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Gabriela Mayer: «Escribir es un encuentro conmigo»

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Un café en Buenos Aires con Gabriela Mayer

Por: Pablo Di Marco* / Argentina

Debe ser cierto que alcanzan unas pocas páginas para descubrir a un escritor. Y a veces, incluso, aún menos. Meses atrás me bastó leer el comienzo del primer cuento de El pasado sabe esperar para no solo descubrir a Gabriela Mayer sino también para desear entrevistarla. Solo me quedaba acordar un encuentro y pedir dos cafés para poder conversar con esa autora capaz de jugar con maestría tanto entre lo real y lo fantástico, como así también entre la ficción y el periodismo.

—Sos autora de cuentos que obtuvieron primeros y segundos premios en diferentes certámenes. Más allá de la felicidad de recibir esos premios, ¿en algún momento los sentiste como una presión a la hora de seguir escribiendo?

G: No, no los sentí como una presión. Más bien al contrario, los percibo sobre todo como un reconocimiento. Cada uno en su momento representó un incentivo. Pienso que si después llega otro premio, genial. Pero, si no llega, voy a disfrutar de seguir escribiendo. Escribir es un encuentro conmigo y casi siempre lo vivo como un momento de gran libertad. Más allá de la frustración que a veces me despierte no dar con la historia que quería o la palabra que buscaba, cuando sí lo logro, cuando escribo un cuento que me gusta, la satisfacción es tanta que de alguna manera borra con el codo lo anterior. Y me ratifica en esa libertad.

—¿El pasado sabe esperar te brindó alguna certeza a la hora de escribir el libro siguiente? Yo soy de la idea de que cada libro es comenzar de cero, pero acá la opinión que importa es la tuya.

G: No, no me dejó ninguna certeza sobre el libro siguiente. Sentí que ese libro cerró una etapa de escritura y después de eso tenía que ponerme otra vez el overol y arrancar de cero, como vos decís. Hace unos cuantos años, con un taller literario que hacía por entonces, fuimos a visitar al enorme Abelardo Castillo a su casa…

—Te interrumpo. Esto es una estafa. ¿Cómo es posible? ¡Yo debo ser el único que jamás puso un pie en la casa de Abelardo! Hablando en serio: son varios los que me cuentan que conocer a Abelardo era toda una experiencia.

G: Sí, ¡la verdad que sí! Resulta que justo en ese taller estábamos trabajando cuentos suyos y surgió la idea de conocerlo. Uno de mis compañeros se animó a llamarlo, le preguntó si nos podía recibir, y enseguida aceptó. Nos atendió con todo el tiempo del mundo, para cultivar ese arte tan hermoso que es la charla, que implica siempre un ida y vuelta sin tiempo. Fue una noche larguísima e inolvidable. Me quedaron grabadas varias cosas. Su humildad sin límites. Como cuando nos pidió nuestras críticas a uno de sus cuentos que acababa de publicarse en un suplemento literario, o nos preguntó ¡a nosotros! qué problemas teníamos a la hora de sentarnos a escribir.

—¿Te acordás alguna otra anécdota?

G: Nos contó la mañana que lo llamó Cortázar por teléfono y él atendió medio dormido y pensó que era alguien que le estaba haciendo un chiste.

—Increíble.

G: ¡Sí! También nos mostró su biblioteca y el sillón donde se sentaba a leer. Y también nos dio una clase magistral sobre la escritura literaria. Conservo los apuntes de esa noche hasta hoy —claro, cómo no iba a tomar notas—. Respecto de lo que preguntabas de cómo comenzar a escribir de nuevo después de publicar, esa noche también nos dio muchísimos consejos. Uno de ellos fue nunca incluir todos tus cuentos en el libro que está por salir, sino reservar siempre un cuento para el próximo, como para no experimentar ese vacío que implica no tener nada nuevo escrito. No pude más que hacerle caso, y lo seguiré haciendo, porque me parece un gran consejo.


—Y volviendo a lo que antes decíamos que escribir algo nuevo es comenzar de cero. Esto también se traslada a la publicación, ¿no? A veces se cree que lograr al fin publicar el primer libro es cruzar una meta a partir de la cual se abren todas las puertas, y no suele ser así. Publicar también suele ser un eterno comenzar de nuevo.

G: Generalmente los editores suelen rehuirle bastante al cuento, porque aseguran que no se vende tanto. Prefieren novela, ensayo o poesía. Pero, así y todo, por suerte hay unas cuantas editoriales independientes que apuestan actualmente al cuento. Acabo de terminar de corregir mi cuarto libro, con dieciocho nuevos cuentos, y espero que pronto tenga su versión en papel. Que, en definitiva, es lo que verdaderamente sueña quien escribe: que su texto, convertido en libro, salga al encuentro del lector.

—Ojalá pronto podamos leerlo. Cambiemos de tema, Gabriela. Sos periodista cultural, ¿qué te aportó ese trabajo tan rico?

G: El periodismo me dio la posibilidad de dedicarme específicamente al área que siempre me interesó, la cultura. Estudié Ciencias de la Comunicación en la UBA. Mientras cursaba, descubrí que era una carrera eminentemente teórica, y la práctica llegó en el día a día laboral. Y el periodismo también me dio la posibilidad de entrar en contacto con escritoras y escritores, intelectuales, artistas, colegas y gente del mundo editorial que admiro, me dio la posibilidad de viajar para realizar coberturas. En definitiva, me abrió las puertas a muchos encuentros y experiencias que fueron absolutamente enriquecedores.


—¿Y qué te aportó el periodismo cultural a la hora de pasar al otro lado del mostrador para escribir ficción?

G: Pienso que me aportó cierta rigurosidad a la hora de trabajar un texto. Dar con las palabras adecuadas, por ejemplo, construyendo así una cierta verosimilitud, tan necesaria en un texto literario. También me dio herramientas para explorar ámbitos que desconozco, pero que puedo investigar para entender y reflejar en mis textos. Mi querido maestro Mario Goloboff muchas veces me preguntaba, divertido, cuando leía mis cuentos: “¿Por qué siempre se te ocurre meterte en mundos tan distintos al tuyo?” Supongo que la respuesta tiene que ver con mi trabajo de periodista. Aunque, con los años, también pude terminar de entender que, a veces, las propias vivencias pueden ser un material literario muy rico, y que no siempre hay que partir en busca de universos tan distintos. Que a veces bien vale animarse a bucear en el mundo propio. También me permitió entrar en otro terreno, mucho más lúdico y libre. Donde una puede sacudirse de la rigurosidad periodística, donde no hace falta ceñirse a las fuentes ni a los hechos. La dinámica es otra, porque en definitiva se trata de imaginar y de jugar en función de la construcción de la historia. Y, en lo posible, disfrutando de la libertad que ofrece ese proceso.



—Intuyo trataste con un buen número de escritores. ¿Es verdad que suelen ser gente egocéntrica, sensible e insegura?

G: Tuve el privilegio de entrevistar a muchísimos escritores y escritoras durante los más de veinticinco años que llevo como periodista, como Juan Villoro, Mario Vargas Llosa, Ricardo Piglia, Claudia Piñeiro, Elena Poniatowska, Sergio Ramírez, Margo Glantz, Carlos Monsiváis, Luisa Valenzuela, Almudena Grandes, Héctor Abad Faciolince y Siri Hustvedt, entre otros. La verdad es que me cuesta generalizar, porque me encontré con una variedad enorme de personalidades y no puedo llegar a una conclusión en este sentido. Dentro de ese arco, hubo de todo. Desde los que se muestran más fríos y escuetos, hasta los más cálidos, que te miran a los ojos y no le escapan a un extenso diálogo. Lo que sí diría es que fueron muchos más los grandes escritores y escritoras que me sorprendieron por su sencillez y humildad, que aquellos o aquellas que me parecieron egocéntricos o me generaron incomodidad al entrevistarlos. Pero, como suele suceder, estos últimos suelen quedar —injustamente— más grabados en la memoria que los primeros.

—Viajaste a un buen número de ferias del libro de Latinoamérica. ¿Qué recuerdo tenés de ellas? ¿A cuál quisieras volver hoy mismo?

G: Viajé tres veces a cubrir la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, que es la más importante del mundo de habla hispana. La primera vez, cuando Argentina fue invitada de honor, en la edición de 2014. Es una feria enorme pero ordenada, intensa y a la vez accesible. Para disfrutar perdiéndose por sus stands, encontrando libros que tal vez acá no circulan, donde se dan cita muchos escritores y escritoras de primerísima línea en todo tipo de eventos, y además ¡en un país tan increíble como México! Para responder tu pregunta, me encantaría volver cuanto antes a la Feria de Guadalajara.

—Hablame un poco más sobre tu experiencia cubriendo Ferias.

G: También me di el lujo de cubrir varios Congresos de la Lengua. El primero, el de Rosario, en 2004. Viajé al de Cartagena de Indias, que homenajeó a García Márquez, al de Panamá, que tuvo a Vargas Llosa como gran protagonista, y al último, que fue otra vez en Argentina, en Córdoba.

—Cada vez es menos frecuente que los periodistas argentinos tengan la posibilidad de realizar esos viajes, ¿no?

G: Lamentablemente sí. Los presupuestos se recortan, y más ahora, que los Zoom, los Meet y las transmisiones por streaming ofrecen otra alternativa a la presencialidad. Aunque no hay nada como viajar, la experiencia interpersonal. El contacto con una pantalla, a mi criterio, jamás será lo mismo. Como periodista, creo que pocas cosas se disfrutan más que la vivencia de una cobertura.

—Cambiemos de tema: ¿te gusta escribir en cafés? O mejor dicho, ¿qué lugar ocupan los cafés en tu escritura?

G: Me resulta muy difícil escribir en cafés, aunque son un espacio que me encanta. Necesito sentarme a mi computadora, en mi espacio, para poder escribir, porque ese es el lugar donde mejor logro concentrarme. De hecho, las veces que intenté escribir cuando me voy de vacaciones, me cuesta bastante también. Necesito la rutina que antes te comentaba para escribir; incluso suelo hacerlo casi siempre con la misma música. Pero, lo que sí, me resulta mucho más fácil corregir en cafés que en mi propio espacio. O sea que los cafés vienen a ser mi espacio privilegiado para la corrección de textos. Se volvió casi un ritual, me llevo las hojas impresas, aunque sean muchas. Tomar un café, birome en mano, me resulta el escenario ideal para hacer una y mil tachaduras en el papel.

—Vamos con la última pregunta, Gabriela. Te regalo la posibilidad de invitar a tomar un café a cualquier artista de cualquier época. Contame quién sería, a qué bar lo llevarías, y qué pregunta le harías.

G: Mi invitado sería Cortázar. El escenario, una mesa junto a la ventana de algún bar tradicional, pero que no sea demasiado elegante. Digamos, por ejemplo, La Giralda o Los Galgos en el centro o el Tokio de mi barrio. Te digo porqué. Entrevisté a muchas de sus personas allegadas (amigos como el “Tata” Cedrón, Sergio Ramírez y Manuel Antin; la mujer en quien se inspiró para el personaje de la Maga, Edith Aron; Christophe Karvelis, el hijo de Ugné; su traductor Gregory Rabassa y Mario Goloboff, su biógrafo), pero me quedé con ganas de poder preguntarle varias cosas de manera directa. La lista de preguntas que tendría para hacerle es bastante larga. Pero, sobre todo, quisiera que fluya de literatura a política, de las cuestiones más personales a la coyuntura histórica, como una auténtica charla de café. De esas que solo se sabe cuándo empiezan, pero no cuándo terminan.

Quienes quieran descubrir la escritura de Gabriela Mayer están invitados a acercarse a El pasado sabe esperar (Alción editora). 


📷Foto Gabriela Mayer. Archivo particular 


*Pablo Dí Marco. Desde Buenos Aires trabaja vía internet en la corrección de estilo de cuentos y novelas. Autor, entre otras novelas Las horas derramadasTríptico del desamparo. Colaborador literario de la revista Libros & Letras.

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