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La escritora Vanessa Londoño habla sobre "El asedio animal"

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Vanessa Londoño, escritora colombiana
Vanessa Londoño, escritora colombiana (Fotografía por Pablo Concha)



Fantasmas sin reposo


La escritora Vanessa Londoño nos cuenta sobre el arduo proceso creativo que ayudó a dar vida a su primera novela.


Por: Pablo Concha*



Decir que Colombia es un país violento y que muchas personas sufren y han sufrido los estragos de la guerra, es señalar una obviedad. Contemplar de cerca esos destrozos, adentrarse en la psique de alguien que ha sido despojado de su humanidad no es sencillo, ni para el que lee y mucho menos para el que escribe y debe transmitir fielmente lo que implica esa privación. La escritora Vanessa Londoño (Bogotá, 1985) decidió adentrarse en ese territorio tanto físico como emocional para su primera novela, El asedio animal (Almadía, Tusquets, 2021), proyecto que obtuvo en 2017 el premio Aura Estrada, galardón creado en memoria de la escritora mexicana y que se entrega a una autora de 35 años o menor que viva en México, Estados Unidos o Canadá y que produzca narrativa en español.

El asedio animal está dividido en cuatro partes o capítulos, cada uno narrado por un personaje distinto, habitantes de un pueblo llamado Domingo Dó (con el trasfondo del mar Caribe), donde la violencia ha arrasado tanto el territorio físico, corporal y espiritual de todos. Cada uno de estos personajes, casi presencias etéreas o ánimas en pena, narran con una voz particular la violencia de la que fueron objeto y tratan de entender de alguna manera el devenir de su existencia. Esa desolación es acentuada hábilmente por ciertas imágenes que se repiten, por la voz hipnótica que narra y cambia de registro en medio de la orfandad que parece encapsularlos a todos. Alain recuerda cuando era un niño y mantenía una relación sexual (posiblemente un abuso, aunque nunca se determina) con Lásides, un escritor con afición por los muchachos que habita una casa utilizada por los paramilitares como matadero. Alain es hijo de una india a la que le cortan las piernas por usar botas de caucho, algo prohibido ya que las mujeres deben ir descalzas. Yarima, a quien un jefe paramilitar/guerrillero apodado El Torero la quiere violar y la acosa sin tregua. Y una narradora sin nombre a la que le cortan la mano los Rastrojos porque la culpan del robo de unas reses.

Estos personajes, cada uno víctima de alguna mutilación o vejamen, narran su pueblo, el asedio que vivían, su historia en medio del dolor y la orfandad, tratando de llegar a una especie de entendimiento mientras cuentan su historia.

La memoria es también uno de los temas importantes del libro, la cualidad líquida de la memoria y cómo la realidad la altera: “Entonces me cuestiono si en esa época fui feliz; me pregunto si esas imágenes en verdad constituyen momentos de alegría legítima, o si son más bien apegos a una época menos triste y llena de hechos que se originan en una deficiencia en la memoria”.


Pablo Concha y Vanessa Londoño
Los escritores Pablo Concha y Vanessa Londoño


En este ejercicio de ficción también hay un territorio donde habitan unos personajes o unos fantasmas que pueden ser pensados como indígenas dentro del texto, y me interesa porque son precisamente los ciudadanos colombianos que están más excluidos y el centro le está permanentemente temiendo a ese asedio.
 

En el marco del Hay Festival de Cartagena 2022, hablamos con Londoño sobre cómo El asedio animal cobró vida:


—¿Qué tanto cambió el proyecto que fue presentado inicialmente para el premio Aura Estrada en relación con El asedio animal publicado el año pasado por la editorial Almadía de México?


El cambio más fundamental, que hizo que el libro mutara de Los impares (título original del proyecto) a El asedio animal, es que yo hice un trabajo cartográfico cuando entendí que el territorio iba a ser el personaje principal de esta novela. Ahí Los impares pasó a volverse El asedio animal porque cambió la perspectiva, cambió el ejercicio de escritura y se volvió un ejercicio cartográfico.
 

—¿Lo principal fue el territorio?


La forma como lo pienso es que acá hay un ejercicio de cartografía donde se delimitaron unas fronteras y ese ejercicio no solamente ilumina un territorio, sino que además se convierte en un ejercicio de excluir lo que queda por fuera. Y aquí en el territorio habitan los personajes que lo que hacen es transitar las distintas cronologías de sus propios recuerdos, pero siempre ese trasegar dentro de ese territorio y su relación con él y la forma como este se impone sobre esos personajes se volvió el tema principal de la novela o el personaje principal.
 

—¿De dónde viene el título del libro?


Hay una declaración política, de usar al animal como símbolo político. Hay un libro que se llama Formas comunes de Gabriel Giorgi, y lo que él hace es un rastreo de cómo el animal en Latinoamérica es usado como símbolo político de lo que está por fuera del sistema. Para explicar la animalidad en Latinoamérica recuerda un episodio que sucedió en Brasil durante la dictadura de Getúlio Vargas: hubo un perseguido político que torturaron y metieron a unos sótanos dentro de una estación de policía, no se sabía nada de él, y su abogado finalmente después de interponer miles de habeas corpus lo que decide es interponer un recurso por violencia animal, por tortura animal, y de esa forma logra restituirle la humanidad a su cliente porque las condiciones en las que vivía estaban incluso prohibidas por la ley de protección animal… Lo que pone de presente es que el cuerpo de este preso político se volvió ilegible para el sistema porque ya no lo reconoce e interponiendo este recurso, a través de la animalidad, le restituye su humanidad.


—Era menos que un animal para el Gobierno.


Exacto. Que es nuestra realidad también. Y lo que quise hacer precisamente fue hablar de toda esa animalidad que está por fuera y que está asediando el centro permanentemente.


—¿Cómo trabajó la estructura que tiene la novela? Da la impresión de que podría leerse cualquiera de sus cuatro partes como si fueran relatos independientes y su sentido, fuerza o lirismo no se perderían. ¿Fue esa su intención?


Me parece que hay dos formas de ver la novela: como un mapa donde los personajes que yo creo que son casi que fantasmagóricos van recorriendo el lugar, entonces esa capacidad de locomoción de cada personaje sí se puede ver de forma independiente. Otra forma de ver la estructura es como una anatomía porque finalmente la novela también habla de la pérdida de las partes del cuerpo, entonces también esa fragmentariedad tiene que ver con esa idea de la pérdida en sí misma, pero al final del libro se conectan las historias porque uno de los personajes logra recorrer las historias de los otros y va recuperando de alguna forma las partes de los cuerpos de los demás…

—La voz de los personajes varía entre una primera y segunda persona, creando una suerte de efecto hipnótico en el lector, con el cual el horror que se describe y muestra no pierde su fuerza, pero es casi como si se viera en un sueño o realidad alterada. ¿Cuáles fueron esas influencias o lecturas que la llevaron a decidir o adoptar ese estilo?


Finalmente, como es un ejercicio cartográfico, pues tienes que poner un censo de personajes, un censo de hablas en últimas, y esa heterogeneidad del habla, de los personajes o de los fantasmas, también de alguna forma está exponiendo que hay una heterogeneidad de un territorio donde conviven personas muy distintas o fantasmas muy distintos. Ahí el ejercicio más que literario, o de una remisión a una referencia literaria, es de escuchar, porque acá en este país uno escucha españoles muy distintos, apropiaciones muy distintas, formas de hablar muy distintas, en el campo el español se usa de una forma muy plástica, muy linda, y el ejercicio más allá de buscar referentes literarios fue un ejercicio de escuchar otras voces.


—¿Cómo se familiarizó con la cultura india que se describe en el libro?


En este ejercicio de ficción también hay un territorio donde habitan unos personajes o unos fantasmas que pueden ser pensados como indígenas dentro del texto, y me interesa porque son precisamente los ciudadanos colombianos que están más excluidos y el centro le está permanentemente temiendo a ese asedio. Me interesó también porque junto con los afrocolombianos, las comunidades indígenas son las que más han sufrido no solamente el conflicto armado, sino el racismo institucional del estado.


—La mutilación del cuerpo, tanto física como emocional y espiritual, es uno de los temas más importantes de la novela. ¿De dónde surge su interés por esta temática?


Colombia, por el conflicto armado, es un país donde hay muchas personas que han sido mutiladas por la guerra. Los paramilitares solían jugar fútbol con las cabezas decapitadas… es un territorio de ficción que al final espeja un territorio que existe.


Portada de El asedio animal, libro de Vanessa Londoño
Portada de El asedio animal, libro de Vanessa Londoño



En términos de buscar la desolación en Colombia creo que la desolación está en cualquier lado, en Tasajera, en San Onofre, en La Boquilla, en la misma Buenaventura que tiene el puerto más grande del Pacífico, pero es donde más miseria y violencia hay por la ausencia deliberada del estado




—La desolación, tanto del paisaje como del ser humano, causados principalmente por la violencia, están presentes en cada página de El asedio animal. Representación acentuada por imágenes que se reiteran: Larvas que crecen en las frutas del suelo. Los mangos caer, etc. ¿Qué tan difícil fue plasmar ese desamparo en la página?


Fue difícil porque se vuelve tu trabajo y estás conviviendo con tu trabajo todos los días de tu vida, es difícil mantener un texto que está hablando de un lugar desolador, desde el punto de vista personal se vuelve extenuante. En términos de buscar la desolación en Colombia creo que la desolación está en cualquier lado, en Tasajera, en San Onofre, en La Boquilla, en la misma Buenaventura que tiene el puerto más grande del Pacífico, pero es donde más miseria y violencia hay por la ausencia deliberada del estado.


—Y las situaciones más precarias porque no tienen ni agua potable…


Aquí en La Boquilla tampoco. Ya que estamos en el Hay Festival, estamos aquí al lado de un barrio donde ni siquiera hay acueducto… es una desigualdad aterradora. El estado que usa su capacidad de empobrecer comunidades para desalojarlas y favorecer a otros con sus territorios, etc. La desolación lamentablemente en Colombia está en todo lado.


—Debió haber sido muy duro sostener esos sentimientos… ¿Tuvo que hacer pausas en el proceso de escritura para respirar, para salir un poco de ese desamparo? ¿Qué tan difícil fue ese proceso?


Fue muy difícil por muchas razones. Una es la que mencionas, precisamente sostenerse en ese sentimiento, habitar este mapa por tantos años es muy duro; pero finalmente es una dureza es de privilegio porque no lo estoy viviendo yo como sí lo están viviendo muchas personas en Colombia. Pero también porque fue difícil sostener el lenguaje del libro, el ritmo, eso también me dificultó la escritura y me exigió mucho también.
 

—¿Cuánto tiempo tomó terminar el manuscrito de El asedio animal?


Entre cuatro y cinco años.


—¿Cuáles son esos autores/as que usted considera que más han influido en su narrativa?


Elena Garro, para mí es fundamental Los recuerdos del porvenir; Álvaro Cepeda Samudio, La casa grande es una novela que me encanta y me parece que debería leerse más; afuera casi no se lee por ejemplo, acá tampoco, pero afuera no se conoce mucho de Cepeda Samudio. Juan José Saer, Margarita Cavendish.


—¿Qué viene para Vanessa Londoño después de El asedio animal?


Estoy escribiendo otra novela, sobre la vida de mi abuela… creo que contar su vida es un recorrido también por muchas de las violencias estructurales de una sociedad como esta. En eso estoy trabajando.



Pablo Concha, escritor colombiano

*PABLO CONCHA.

Escritor colombiano. Autor de los libros de cuentos Otra Luz y La piel de las pesadillas. Periodista y colaborador literario de Libros & Letras, entre otros medios culturales. 
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