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María Amelia Díaz: «Los humanos no somos tan importantes como nos creemos»

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Por: Rolando Revagliatti*/ Argentina


María Amelia Díaz (24 de marzo, 1947, Argentina). Es maestra normal y Bibliotecaria profesional. Cursó estudios en el Instituto Nacional del Profesorado. Coordina talleres literarios y ciclos de poesía. Ejerció como presidenta de la Sociedad Argentina de Escritores en la sede Oeste Bonaerense. Publicó, entre otras obras, el volumen de cuentos Historias de mujeres desaforadas (1ª Mención Faja de Honor de la SADE, 2015), y los poemarios Cien metros más allá del asfalto, La dama de noche y otras sombras (Mención Honorífica Poesía, bienio 2008-2009, Ministerio de Cultura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 2016), Para justificar a Caín, Extranjeras a la intemperie (volumen compartido con Susana Cattaneo) y No lugares y otros territorios. Su libro inédito Patio de atrás recibió el 2° Premio de la Fundación Argentina para la Poesía.

-¿Cuál fue tu primer acto de creación?

Soy una creativa nata, mi cabeza está siempre funcionando a mil sobre cosas que puedo hacer, lástima que el tiempo no alcanza. Como me crié en un barrio del Gran Buenos Aires, había mucho espacio, muchos terrenos baldíos donde inventarse una selva, muchas montañas de arena donde crear casitas, muchos árboles donde treparse y creerse una protagonista de los cuentos de Hans Christian Andersen o Charles Perrault que consumía a diario. La lectura me fascinaba aun antes de saber leer, ahí mi imaginación volaba. En cuanto a escribir, se fue dando naturalmente y de a poco, desde la primaria, poemitas con rima, que escondía.

-¿Cómo te llevás con la lluvia y con las tormentas? ¿Cómo con la sangre, con la velocidad, con las contrariedades?

Me encanta la lluvia, me lleva a un espacio íntimo y recogido del alma, y a la época en que con mi hermana hacíamos barquitos de papel para que navegaran en los charcos, en las zanjas; todavía me gusta mirar por la ventana cuando llueve y ver cómo se forman globitos sobre el patio. Y las lluvias tienen que ver con las tormentas, claro.
Las tormentas, con sus rayos y truenos, me resultan un espectáculo grandioso donde se advierte a la naturaleza desplegando todos sus poderes, quizá para recordarnos que los humanos no somos tan importantes como nos creemos. A veces, a costa de los sufrimientos que acarrean. La sangre puede ser el símbolo de la vida o de la muerte —igual que las tormentas—, por eso es roja y pasional. 
La velocidad me agrada, y moderada, sólo arriba de un vehículo; aplicada a la vida, me desconcentra, igual que las contrariedades, pero a estas hay que aceptarlas porque no nos queda otra, y tratar de enfrentarlas, y lo mejor: vencerlas.

-“En este rincón” el romántico concepto de la “inspiración”; y “en este otro rincón”, por ejemplo, William Faulkner y su He oído hablar de ella, pero nunca la he visto, ¿tus consideraciones?

No veo estas dos posiciones subidas en el cuadrilátero. Eso que llamamos “inspiración”, creo que viene del subconsciente, todo lo que ahí fuimos apilando a lo largo de la vida y que nos aparece como una vocecita que, a veces, te dicta cosas, pero después adviene el trabajo, el trabajo consciente y profundo que define al verdadero escritor, y que es, además, una forma de respetar al lector. Cuando llegue la inspiración, que me encuentre trabajando, dijo Pablo Picasso.



-¿De qué artistas te atraen más sus avatares que la obra?

Yo diría “tanto como su obra”. Principalmente, Vincent Van Gogh, quien vivió incomprendido y habiendo vendido sólo algunos dibujos y un par de cuadros: “El viñedo rojo cerca de Arlés” y “El café de noche”. Giordano Bruno, sentenciado a la hoguera por atreverse a pensar distinto. Charles Baudelaire, al que le quemaron las ediciones de Las flores del mal. Camille Claudel, la increíble escultora que a la sombra de Auguste Rodin, pagó con la locura. Sor Juana Inés de la Cruz, impedida de escribir e investigar y, sería interminable nombrarlas, a todas, las mujeres artistas que fueron señaladas y demonizadas por las sociedades hasta entrado el siglo XX. Las primeras escritoras argentinas, y también de otros países, escribían escondidas bajo seudónimos masculinos.

-¿Lemas, chascarrillos, refranes, proverbios que más veces te hayas escuchado divulgar?

“Al mal tiempo, buena cara”, “No hay mal que cien años dure”, “El que se fue a Sevilla, perdió su silla”, “No hagas a otros aquello que no te gustaría que te hicieran a ti, ni te hagas a ti lo que no le harías a los demás” (Confucio). “Dejar el mundo mejor de como lo encontramos” (Robert Baden Powell). “Siempre que llovió, paró”.

-¿Qué obras artísticas te han —cabal, inequívocamente— estremecido? ¿Y ante cuáles has quedado en estado de perplejidad?

Me estremece la poesía de Stéphane Mallarmé, Giuseppe Ungaretti, Giacomo Leopardi, Saint-John Perse, Olga Orozco, la narrativa de Faulkner y Alejo Carpentier, los grabados de Piranesi, los cuadros de Remedios Varo y Oswaldo Guayasamín, “La persistencia de la memoria” de Salvador Dalí, y, en general, toda su obra, que permite diferentes miradas sobre un mismo cuadro, la música de Wolfgang Amadeus Mozart y Johann Sebastian Bach. Perpleja me dejan las creaciones de Leonardo da Vinci y los ensayos y cuentos de Jorge Luis Borges.

-¿Tendrás por allí alguna situación irrisoria de la que hayas sido más o menos protagonista y que nos quieras contar?

Bueno, irrisoria vista desde el ahora. Una de las tantas veces que fui jurado literario, estaba entregando premios sobre el escenario de un teatro colmado de gente junto a los otros dos jurados, en primera fila las autoridades locales. Cuando tocó el turno del primer premio de poesía, se le pidió al autor que leyera el poema y se le acercó la hoja de la obra. Entonces, esa persona, muy confundida y mirando hacia todos lados, dijo que ese no era el trabajo suyo. Gran desconcierto, cuchicheos, las voces de todos los que acompañaban al supuesto primer premio, las voces, digo, comenzaron a elevarse hasta convertirse en gritos airados hacia los jurados que estábamos sorprendidos, rojos de vergüenza y paralizados, sin saber qué hacer. Lo último que recuerdo fue a una señora mayor que se subió al escenario, y mientras nos decía improperios, sacudía por el mástil una bandera argentina que estaba presidiendo el acto. Resultó que los organizadores, al momento de abrir los sobres o plicas (las obras que los jurados elegimos estaban bajo seudónimo), no habían notado que había dos con el mismo seudónimo, y habían tomado justo el equivocado, y con ese resultado elaboraron las actas. El jurado, nosotros, nos llevamos la peor parte, y aquí va otro refrán: “Sin comerla ni beberla”.
 
-¿Qué te promueve la noción de posteridad?

Es donde me complacería estar para demostrar que no pasé por la vida sin un intento de dejar huella. La literatura es una forma de vencer a la muerte.

- ¿La rutina te aplasta? ¿Qué rutinas te aplastan? 

Totalmente: me aplastan y me deprimen. Me aplastan todas las rutinas innecesarias, una misma cosa puede hacerse de mil formas diferentes. Después de la literatura, mi otra pasión es cocinar; cocinar puede ser aburridísimo si hacés siempre lo mismo, pero un churrasco o una milanesa se pueden preparar, acompañar y presentar de mil formas distintas, teniendo en cuenta no solo el gusto sino también la vista, el olfato, las texturas... ¡Hay tantas cosas lindas que podemos emprender! 

-Para vos, ¿“Un estilo perfecto es una limitación perfecta”, como sostuvo el escritor y periodista español Corpus Barga? Y siguió: “…un estilo es una manera y un amaneramiento”.

Para mí, un estilo no es un límite: es el sello de cada escritor; claro que, con el tiempo, los estilos se van perfeccionando, pero sólo cuando lo logramos nos convertimos en verdaderos escritores. Es un trabajo arduo y constante. Si hay algo que nos preocupa a los escritores, es encontrar nuestra voz, alcanzar un estilo tan propio como nos sea posible. La concreción del estilo propio es nuestro sello de autenticidad.

-¿Qué sucesos te producen mayor indignación o te despiertan algún grado de violencia? ¿Cuáles te hartan instantáneamente? 

Deploro la violencia en todas sus formas, no justifico nada que se quiera conseguir a través de su uso; justamente, mi libro “Para justificar a Caín”, que como se observa tiene un título irónico, trata de sacudir al lector mostrando los horrores que, desde la Biblia y siguiendo con la historia humana, trajo la violencia. Así que ponerme violenta jamás, enojarme sí, con la hipocresía, el maltrato. Me harta la vanidad. 

-¿Qué postal de tu niñez o de tu adolescencia compartirías con nosotros?

Mi libertad de chica de barrio corriendo detrás de las mariposas a la hora de la siesta; o los bichitos de luz, pequeñísimos faroles de la noche que encendían las calles de tierra donde crecían margaritas silvestres. La llegada de las revistas El Tony, Patoruzú, Patoruzito, O Cruzeiro, Life, Selecciones del Reader’s Digest y todas las que me mandaba la abuela, pulcramente atadas con un piolincito. Esa tremenda pasión por la lectura de todo libro que cayera en mis manos: leía todo el tiempo que podía, a veces a escondidas, hasta altas horas de la noche, alumbrándome con una vela, para que mis padres no advirtieran luces encendidas. Y lo más hermoso: la mesa de Navidad o Año Nuevo, con toda la familia reunida, en mi memoria una postal inolvidable.



-¿En los universos de qué artistas te agradaría perderte (o encontrarte)?¿A qué artistas hubieras elegido para que te incluyeran en cuáles de sus obras?

En los laberintos de Borges. Me encantaría ser algún personaje perdido y encontrado en cualquiera de sus laberintos.

El silencio, la gravitación de los gestos, la oscuridad, las sorpresas, la desolación, el fervor, la intemperancia, ¿cómo te resultan? ¿Cómo recompondrías lo antes mencionado con algún criterio, orientación o sentido?

El silencio me fascina, porque siempre está poblado por mi imaginación. 
La oscuridad nunca me asustó, más bien me atrae porque comulga bien con el silencio. El fervor, considero que es necesario para ser escritor o para emprender cualquier asunto.
Y las sorpresas, si son lindas, bienvenidas.
Los gestos gravitan muchísimo en las relaciones interpersonales: no es lo mismo una mano extendida que una mano que se esconde.
La desolación, la intemperancia me producen dolor, ya sean mías o del prójimo.



*Cuestionario respondido a través del correo electrónico: en las ciudades de Castelar y Buenos Aires, distantes entre sí unos 30 kilómetros, María Amelia Díaz y Rolando Revagliatti.



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