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Un café en Buenos Aires con el escritor Alejandro Duchini

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«Con errores y virtudes Maradona hizo lo que pudo, como cualquiera»


Por: Pablo Di Marco* / Argentina

No debe ser sencillo escribir sobre un mito. ¿Cómo se hace para ser original, para no repetir lo dicho hasta el hartazgo, para rever con una mirada nueva lo ya visto infinidad de veces? Intuyo que ese fue el mayor desafío a la hora de escribir Mi Diego. Y la clave para saber si ese desafío fue superado se encuentra en el mismo título del libro. Alejandro Duchini no pretendió rescribir la historia de Maradona, esa que ya todos conocemos de principio a fin, de la pobreza a Europa, del infierno al cielo (y de vuelta al infierno). Duchini escapó a la tentación de escribir la historia del mito, y en cambio optó por brindarnos la historia de su Diego. El privado, el secreto, el íntimo. Ese que inevitablemente es ícono, pero también es amigo, compañero y cómplice.       

—Tengo entendido que te lanzaste a escribir Mi Diego al enterarte de la muerte de Maradona. ¿Es así?

Así es. Surgió a la media hora de enterarme de su muerte. La noticia se confirmó a las 12.15 a.m., y a la media hora Mercedes Victoria Mayol y Rita Zanola, de la editorial Malpaso, me preguntaron si me animaba a contar a Diego en un plazo de dos meses. No lo dudé. Me pareció una idea genial, más allá de que creía que contar la vida de alguien como Diego en ese lapso es imposible. Entonces escribí sobre lo que me pasaba con él. Y me largué a la tarde, después de almorzar y salir a caminar por calles de Buenos Aires para observar la cara de la gente ante la noticia de su muerte. Se notaba que había tristeza.

—¿Qué te aportó y qué te quitó el escribir tan en caliente?

No sé si me quitó. Creo que es todo aporte. Porque más allá del miedo inicial ante el desafío, sobre todo ante la página en blanco, escribir en caliente, o en tiempo real, me sirvió para dar marcha al trabajo periodístico como se hacía en las viejas redacciones. No tenía mucho para pensar, así que le di rienda suelta a mi sentimiento. En ese sentido pude hacer catarsis, porque entendí que Diego era más que un futbolista, era a la vez una imagen que me había acompañado toda la mi vida. Nací en el 71, y desde que voy a la cancha, a mis cinco o seis años, ya se hablaba de Maradona. Así que Diego siempre estaba. Y también pude apelar a mi curiosidad como periodista al hablar con gente que conoció a Maradona para que me ayuden a armar un rompecabezas de su imagen.

—“A mí me asombra que haya vivido tanto” dice uno de los entrevistados de tu libro. Maradona murió lejos del pico de su gloria, es más, podríamos decir que sus últimos treinta años fueron una larga decadencia. Sin embargo, eso no pareciera hacerle mella al mito. Es como si Maradona hubiese muerto tras ser campeón de mundo en 1986. ¿Por qué intuís sucede esto?

Intuyo que después de lo de México ’86 no le quedaba otra que convertirse en mito por todo lo que significaba. Argentina se estaba reconstruyendo tras la dictadura, había euforia porque la democracia estaba recién nacida y el dolor de la Guerra de Malvinas estaba cerca todavía. Entonces, los goles a los ingleses y la celebración por el Mundial se convirtieron en un desahogo. Fue como la confirmación de que la esperanza de ese tiempo estaba bien, estaba justificada. Después Diego la rompe en el Napoli y empieza su decadencia por las drogas y la noche. Ya deja de ser un gran deportista para seguir siendo un gran futbolista pero, sobre todo, un mito. Y no va que en el Mundial de Italia 90, roto como estaba, en decadencia, lleva a la selección a la final. Y para llevarla se producen otros hechos llamativos, como la eliminación de Italia ante los italianos que lo insultaban. Y el gol a Brasil, también, con un pase genial a Caniggia. Diego tenía el tobillo hinchado, entre otros problemas físicos. Y sin embargo, con su pase confirmó lo que se esperaba de él. Ante Brasil el gol fue de Caniggia, pero lo que quedó fue su pase, con todo lo que significaba en aquella Argentina que una vez más estaba rota y luchando por un poco de aire. Maradona le daba a la gente la alegría que no encontraba en otros ámbitos.

—Este libro no se limita a repasar la vida de Maradona, hay momentos en los que vos mismo te volvés protagonista. Aquí no se habla solo del gol a los ingleses, también se habla de cómo el autor del libro (siendo apenas un pibe de quince años) sobrellevó la enfermedad de su madre gracias a ese gol. ¿Te costó dar ese paso al frente?  

Sí, la verdad que siento pudor. Sobre todo ahora.

***

«Diego está en cada recuerdo mío. Y supongo que a otros les pasará lo mismo. Al escribir percibí que me brotaban recuerdos olvidados y entendía cosas que no sabía que me habían pasado o que había sentido. Fue una forma de hacer catarsis».

***


—Temiste mostrarte desnudo ante los lectores.  

Sí, pero en su momento entendí que la única forma más o menos original que tenía para contar a Diego era haciéndolo desde mi posición. Contando cómo marcó mi vida. Existen muchas biografías de Diego. Además, fue tan pero tan famoso que cualquier cosa que hacía salía en los medios, por lo tanto sabíamos todo de él. Entonces, contar su carrera o su vida no tenía mayor sentido. Pero al enterarme de su muerte lloré tanto que no sabía que me iba a sentir así por él. No era para menos: Diego está en cada recuerdo mío. Y supongo que a otros les pasará lo mismo. Al escribir percibí que me brotaban recuerdos olvidados y entendía cosas que no sabía que me habían pasado o que había sentido. Fue una forma de hacer catarsis. 

—Sos admirador de Maradona. ¿Sentiste que en algún momento lo estabas protegiendo por demás? ¿Temiste que tu admiración te impidiera ser ecuánime?

No, porque hablé bien y mal de él, sin juzgarlo. La idea nunca fue juzgarlo. No lo pongo en el Olimpo ni lo mando a la cárcel. No soy quién. Lo entiendo como un ser humano que jugó al fútbol de manera brillante y que, por eso, se hizo famoso y tuvo una vida distinta a la de cualquiera. Tuvo sus defectos, tuvo sus virtudes. Pero nunca quise ni pretendo juzgarlo.

—¿Por qué pensás que, ante las tragedias de mitos como Maradona, la sociedad precisa culpables? ¿Por qué nos cuesta aceptar que Maradona fue dueño de su destino, y que la mayor parte de sus victorias y derrotas fueron fruto de sus luces y sombras?

En el caso de Diego creo que fue para muchos el desahogo necesario. A veces para lo bueno, a veces para lo mano. Claro que todo fue su responsabilidad, pero con errores y virtudes hizo lo que pudo, como cualquiera. Fue utilizado por el poder de turno, como cuando lo mandaron a detener mientras se drogaba con amigos en un departamento de Caballito. Eso fue una traición: la prensa estaba en el lugar antes que la policía. Y en el libro cuento qué pasaba en el país en esas horas. No creo que la sociedad precise culpables, sino más bien blancos en los que desahogarse. Es fácil criticar, en todo ámbito, pero habría que ponerse más en el lugar del otro.


—Publicar Mi Diego en una editorial como Lince te permite llegar no solo a Argentina, sino también a otras regiones. ¿Qué diferencia notás entre los lectores de Argentina, de México y de España? ¿La distancia permite un acercamiento diferente al mito? ¿O los amores y odios que despierta Maradona lo hacen jugar de local en cualquier lugar del mundo? 

Maradona fue un tipo trascendente en el tiempo. En Argentina se lo ama y se lo odia porque fue local. Pero también fue local aún cuando era visitante. Los españoles no lo quieren como los argentinos, pero les interesa. Y los mexicanos sí, lo aman. Sobre todo porque fue alguien popular. Creo que la figura de Maradona es interesante más allá de amores y odios.

 —Vamos con la última, Alejandro. Es la pregunta con la que cierro todas las entrevistas: te regalo la posibilidad de invitar a tomar un café a cualquier artista de cualquier época. Contame quién sería y qué pregunta le harías.

¡Qué amable! ¡Qué lindo que eso sea real! Me gustaría conversar con Elvis Presley. Tenía una voz genial, fue un ícono de todos los tiempos, y terminó en una decadencia similar a la de Diego, ¿no? Quisiera saber por qué esos tipos que parecen tenerlo todo, en un punto lo pierden. En ese sentido, me pregunto ¿qué es tenerlo todo? Creo, al fin de cuentas, que son personas como nosotros pero que cayeron en la trampa de la fama. De afuera se ve todo muy lindo pero como no soy famoso no sé cómo se ve desde adentro. Y no interesa saberlo. Viéndolo así, me parece que el anonimato es lo mejor que nos puede pasar. 

—¿A qué bar lo llevarías a Elvis?

Al Bar Río, en el barrio de Almagro. Es un bar de viejo, que me gusta por la buena onda de sus mozos y porque parece detenido en el tiempo. Además ahí escribo en silencio.

—Y ahora sí, la última pregunta de verdad. Y la más importante: sos hincha de Independiente, así que debo preguntarte: ¿Bochini o Maradona? Si me dejás meterme yo voto por el gran Angelito Labruna.

Claro que te podés meter… ja ja ja. Se ve que sos de River. Me quedo con Bochini: lo que me dio él, no me lo dio nadie. Bochini es mi infancia, es el ídolo de mi papá y por lo tanto el mío. Gracias a Bochini y sus jugadas o goles nos abrazábamos con mi viejo. Pasábamos domingos enteros juntos desde que salíamos a la cancha, escuchando la radio en el auto, hasta la larga vuelta desde Avellaneda. Por él teníamos tema de conversación. Mi papá no quería a Maradona. Pero amaba a Bochini. Entonces, Bochini nos unía. Y cuando encontrás algo que te une a tu viejo se vuelve impagable. Bochini es eso. 


Mi Diego. Crónica sentimental de una gambeta que desafió al mundo
Alejandro Duchini. 
Lince Ediciones. 
203 páginas.



📷Fotos Alejandro Duchini / Archivo del autor.


*Pabo Dí Marco. Desde Buenos Aires trabaja vía internet en la corrección de estilo de cuentos y novelas. Autor, entre otras novelas Las horas derramadasTríptico del desamparo. Colaborador literario de la revista Libros & Letras.

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