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Reseña: El hormiguero de la escritora Julianne Pachico

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Julianne Pachico, autora del libro de cuentos Los afortunados (Seix Barral, 2019) continúa explorando Colombia a través de sus ficciones. 


Por: Pablo Concha*

En Los afortunados el escenario era la Cali de los años noventa, periodo del apogeo del narcotráfico y la corrupción en la sociedad colombiana. Su primera novela, El hormiguero, transcurre en Medellín luego del posconflicto y la firma del acuerdo de paz. Para los que aún no la han leído, vale aclarar que estos libros, a pesar de desarrollarse en estos escenarios, están lejos de ser historias políticas o que examinen los mismos hechos que todos conocemos hasta la saciedad y que resultan bastante aburridos. Así como Los afortunados exploraba las tensas divisiones de clase y la forma como la violencia continuaba afectando a alguien a través de los años, El hormiguero surge en los traumas de la infancia, explora el dolor que no desaparece, la manera como puede transformar a alguien, y cómo siempre se vuelve a él para tratar de entender el presente. “Es como si el pasado se hubiera arrojado sobre el presente, superponiéndose en su imagen, como esos libros de colorear de colores transparentes”.

En El hormiguero, María Carolina, dos décadas después de haber salido de Medellín por razones misteriosas para instalarse en Londres con su padre, regresa a la ciudad de su infancia en busca de Matías, su mejor amigo de entonces. El reencuentro con Matty, ahora director de un centro comunitario en una comuna, no es tan feliz o dichoso como podría haber esperado la protagonista, ya que empiezan a surgir los espectros de un pasado mutuo e irresuelto. La novela tiene en su desarrollo diferentes registros de voces narrativas que hacen la lectura ágil y fluida. Unos fragmentos en segunda persona, otros en tercera, en ocasiones una voz que se entromete en el registro de la segunda persona (que es el personaje principal, María Carolina), una voz que tiene un tono infantil pero a la vez ominoso, como si viniera de un niño siniestro. Estas intromisiones causan extrañeza, difuminan la dura realidad que está retratando la novela (la problemática social de las comunas de Medellín, el país luego de la firma del acuerdo de paz), y envuelve la narración en un aire distinto, viciado en ocasiones/pasajes, que hacen que el lector se pregunte: ¿qué está pasando aquí? ¿Qué es esto? La narradora se hace el mismo cuestionamiento en cierto momento: “¿Qué terrible oscuridad, qué voz ha estado oculta ahí, acechándola todo el tiempo, fuera de vista, esperando su momento para hablar?”. Ese leve distorsionamiento de la realidad es muy importante, máxime cuando está hecho con sutileza, pues obliga a leer más atentamente y nos muestra otra capa de realidad –y de la narrativa– dentro de lo que estamos leyendo. No todo es tan simple, no todo es lo que parece, como se dice coloquialmente. Es algo que también engancha al lector y lo lleva a querer saber más, entender y descubrir qué pasa en realidad. Que el lector no suelte el libro es importante; sobra decirlo. Y en medio de esa realidad descrita en El hormiguero, ya común y normal para la mayoría de colombianos, subyace otro tipo de horror, uno que viene de la niñez y que posiblemente se haya alimentado de esa misma realidad que ya no aterra a nadie que haya crecido y vivido en algún país de Suramérica. “En cierto modo, era brutal la forma en que todo el mundo seguía, como si nada”.

Hay indicios, fragmentos de una ruptura con la realidad en la infancia, cuyas consecuencias llegan hasta la adultez, tiñendo todo con un velo amargo y extraño. “Fue una lección dura y lenta, pero gradualmente la aprendiste: había algo en ti que era innegablemente… raro”. Y luego: “Algo profundo adentro de ti, pudriéndose”.

Algo que se analiza y que es muy difícil de comprender para el personaje de María Carolina, es la manera en que la niñez y las experiencias vividas en ese período deberían moldear y formar al adulto que vive el presente. Si en la infancia hubo un trauma, un evento catastrófico, cómo determina eso la psique de una persona, hasta qué punto lo afecta y cómo o si se puede superar. “¿Acaso olvidar el dolor es la receta para sobrevivir? ¿O hablar acerca del dolor sería el único modo de salir adelante? ¿Sería uno de esos caminos o podrían ser ambos a la vez? Quizás de eso se trataba la adultez, de no saber”. Si este trauma o eventos dolorosos son todo lo que una persona es, lo que perduró, lo que aguarda siempre al fondo de la mente, qué contar, o acaso sería mejor ocultarlo todo y vivir una mentira. “¿Contar era lo mismo que sanar, o daría igual si mintiera?”, se pregunta la protagonista de El hormiguero.

María Carolina no se siente satisfecha con la vida que lleva en Londres; hay una desconexión con todo, una intensa incomodidad en el trato e interacción con los demás, una falta de interés hacia el futuro… hasta que regresa a Medellín. Allí todo parece encajar, la vida cobra de pronto un sentido, el doctorado en Literatura y los planes para el futuro se ven como algo estéril que no podría interesar a nadie pero, por más que se esfuerce en no pensar en ello, hay un terror latente, del cual en ocasiones podemos vislumbrar atisbos y, cuando mira entre las grietas y asoma el rostro, trastoca la realidad de los personajes al igual que la de los lectores de muchas y, en ocasiones, penosas maneras.

Otro tema importante del libro, al igual que ocurría en Los afortunados, es la memoria, lo peligroso que puede resultar escarbar en los recuerdos y buscar cosas que se han perdido u olvidado. El hormiguero subvierte la idea de que el pasado es un refugio cómodo al cual se puede regresar, y de la infancia como una suerte de patria. “¿Qué hay de bueno en desenterrar lo que está oculto? ¿Acaso no se quema uno los ojos si mira directamente hacia la luz?”.

Aquí los recuerdos hieren, lastiman, son un pasillo lleno de puertas con llave que es mejor no abrir porque, quizás, lo que está detrás de alguna podría saltar y morder. El hormiguero trata de esa búsqueda, de la manera de entender la forma de superar el dolor de la infancia y seguir adelante. En últimas, cómo derrotar el horror, o abrazarlo y seguir adelante.



*Pablo Concha. Escritor colombiano, autor del libro de cuentos de terror Otra Luz y colaborador literario en Libros & Letras y otros medios culturales.




 


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