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Milcíades Arévalo, el viaje encantado

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Su vida intensa y deslumbrante es la de un Quijote que, durante medio siglo, ha dirigido la revista literaria más antigua de Colombia.


Por: Gustavo Tatis Guerra*

Milcíades Arévalo es uno de los seres humanos más obstinados y generosos que tiene Colombia. Desde hace medio siglo dirige la más antigua revista literaria del país: Puesto de Combate, que ha sido la ventana por donde se asomaron por primera vez varias generaciones de escritores, narradores y poetas, que Milcíades intuyó que serían grandes creadores en la literatura colombiana, como un cazador de milagros en el desierto, y apostó por ellos y ellas, sosteniendo su quimera con sus propias manos.

Detrás de ese ser de apariencia frágil, hay un hombre que ha resistido las tempestades del tiempo, con la gracia de la poesía, porque él es un extraordinario narrador y un espíritu poético templado en las tormentas.

Su vida es la novela de un incesante explorador de la belleza. Nacido en El Cruce de los Vientos (1943), ha sido marinero, vendedor de libros, publicista, conferencista de literatura colombiana, editor de libros, corrector de estilo, periodista cultural, fotógrafo y dramaturgo. Estudió español y Literatura, pero se considera autodidacta por naturaleza. Ha conocido muchas ciudades, puertos y gentes.  

—¿Qué modelos de revistas le impactaron en 1972, cuando comenzó Puesto de Combate?

He sido un navegador de revistas desde cuando tuve la fortuna de conocer al capitán Ariel Canzani, que tenía una imprenta en su barco y editaba la revista Planetaria de poesía Cormorán y Delfín. Por esa época ya circulaban muchas revistas literarias desde Alaska hasta la Tierra del Fuego, entre ellas: Crisis, El Cuento, Casa de las Américas, Plural, El Corno Emplumado, Pájaro Cascabel, Zona Franca, El Pez y la Serpiente, etc. Cuando dejé de navegar y volví a tierra, conocí otras publicaciones con olor a patria, entre ellas: Mito, sin duda la mejor de todas; Eco, Letras Nacionales, Pluma, El Gran Burundun, En Tono Menor, El Túnel, El gato Encerrado, Rosa Blindada y otras que no alcanzaron a llegar al segundo número. No escogí ningún modelo en especial, pues lo que yo quería hacer era una revista donde se publicaran solamente cuentos y ensayos entorno al cuento y a la narrativa, tal como lo hacían Edmundo Valadés con su revista El Cuento y Mempho Giardinelli con Puro Cuento en la Argentina, pero como los poetas eran los más cercanos y numerosos, decidí incluir a los poetas. Sé que me he equivocado varias veces en la selección, pero la mayoría de veces he acertado.

—Usted acogió en su revista a narradores y poetas del Caribe, del Pacífico, de Cali, Medellín, etc. ¿Cuéntenos cómo esa experiencia de descubrirlos?

He sido un lector fuera de lo común. Nací en un hogar donde no había libros, solamente el Almanaque Bristol, que le servía a mi papá para saber las fases de la luna. Aprendí a leer deletreando textos que encontraba a mi paso y los relacionaba con las figuras que representaban. Ver llover era mi pasión favorita y jugaba con el agua y, tan pronto pude, me escapé de la casa y me fui navegar. Al cabo de varios años, puse pie en tierra firme, dispuesto a domesticar las fieras que había en mí y tuve una librería con mis hermanos en Santa Marta, pero, debido a las pocas ventas, empaqué un montón de libros en unas cajas y me fui a venderlos por diferentes lugares de la Costa y así conocí muchos ríos, mucha gente bonita, muchos músicos, galleros y poetas. Todo eso me deslumbró tanto que conocí los pueblos de muchos escritores y poetas de la Costa. En un viaje que hizo Gonzalo Arango a Santa Marta me invitó a hacer parte del nadaísmo. Cuando volví a Bogotá, estaban preparando la revista Nadaísmo 70, que, según ellos, iba a durar toda la vida. No salieron sino ocho números, en los cuales trabajé como corrector con Jaime Jaramillo Escobar. Cuando fundé Puesto de Combate, me llovieron amenazas de la Policía, llegaron revistas de todo tipo, cuentos y poemas de escritores ampliamente conocidos de todas partes del país y del exterior, como Juan Liscano, Edmundo Valadés, Ernesto Cardenal, Fayad Jamis, Geraldino Brasil, Mempho Giardinelli, y un compadrito de Henri Miller llamado Walter Lowenfels, el célebre autor del célebre poema Tierra de moras. (Lea además: Dalmiro Lora, la luz más allá de la lluvia)

—Usted es un narrador, un ensayista y gestor cultural, ¿cómo ha logrado sostener su revista literaria?

La revista se ha sostenido por puro milagro, pues en el país de los poetas nadie compra una revista, menos con un nombre tan contestatario como el de Puesto de Combate, que entre otras cosas no es contestataria, no pertenece a ningún grupo armado, detesta la política y, como buen narrador, lee mucha poesía para olvidarse de la muerte. Puesto es un lugar en el mundo que ocupan los imagineros y el Combate es con las palabras. Como narrador, nunca he ocupado los primeros lugares por no pertenecer a la legión de aplausos, o tal vez por el hecho de haber leído demasiada poesía, he podido sostener la revista con el poder de la imagen.

—Volvamos a su infancia. ¿Cómo transcurrió su infancia y qué vivencias fueron decisivas para su vocación de escritor?

Mi infancia fue como la de cualquier muchacho que soñaba que el mundo era suyo aun sabiendo que no tenía nada más que imaginación. Vivía alucinado con las palabras y leía poesía como un sediento, sin pensar que llegaría un día en que tendría que trabajar no como escritor sino como huyente. De ahí mis constantes viajes para conocer el mundo, el paisaje, las gentes y el mar.

«El Nadaísmo fue el que verdaderamente contribuyó a sacudirnos del parnaso y en buena parte surgieron libros y autores meritorios».


—¿Qué piensa del diálogo entre tradición, modernidad y el surgimiento de movimientos iconoclastas como el Nadaísmo? ¿Qué queda de la rebeldía de los nadaístas en el mundo de hoy?

No creo que haya un nombre que caracterice a los escritores y poetas de hoy. La mía debería llamarse la Generación de fin de siglo, que es cuando verdaderamente entramos a escribir con tecnologías modernas, comenzamos a ser universales, a competir en escenarios en otras partes del mundo teniendo en cuenta los tiempos y los acontecimientos que sucedían en ese momento, el existencialismo, los movimientos de vanguardia, la música, la revolución cubana, la guerra de Vietnam, etc. El Nadaísmo fue el que verdaderamente contribuyó a sacudirnos del parnaso y en buena parte surgieron libros y autores meritorios.

—Usted ha visto la evolución y desarrollo de la narrativa y a la vez de la poesía colombiana de estos cincuenta años. ¿Qué privilegia de todo eso?

Hoy en día se escribe mucha poesía, hay concursos de poesía, recitales de poesía, talleres de poesía, premios de poesía, revistas de poesía, pareciera que vivimos en la Arcadia, en el reino de los poetas, pero la realidad es que hay muchísimos libros con muy poca poesía. Para mí un buen texto es aquel que me deslumbra desde un comienzo como cuando leí por primera vez Una temporada en el infierno, como me sucedió después con otros poetas colombianos que conocí como Guillermo Martínez, Orietta Lozano, Lucía Estrada, Monique Facuseh, Jader Rivera, Beatriz Vanegas Athías, Raúl Gómez Jattin. Los buenos ejemplos de la narrativa colombiana están en Álvaro Cepeda Samudio, García Márquez, Marvel Moreno, Fanny Buitrago, Manuel Mejía Vallejo, Rafael Chaparro Madiedo, Evelio Rosero, entre los muchos autores de esta patria mía.

El cuentista

Es autor de A la orilla del trópico (Relatos, 1978), Ciudad sin fábulas (Cuentos, 1981), El oficio de la Adoración (Cuentos, 1988-2004), Inventario de Invierno (Cuentos juveniles, 1995), Cenizas en la Ducha (Novela, 2001), Manzanitas verdes al desayuno (Cuentos eróticos, 2009). Tiene varios libros inéditos, entre ellos: Las otras muertes (Cuentos), El Jardín Subterráneo (Teatro), Cálida Carne (Cuentos), Galería de la memoria (ensayos), La loca poesía (Antología), La torre del amor (Cuentos Medievales), La Lío y otras mujeres (Guion) y El oficio de escribir (Entrevistas a escritores y poetas).

Ha ganado diversos reconocimientos: en el Concurso de cuento Testimonio (1984), Premio de Novela ciudad de Pereira (1985), Concurso Gobernación del Quindío (1980) -1981), Premio de Novela Ciudad de Pereira (1991), Finalista Premio de Novela Cámara de Comercio de Medellín (2015) y Premio Gestión Cultural de Idartes de Bogotá (2015).

Epílogo

Milcíades dice que publicará la última revista Puesto de Combate, para celebrar los cincuenta años, y seguirá escribiendo sin perder la gracia del marinero. En medio siglo ha visto sucumbir tantas utopías, pero ha sido fiel a sus convicciones y sueños.

“He estado tan sumergido en un mundo tan globalizado, tan caótico y tan inhumano que pareciera que hemos perdido el rumbo, que estamos al borde del colapso final. Si se pudieran expresar con palabras lo que sucede en el mundo actual: guerras, hambrunas, muertes, odios, ninguneo, migraciones, racismo y las catástrofes no cesan, incendios descomunales, sequías. Ojalá la literatura nos sirva para mitigar el caos y renazca la esperanza”. 


*Esta entrevista fue publicada originalmente en el Diario El Universal por Gustavo Tatis Guerra


**Foto Milcíades Arévalo: durante el homenaje que Libros & Letras realizó por su importante labor cultural y literaria. 


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