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Reseña. Y nos pegamos la fiesta, de Víctor Alarcón

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Reseña. Y nos pegamos la fiesta, de Víctor Alarcón




Y nos pegamos la fiesta (2021), título publicado por Ediciones Isla de Libros, es una colección de cuentos del escritor venezolano Víctor Alarcón, quien obtuvo en 2012 el Premio Oswaldo Trejo.



Por: Santiago Díaz Benavides*


Aquí yace una sola voz. Es siempre, o eso pareciera, la misma. A excepción de los últimos dos cuentos que componen el volumen de tapas moradas. En estos, hay otra cosa, una fuerza especial, distinta. Son seis en total. Carlitos Fon abre la escena y se cierra con La casa del olvido (el mejor cuento del libro). En el camino, cada cuento va superando un poco al anterior. Uno pensaría que eso sería la obvio en toda colección de cuentos, pero no siempre es así. Hay ocasiones en que, y casi me pasa con este libro, uno tiene la sensación de que todos los cuentos son bastante planos. Qué bueno que aquí el mismo autor supo reivindicarse.


En el primer cuento, Carlitos Fon, se nos presenta la historia de un hombre que es fanático (a reventar) de la vida y obra de H. P. Lovecraft. Este hombre vive por y para Lovecraft. Si antes nos hemos asombrado con los fandoms de Harry Potter o Star Wars, en esta historia todo eso se ve superado. Es que, de verdad, es demasiado. El narrador que nos cuenta la historia tiene una habilidad tremenda para la descripción de personajes y permite que sea demasiado fácil evocar, casi de cuerpo entero, a cada actante que surge durante el relato. La cosa es, y esto se repite en los primeros cuatro cuentos, que este narrador puede llegar a ser incómodo. Se trata de una voz machista, un tanto misógina, cuya forma de expresarse, especialmente cuando aparecen personajes femeninos, es sumamente denigrante. En momentos, me preguntaba si esto se sustentaba por sí solo en cada cuento. La verdad es que nunca me dio esa impresión. Tan solo en este primer cuento, y en el de Saly, el judío errado, esa voz se defendió por sí sola. Tal vez un poco en La ballena negra. Lo cierto es que el tipo incomoda, aunque su intención sea generar risa. El humor negro que utiliza es, por decirlo de alguna manera, soez. Pero detengámonos un poco a pensar. Justo cuando iba terminando el libro se me dio por comentarlo por alguien y manifestarle esta sensación que estaba teniendo con la voz narrativa de las historias. Esta persona me hizo una observación que yo no había tenido en cuenta: ¿Qué tan influenciada por las posturas de lo políticamente correcto está mi lectura? Lo pensé bien y, efectivamente, yo estuve leyendo, en todo momento, con una visión que iba más allá de la construcción interna de cada historia. Yo pensaba, si esto lo leyera una mujer, no se sentiría bien. Si esto apareciera en tal lado, tal cosa. Si yo dijera esto o lo otro, bla bla bla. Siempre estuve leyendo con el qué dirán insertado entre los ojos. ¿Por qué no leer un libro sin ningún tipo de influencia externa más que la luz que llega de la ventana? Pues, bueno, habiendo digerido, y aceptado, esto, puedo decir que varios de los cuentos se salvan, aunque no del todo.

Reseña. Y nos pegamos la fiesta, de Víctor Alarcón




De Carlitos Fon saltamos, entonces, a El Ale. Aquí, nuestro narrador machista nos presenta a un tipo que está obsesionado con los zombis y le tierra aberración a las personas asiáticas. Al igual que Carlitos Fon, este tipo, y el que narra, estudia en Barcelona. Hace un máster (guiño a la carrera que el mismo autor ha llevado), bien sea en Letras o en Artes, y se pasa los días detrás de alguna mujer o de algún tipo con varias mujeres detrás. Probablemente este sea el cuento más flojo de todos. Luego viene La ballena negra, que está a otro nivel. Aquí hay música, trago, sexo y… olor. Sí, hay olor en este cuento. La ballena negra no es como tal un animal. Se trata de una mujer de cuerpo ancho y voz de juglar que expide un olor fuerte de sus caderas. Olor que pareciera alejar a todos los hombres, excepto a uno, y éste termina muerto (¡alerta spoiler!). El final está muy bien planteado y a este punto, el lector ya puede inferir un detalle que es repetitivo en todos los cuentos y que quizá es lo más interesante en el universo narrativo que plantea el autor. Todos sus personajes, o al menos la mayoría, experimentan un viaje que al final termina siendo solo de ida. Casi todos los cuentos terminan con alguien que se va y no vuelve a verse y otro alguien que se queda viendo.


Después de la música y el mal olor de La ballena negra nos encontramos con Saly, el judío errado. Junto al primer cuento, este es el que mejor nos deja ver a su personaje. Lo conocemos desde adentro y logramos conectar con su miserable andar. Este es un tipo al que nada le sale como quiere, un freak venido a menos, además es cojo, fanático de los videojuegos y las sagas de fantasía. El narrador, que es su supuesto amigo, nos hace verlo como si se tratara de alguien insoportable, pero la verdad es que es solo un sujeto que quiere sentirse bienvenido, dejar de ser juzgado. Saly no puede ser él mismo. Eso, en el universo del cuento, está mal, es algo prohibido, y solo encuentra su lugar en el mundo cuando renuncia a su esencia. Vaya mensajito. Lo bueno es que termina mejor que el tarado amigo suyo que nos cuenta la historia.


Y aquí viene lo bueno. En serio. Y nos pegamos la fiesta es el cuento que titula todo el volumen. Aquí hay un despliegue genial de voces, con todo y acentos, de tiempos, de escenarios, de personajes. Es bueno de principio a fin, aunque el principio es más soberbio que el fin. ¿La trama? Un grupo de gente viviendo la vida, buscándosela, y un tipo encerrado en un videojuego en el que el personaje debe hacer constantes regresiones para recrear las vidas de sus antepasados. Entonces, el tipo este empieza a tener la sensación de que su realidad no es tan real y piensa que está viviendo un sueño dentro de otro sueño que está dentro de otro sueño. Y un gringo, o alguien que habla inglés, anda detrás de una chica que no le pone ni media de atención, pero él igual se desvive por ella. Mujeres, alcohol, sexo y Assassin’s Creed (que en el cuento está mal escrito). Una hipertensa narración que le da al autor un crédito muy bueno y con eso entramos al último cuento del libro.


La casa del olvido es la historia que se carga a todas las demás. Aquí, Víctor Alarcón demuestra en serio el nivel de su cuentística. Qué cuentazo este. Hay una familia, y unos gatos, una casa grande, varios niños, son como cuatro, dos de ellos se van del país al crecer, y un perro con instinto asesino en el jardín del vecino. Sangre, pelos de gato, un papá que se deprime y una madre que pierde la memoria. No lo sabemos sino hasta el final, pero todo el cuento es una laguna de recuerdos de esta mujer. Qué cosa. Te caes de la silla.


Al final, Alarcón se reivindica. Creo que eso es lo mejor del libro. Cada relato va in crescendo y eso permite que el lector no se canse y deje la lectura tirada a medio camino. Estos seis cuentos son una muestra de la escritura de este autor venezolano, necio en querer establecer un diálogo cercano con sus lectores (los pies de página que utiliza son geniales), que con el correr de los años va encontrando los caminos más acertados para narrarnos sus ficciones. Yo espero, sinceramente, encontrar otro libro de cuentos suyo y ver la evolución. Aquí terminó, después de todo, pegándose la fiesta y dejándonos a nosotros con la carga de la resaca.


*Santiago Díaz Benavides. Editor y periodista cultural. En Twitter: @santiescribe_

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