzan las dos mil. Quizás esas sean muchas.


Esa reducción del léxico empobrece la dinámica comunicativa y le resta valor a la formación de un pensamiento analítico y crítico, debilita las competencias comunicativas y el proceso creativo se entorpece con una serie de muletillas y de conjunciones o interjecciones que cubren la pobreza del vocabulario. Esos largos silencios en las entrevistas o esa reiteración de términos y de ideas, permean una comunicación rica en expresiones y en tonalidades lingüísticas que le dan sentido a la lengua. Como siempre, es importante acudir a los clásicos y es muy recomendable volver a leer el Cratilo de Platón, que es un antecedente de la teoría del signo lingüístico. C. K. Ogen y I. A. Richards, en El significado del significado. Una investigación acerca de la influencia del lenguaje sobre el pensamiento y de la ciencia simbólica, publicado en 1954, decían:

La teoría de Platón acerca de las Ideas o almas nominales, la recibió este de los pitagóricos; pero además, como espíritu científico que era, estaba continuamente encarando el problema de los nombres y su significado como una de las investigaciones más difíciles que podían presentarse.


Hoy, tantos siglos después, superados los problemas que tuvo Platón gracias a los novedosos y sorprendentes estudios de la lingüística del suizo Ferdinand de Saussure, y a los suscitados por el análisis del discurso, la psicología y la semántica chomskiana, podemos entender que se hace indispensable recuperar el enfoque verbal para la construcción de un pensamiento crítico y, ante todo, de una lectura crítica que demuestre que se ha aprendido, que el conocimiento no se ha convertido en una memorización de las teorías de los maestros y que se puede construir un discurso renovado y creativo con suficiente responsabilidad y criterio.

Volviendo al Cratilo es pertinente citar esta parte del diálogo:


Sócrates – […]. Más ahora, dime, ¿cuál es la virtud de los nombres, y qué bien debemos decir que producen?
Cratilo – Creo, Sócrates, que tienen el poder de enseñar, y que es absolutamente cierto que el que sabe los nombres sabe igualmente las cosas.



Sí. El que sabe los nombres sabe igualmente las cosas. Una afirmación que se debe repetir para entender algunos de los doloridos problemas de la comunicación, de esa multiplicada información que esparcen miles de medios, las redes sociales, los influenciadores, los propagandistas, los publicistas. Un principio cardinal del conocimiento de una lengua es su relación con las cosas. Está dicho todo. No obstante, muchas de las cosas que ahora oímos no las conocemos debidamente. Hay un engaño, infortunado, una traición fríamente calculada del hablante (hablador) que retuerce, con insistencia, los significados y les quita su verdadero sentido.


“A veces la mudanza del nombre de los objetos, basta para mudar los sentimientos de los hombres. Los romanos aborrecían el nombre de rey, y toleraron los de dictador y emperador”. ¿Qué nos falta? Hoy muchas palabras han sido adulteradas. Ya no se puede confiar en la palabra dada. Esta ha perdido su valor y su fuerza: “dejar de hacer lo que se ha prometido u ofrecido”, dice el Diccionario.





Todo este vocabulario técnico ha sumado nuevos criterios, en ocasiones falsos, al designio de los señalados significados. No es el “Empeño que hace alguien de su fe y probidad en testimonio de lo que afirma”, como dice la quinta acepción del Diccionario, sino una revisión a las permanentes alteraciones de los sentidos que, según el curso de los hechos, se le va dando al discurso. “Así, algunas conversaciones transcurren totalmente inconexas o tienen como única ligazón las asociaciones encadenadas entre sí. Una palabra tira de otra, pero no hay una forma que determine el curso y la dirección de las palabras”, dice Wolfgang Kayser en Interpretación y análisis de la obra literaria.


Ese curso y dirección de las palabras se pierde en efectos sin valor significativo y simbólico, y los nuevos textos dicen poco, son textos fríos y desconocidos que el lector no necesita interpretar porque están sujetos a imágenes simples, sin dimensión crítica y creativa. Las competencias comunicativas se pierden en pequeñas frases, a veces ostentosas, que dicen poco y reducen todos los campos de la comprensión y de la creación de un discurso nuevo, ocurrente, atractivo y significativo. Se abre, además, el camino para el plagio, para el robo de ideas, para la copia deshonesta y perversa. O el camino para no escribir, para no decir nada porque “no tengo nada que decir”.


Es una incitación –valida y necesaria– al texto breve, con pocas palabras, que piden los publicistas, a la pobreza de los eslóganes que se usan en toda clase de campañas, a la permanencia de una imagen que dice poco o nada y que, extrañamente, deja al lector sin palabras, le roba el arsenal de ideas que debemos tener los seres pensantes…, casi desde que empezamos a tener uso de razón, y se vuelve grito y proeza y arma ‘ideológica’. Todo en 150 caracteres mal escritos, sin profundidad simbólica, sin sentido, sin valor creativo o crítico. O todo en párrafos que se pierden en un tormentoso vendaval de palabras que no alcanzan a presentar una idea… completa y descifrable. Leíble y agradable.


Sí. Todo expresado en un spanglish que ha invadido la soberanía de varias lenguas ricas en expresiones y símbolos. Todo dicho sin sentidos profundos que representen un discurso coherente y con significados. A veces solo un lenguaje de marcas y expresiones publicitarias que invaden los medios de comunicación y las redes sociales. Que asaltan el discurso de dirigentes y dirigidos, niños, jóvenes y viejos. Sí, asaltan al hablante para dejarlo sin palabras, para empobrecerle su vocabulario, para negarle miles de bellas señales con extraordinarios significados, con profundos valores retóricos. Se pierden las metáforas y los símiles en la vacuidad de una comunicación enterrada en el, tantas veces citado, dilema de la realidad y del consumo, de la objetividad, esa perniciosa mentira que tantos estropicios ha logrado.


Adenda: Una particular, y necesaria afirmación que parte de Werner Beinhauer en el prefacio a la primera edición alemana de El español coloquial, dice que quien niegue la trascendental importancia del lenguaje coloquial,

precisamente también para el estudio de la literatura, olvida que la lengua –incluso de poetas y literatos y aun de eruditos, sobre todo los de habla española– arraiga profundamente en el subsuelo del lenguaje familiar y popular, del que se nutre a diario. Por tanto, solo será capaz de sentir, captar y apreciar las últimas intenciones y exquisiteces incluso de un lenguaje artístico, quien conozca también la materia prima de que este está amasado, o sea, la lengua del pueblo, del ambiente en que vive el artista, la que este mismo habla a diario. Es más: no me recato en afirmar que quien no está debidamente familiarizado con el lenguaje coloquial, tampoco puede dominar realmente la lengua escrita.

Y agrega

es que el arte –insisto en el vocablo– de manejar bien una lengua, no se desenvuelve bien en los eriales de lo puramente teórico –por lo demás, también necesario, ¡qué duda cabe!–, pues rebasa con mucho los límites de lo meramente captable y registrable por la inteligencia y la memoria. Este arte, cimentado sobre la base del saber intelectual, necesita, para que merezca el calificativo, algo superior a todo entendimiento: tiene que ser sentido; quiero decir que todos esos ‘conocimientos’ tan útiles y necesarios tienen que ser vivificados por el aura o espíritu particular del respectivo idioma y sus hablantes. Si las reglas gramaticales de una lengua necesitan ser comprendidas, sus particularidades estilísticas e idiomáticas, a más de ser comprendidas tienen que ser intuidas y sentidas.


Sí. El que sabe los nombres sabe igualmente las cosas. ¡Eso es todo!



Una bibliografía inicial


Beinhauer, W. (1978). El español coloquial, 3ª. ed. aumentada y actualizada, Madrid: Gredos [versión española de Fernando Huarte Morton].

Hörmann, H. (1982). Querer decir y entender, Madrid: Gredos [versión española de A. Agud y R. de Agapito].

Kayser, W. (1970). Interpretación y análisis de la obra literaria, 4ª. ed. revisada, Madrid: Gredos.

Ogden, C. K. y Richards, A. (1954). El significado del significado. Una investigación acerca de la influencia del lenguaje sobre el pensamiento y de la ciencia simbólica, Buenos Aires: Paidós [Versión castellana de la décima edición inglesa de E. Prieto].

Platón. (1976). Cratilo o del lenguaje, en Diálogos, 16ª. ed., (pp. 249-294). México: Porrúa.


*Luis Fernando García Núñez.


Periodista, profesor y escritor.
Colaborador literario de Libros y Letras
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