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Cuento: Caballos desbocados

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Foto: Libros & Letras


Por: Fabián Mauricio Martínez G.*

El anciano llegó con la revista debajo del brazo. Llevaba los nombres de los posibles ganadores relampagueándole en el sistema nervioso. Antes de su primera apuesta ordenó cerveza. Poco a poco, fue aquietando su mente atribulada por las combinaciones y felices predicciones hechas en su casa la noche anterior. Soy un viejo y no puedo dejarme llevar por la emoción de las victorias anticipadas, se decía a medida que bebía.

Con la idea de calentar motores, apostó un par de billetes a una pareja de caballos mediocres. Tal y como lo esperaba no ganó nada, pero entró en ambiente para la larga jornada que se venía. Al mediar la mañana, achispado por las cervezas y revisando los apuntes en la revista, escogió dos caballos que, según sus estudios, constituían la quiniela ganadora de esa carrera. Cabrera Infante e Hiroshima. Dos ejemplares pura sangre cabalgados por un experto jinete cubano y uno japonés de moderada experiencia. El viejo no reprimió el grito de victoria cuando Cabrera Infante e Hiroshima hicieron el 1-2, pese a que los otros apostadores puteaban en voz alta y negaban con la cabeza ante la extraña carrera. Lapislázuli arrojó a su jinete al suelo y Medias de Seda —el favorito de los especialistas— se había detenido en mitad de la pista negándose a mover un músculo más. 

Doble orgullo para el viejo. La victoria de los caballos y su victoria por encima de los especialistas de la hípica. El abuelo cobró su dinero, pidió más cerveza y se sentó a observar las carreras que seguían. Se sentía en las nubes y no le importaba el olvido al que había sido relegado por su único hijo. Su esposa, una buena mujer llamada Mariluz, había fallecido el año pasado y ya habían transcurrido seis meses desde la última llamada de su hijo. No lo necesito, solía repetirse, consolándose con la buena pensión que recibía, con la emoción vitalicia que sentía por los caballos y con la cerveza que bebía con sed inagotable.

Muchos años atrás, una inolvidable tarde de marzo, el viejo conoció a Mariluz en un antiguo hipódromo de la ciudad. Ella llevaba puesto un vestido de flores y el pelo recogido en dos trenzas negras. Se enamoraron mientras los caballos daban vueltas por la pista, mientras los caballos se les metían piel adentro con vigor. Al poco tiempo se casaron. Lo hicieron en una hacienda a las afueras de la ciudad. Se comprometieron en medio de un extenso potrero, en el que varios caballos amarillos pastaban mientras espantaban a las moscas con sus colas.  

Años después, una noche de septiembre, cansada de que las canas le empezaran a ganar la partida a su cabellera negra, Mariluz cortó sus trenzas y se las regaló a su marido. Nunca más usó el pelo largo, pero vistió con telas de flores toda su vida. Incluso el día del funeral el viejo ordenó que la vistieran con un vestido de girasoles. El anciano sacudió la cabeza y acabó la cerveza de un largo trago. 

A mediodía fue a almorzar a un restaurante de comida oriental a las afueras del hipódromo. Ordenó pollo szechuan y se sintió mejor. Recordó que Mariluz lo inició en las artes de la buena comida. Recordó las risas mientras cocinaban juntos, los banquetes que preparaban para ellos y su único hijo. No pudo reprimir las lágrimas. Las secó con una servilleta manchada de salsa de soya mientras esperaba la cuenta. 

En la tarde, en un arranque de optimismo, el abuelo apostó las tres cuartas partes del dinero que tenía. Según sus cálculos, esta pareja de caballos podría sorprender tanto o más como lo había hecho la pareja de la mañana. Apostó a la combinación Gato bajo la Lluvia- Anne Moore: un caballo negro corpulento y una yegua dorada como la cerveza que bebía. Los dos equinos no eran tan malos corredores como sus jinetes, y en un abrir y cerrar de ojos, el viejo perdió casi todo su dinero.

Esperó la próxima carrera, sintiendo que toda su vida se justificaba en ese momento. El nerviosismo se fue apoderando de su cuerpo. Consultó la revista desaliñada una y otra vez. Se sentía embriagado, pero creía en sus estudios y predicciones. Subrayó con el lápiz, nuevamente, los nombres de sus caballos, pero cuando llegó a la ventanilla e iba a apostar, en el último instante, echó al diablo los cálculos e hizo caso a su corazón que clamaba por una yegua llamada Marylou y un caballo apodado Óscar Wao. Invirtió todo el dinero en esa pareja y se sentó a observar la caída de su pequeño imperio personal. 

El viejo se retiró del hipódromo con un cuajarón pesado en medio del pecho. Tomó un taxi y no le prestó atención a la conversación del conductor, que le hablaba de su candidato preferido para las próximas elecciones. Le ordenó detenerse en una cigarrería en donde compró más cerveza y llegó a la unidad residencial donde vivía al anochecer.

Acostado en su cama el viejo no concilió el sueño. Su cabeza daba muchas vueltas y su corazón latía con malestar. Alucinó con el fragor de los cascos sobre la pista, con la risa dulce de su esposa, con las crines alborotadas silbando en el viento, con el brillo magnífico de los músculos en carrera. Creyó oír el teléfono, se levantó a contestarlo, se tropezó con una silla: Hijo, ¿eres tú?, pero el sonido agudo de la línea lo recibió con su constancia exasperante. Fue al closet y revolvió cajas hasta encontrar un desteñido vestido de flores. Lo olió profundamente, lo dejó caer sobre la cama. Se quitó el pijama y los calzoncillos. Se puso el vestido de flores y se contempló unos momentos en el espejo del tocador. Imaginó una trenza negra sobre su pecho. Descorrió las cobijas y se acostó del lado de la cama donde Mariluz solía dormir. 

Cerró los ojos e imaginó una yegua magnífica, una hembra de crines negras que irrumpía de un salto en la habitación.




*Texto cedido por su autor para publicar en este espacio.


***
*Fabián Mauricio Martínez G. Escritor y periodista colombiano. Ganó el 2º Concurso Nacional de Cuento RCN-MEN, el 1º Concurso Nacional de Cuento del Instituto de Cultura y Turismo de Cundinamarca y el Premio de Novela de la Gobernación de Santander en 2015. Ese mismo año fue finalista del 5º Premio Latinoamericano de Crónica Nuevas Plumas y en 2017 fue seleccionado por la FNPI, como uno de los ganadores de la Beca de Periodismo Cultural Gabriel García Márquez. Es autor de cuatro libros, dos de ellos de cuentos: Una Ciudad llamada Bucaranada y Cuervos en la Ventana (Editorial UIS); una novela, El sexo de las salamandras (Ambidiestro Taller Editorial); y una biografía juvenil, Me llamo José Antonio Galán (Editorial Norma).


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