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Mariana Enríquez y el lado B de las religiones

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Desde hace varios años la escritora argentina Mariana Enríquez viene construyendo una literatura que se nutre de lo supersticioso y las religiones alternativas para explicar o, al menos, buscar comprender lo irracional. Bram Stoker y Drácula, la filosofía oculta, Arthur Machen, Lester Crowle, Steven Spielberg, Twin Peaks y Stephen King son algunos de los insumos con los que construye híbridos que buscan reivindicar el imaginario fantástico popular latinoamericano. 

Por: Juan Camilo Rincón*

Tomar leyendas y creencias populares de nuestra región para hacerlas dialogar con la mitología europea y producir la mejor ficción de los años recientes es la tarea de Enríquez en Nuestra parte de noche. En su novela más reciente retuerce las realidades para entregarnos otras, escabrosas y angustiantes, empapadas de rock, ocultismo, sectas y miedos tan humanos como la mano desconocida que nos toca en un pasillo oscuro.

¿Cuáles fueron tus insumos para relatar rituales, elementos ocultistas, que son tan claros y detallados en Nuestra parte de noche? ¿Los investigaste o han sido un interés desde siempre?

A mí me gusta eso, me gusta leer sobre el tema, sobre todo sobre magia ritual europea, y sobre mitologías y creencias paganas latinoamericanas. Todo lo que tiene relación con la espiritualidad oculta o pagana -que no es lo mismo-, es como si fuera un lado B de las religiones. Tengo libros sobre eso y también me interesa estéticamente. Más que investigar, profundicé lo que tenía, releí, y donde veía algo interesante o que sentí que debía profundizar, lo hice. Hay una orden británica que se llama Golden Dawn (Amanecer Dorado) -no hay que confundirlo con el partido de ultraderecha- de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Sabes que con la época victoriana hay un renacimiento y una búsqueda de cuestiones que tienen que ver con lo supersticioso y con las religiones alternativas, que para mí tienen que ver con la época, que era muy racional y hay una búsqueda de lo irracional. Entonces no es raro que hayan aparecido Drácula, los cuentos de fantasmas, Dickens, que escribe Cuento de Navidad, todo esto al mismo tiempo que la Revolución industrial y una confianza en la fe y en el progreso, y al tiempo, otra parte de la sociedad que va hacia lo supersticioso, lo irracional, la filosofía oculta. En esta Orden, Amanecer Dorado, estaban Yeats, el poeta irlandés premio nobel, Bram Stoker, el autor de Drácula,Arthur Machen, uno de los más famosos escritores de terror y, sobre todo, Lester Crowley, un personaje brujo mago rarísimo. Era una orden ocultista que hacía magia y donde había un montón de escritores, de intelectuales y de gente así. Ahí volvés a ver las superposiciones con la cuestión de los Ocampo (Silvina y Victoria, fundadora de la revista argentina Sur); yo sé que ellos no hacían eso, pero me sirvió pensarlos tipo: ¿qué pasa si toda esta gente fuese además como habían sido en Inglaterra? Eso, por un lado, y después la cuestión relacionada con la mitología de esta parte de Latinoamérica, que usé porque es la más cercana, en el noroeste de Argentina. Eso tiene que ver con una especie de equiparación y de reivindicación; a la literatura latinoamericana le falta mucho el imaginario fantástico popular propio por montones de motivos. Pero creo que sí está muy presente en la vida cotidiana, en los cuentos de las abuelas cuando vas a los pueblos; es algo bastante negado para la literatura, pero que en la vida cotidiana es muy común. Entonces decidí incorporarlo en pie de igualdad, y creé un personaje que elige de otra manera, pero que tiene tanto contacto y tanto poder como cualquiera de las viejas inglesas. Lo que pasa es que elige otra vida porque le gusta y porque, de alguna manera, ella es como una bruja latinoamericana, sabe que no va a ser respetada del todo y que va a ser un poco subalterna, entonces conserva su poder y su relación especial con el más importante de los miembros de la Orden. Porque Juan es una cosa rara; es como un dios, pero es un esclavo también, y ella tiene una relación con Juan que es erótica, pero también sobreprotectora. Juan es muy ambiguo, capaz de las crueldades más grandes y también muy frágil, te produce mucha empatía; incluso tiene un resentimiento que me parece muy empático; está como secuestrado ahí. Mercedes, la vieja a la que él le quita la boca, no tiene en cambio ningún tipo de ambigüedad; es un demonio, y yo quería que lo fuese porque quería una novela de género con personajes donde no haya un mito de origen o una explicación de por qué son malos, simplemente es mala, nada más qué decir.

El asunto del mundo real y de la ficción me lleva al libro que escribiste sobre Silvina Ocampo, La hermana menor.¿Cuál es el gran reto de la ficción para ti como periodista, y qué elementos de ella tomas para construir, por ejemplo, una crónica?

Ahí hay algo que decía una periodista que me gusta mucho, Janet Malcolm, y es que la no ficción nunca puede dar cuenta de la verdad; no de la realidad, sino de la verdad, y que lo único que tiene verdad completa es la ficción, porque un autor decide cuánto mide su personaje, o qué viaje hace, o cómo se comporta un dios. Yo invento un mundo y es irrefutable porque no tiene una realidad ni unos datos con los que compararse, y si se comparara con datos, no importa, porque están dentro de la realidad de la ficción. En cambio, en el periodismo, encontrar esa verdad que está basada en datos y en la realidad es mucho más difícil porque uno depende de la memoria de los que recuerdan, que es errática, poco confiable; es difícil recordar la cotidianidad, más después de muchos años. Incluso en los documentos también es complejo porque todos sabemos cómo trabaja el periodista -que no es algo malo-, pero trabaja rápido, chequeando todo lo que puede, y no puede chequearlo todo; el periodismo no es historia; uno no puede tomarse años para hacer un artículo. Incluso, si fuese historia, también podríamos tener una discusión sobre cuánto se parece a la realidad, porque también hay sesgos y hay quién cuenta la historia, ¡los ganadores la cuentan!, cuantas voces hay, cuál es la voz del subalterno, cuánto lugar tienen. El periodismo tiene la urgencia del momento y la limitación de los datos, que pueden ser contradictorios. Por ejemplo, en la investigación de Silvina Ocampo puedes tener una entrevista en la que ella dice una cosa, pero no solamente ella; el cronista se equivoca en una fecha y queda impresa así. Trabajar con los materiales también es complejo en el periodismo. Entonces, mi elección en el libro de Silvina Ocampo fue hacer justamente un retrato muy facetado; contar todas las Silvinas que me describieron quienes la conocieron, y que me devolvieron los materiales. Y me sirvió mucho porque es muy adecuado para el personaje, que es muy misterioso, al que le gustaba esconderse, que no le gustaba tener una vida pública importante. Esto de que ella no se mostrara de la misma manera ante la prensa que ante sus amigos, que fuera tantas Silvinas, y que además su literatura fuese tan radical, cuentos breves, crueles, extraños, muy inesperados para una mujer de su clase, tan rica, de una familia tan elegante, casada con un hombre aristocrático… No es una mujer de la que se espera un cuento cuyo tema es la zoofilia; eso es insólito. Y creo que eso pasaba muy desapercibido porque no se la leía popularmente; la leían los críticos y su círculo, que era bastante extravagante y se permitía ciertas cosas, pero definitivamente no era una escritora popular. Tampoco era una mujer que hacía obras de beneficencia; no hacía nada de lo esperado en una mujer de su clase. Entonces me sirvió mucho toda esa contradicción entre los datos y los testimonios, porque ella era una mujer contradictoria e inesperada. Todo eso me ayudó a construir el personaje, pero con limitaciones; no puedes inventar absolutamente nada. Podés tomar una decisión determinada sobre lo que haces con el material y cómo lo organizas, pero eso no es ficción sino un punto de vista. 

De todo ese estudio sobre Silvina, de esa mirada como periodista, ¿qué te sirvió para escribir Nuestra parte de noche?

Los ricos, la clase. Mientras escribía el libro de Silvina, entre 2014-2015, ya tenía esta idea de la secta de millonarios, pero más que eso, poderosos en el sentido que les doy en la novela: que históricamente son dueños de tierras, son dueños de cuerpos. Son una especie de poder que no funciona solamente en América Latina; hay un momento en el que Rosario dice: “El dinero es un país”. Es como si todos fuesen habitantes de un país; no importa mucho dónde nacieron, pero son eso, el país de los ricos, que además yo no lo conocía. Tuve que investigar sobre Silvina, sus amigos y esa clase de aristócrata latinoamericano de la época que era abrumadoramente rico, el rico múltiple, ese que tiene empresa, pero también poder cultural. Victoria Ocampo, la hermana de Silvina, tenía la revista Sur donde publicaba Borges, y además era dueña de un campo. Es decir, es una cosa muy total. 

Y Bioy también tenía mucho dinero; el que era pobre era Borges.

El que era pobre era Borges, sí. Era un rico normal, digamos. Pero Borges tenía la prosapia británica, esa cosa muy refractaria de América Latina, que quedó muy en la idiosincrasia del porteño, no sé si del argentino en general, que fue una confusión entre Buenos Aires, y después te vas al norte de Argentina y la gente no cree que es europea, pero en Buenos Aires sí. Borges encarna un poco eso, aunque lo fascinaban ciertas cosas propias de acá, como el gaucho, pero más como observador. Extraña su posición; es un escritor muy particular. Silvina y Bioy eran más representantes de su clase en muchísimos sentidos. Ahí lo que hice fue ver cómo vivían, cómo eran sus casas, cómo se manejaban, esta gente que su primer idioma no es el español (Silvina lo primero que aprendió fue francés), la naturalidad de ellos de no tener que trabajar, no existe, tener que buscarse el dinero no es una opción. Fui a las casas de algunos amigos de ellos; algunas están un poco decadentes, pero uno puede ver cómo son, que tienen algo de secreto. Por ejemplo, Puerto Reyes, que es la casa donde ocurren los hechos fantásticos, existe y es un hotel de selva que se llama Puerto Bemberg. Los Bemberg son una familia de origen británico muy rica, muy de este estilo, que hizo esta casa ahí donde lo cuento. Es una zona hermosísima en el sentido de naturaleza, pero a la vez absolutamente demencial hacerse una mansión en los años veinte, treinta, cuando debía ser tan difícil llegar allá, cuando seguramente hacía tanto calor imposible de refrescar y que claramente no era un lugar cómodo para estar. Una parte de mi familia es de ahí cerca y hablaban de ese lugar como que “es gente loca”, y yo me acuerdo haber pensado cuando era chica y durante los años: “Bueno, a lo menor se hicieron esa casa porque necesitaban ocultar algo”. Ahora creo que no era así, simplemente eran raros, pero para mí siempre fue una cosa muy misteriosa, porque además está un poco oculta. Ahora es un exitoso hotel de selva por eso, porque está medio metido en la espesura, y seguramente, en la época lo estaba aún más. Eso fue lo que más me sirvió de la investigación de Silvina: entender ese mundo, esas relaciones de poder y las relaciones familiares, cómo la familia se convierte en una especie de organismo, que es la idea de la secta. Por eso también es metafórico que la oscuridad les corte partes, porque en realidad no importa; es un cuerpo amorfo al que se le van comiendo partes, pero sigue funcionando. Ahí entendí esas relaciones de poder y cómo además trascienden los países, como si fuera una especie de casta en un sentido prepolítico, una riqueza que es anterior a la política y se acomoda a ella.  

¿A qué le tenemos miedo los latinoamericanos hoy, a mitad de 2021? 

Creo que a lo que le tenemos más miedo es al sinfín de la violencia y de la precariedad; la condena a vivir en un lugar violento y con una desigualdad y una pobreza estructurales a las que no les encontramos la vuelta. ¡Hay algo tan resignado y estamos tan paralizados con eso! Le tenemos miedo al cambio por eso, o cambiamos muy pronto, o hacemos locuras como ese Brasil con Bolsonaro; ¿cómo podés pensar que eso puede salir bien?, ¡es imposible! Le tenemos miedo a la falta de futuro; pensar que estás en un lugar que te puede dar momentos de felicidad, pero que nunca te va a dar una buena vida. Un lugar sin perspectivas siempre es un lugar bastante triste. Los gringos se recopan con la intensidad que tiene la América Latina porque somos más alegres, los amigos, la familia y todo lo demás, y esa intensidad tiene que ver con un “vivir en el momento” que no es del todo sano, pero que hay que aprovechar, porque futuro no hay. Eso nos da bastante miedo.



📷Foto Mariana Enríquez: Florencia Cosin 



*Juan Camilo Rincón. Periodista. Autor de Ser colombiano es un acto de fe. Historias de Jorge Luis Borges y Colombia 

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