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Mateo García Elizondo: «Todos estamos, en realidad, alucinando con literatura»

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Mateo García Elizondo. Foto de Fernando Aceves


Una cita con la Lady de Mateo García Elizondo


Por Pablo Concha*

Mateo García Elizondo, vástago del segundo hijo de Gabo, el diseñador, pintor y tipógrafo Gonzalo García Barcha, era conocido principalmente por su trabajo como periodista y guionista. Sin embargo, ha tenido que soportar últimamente (desde mediados del año pasado, más o menos) mucha atención y comparaciones -posiblemente molestas e indeseadas- con su abuelo, el único premio Nobel de literatura colombiano. Todo debido a la publicación de la novela Una cita con la Lady, de la prestigiosa editorial Anagrama.

Una cita con la Lady ha sido definida como “Un viaje espectral entre la vida y la muerte, entre el amor y su pérdida”. El protagonista y narrador de esta novela va en busca de la cita definitiva con “la Lady” –heroína en la jerga de los junkies– para morir en sus manos y se va a un pueblo olvidado de México con todo listo para darse un último chute y despedirse de la existencia. En este debut se utiliza la literatura como reflexión, como análisis y proceso de entendimiento de la propia vida y las motivaciones que la impulsaron y alimentaron, no como ejercicio de exhibición, sino todo lo contrario, como una mirada hacia adentro, clara, sincera y audaz. 

El narrador/protagonista busca la paz de la muerte, el descanso del tormento de la existencia. Se trata de un retrato intimista que muestra la droga como escape. La implacable e inmisericorde mirada al deterioro físico y emocional producido por el consumo de la heroína. La falta de vergüenza, de valor e incluso de motivación para dejar ese infierno, la incapacidad de resistencia. La aceptación de la debilidad, de la carencia y la espiral descendente plagada de muerte y vejámenes. La descomposición física y emocional. Los fantasmas del pasado, el peso de cargar con ellos. Los muertos que vuelven para reclamar o ayudar. El estado más allá de la esperanza. Todos estos temas están presentes en las páginas de Una cita con la Lady. A pesar de las comparaciones y de las supuestas influencias, Mateo García Elizondo logra crear y contar una historia con su marca personal. A continuación, un diálogo que tuvimos en exclusiva con el autor para Libros & Letras:

─Para eludir comparaciones odiosas y preguntas repetitivas, ¿no consideró nunca usar un seudónimo? Tal vez como hizo el escritor norteamericano Joe Hill al principio de su carrera para evitar que lo relacionaran con su padre Stephen King…

Sí lo pensé; en retrospectiva me arrepiento un poco de no haberlo hecho. Supongo que en algún momento pensé que el seudónimo tampoco cambiaría mucho. A la larga, los periodistas curiosos siempre se las arreglan para averiguar las cosas. Habría tenido que dar  las mismas explicaciones, y encontrar otro seudónimo para la siguiente. Al final, esperaba que la gente se concentrara más en la novela que en el nombre, y creo que es lo que ha sucedido.  Nada impide que lo haga en el futuro.

─El narrador del libro tiene mucha lucidez en medio de sus “viajes” producidos por la heroína. ¿Fue difícil escribir esto de forma que resultara creíble?

Para mí era interesante que el viaje de heroína pudiera ser una extrema lucidez que luego se disipa, y la sobriedad fuera la “nube” que impide ver lo que se percibe claramente en esos estados de consciencia alterados. Pero yo tengo la misma idea de lo que es un viaje de heroína que la que tiene un lector promedio, es decir, ninguna. En ese sentido, si les parece creíble, a mí me hace muy feliz. Todos estamos, en realidad, alucinando con literatura.

─Cuando se piensa en el tema de Una cita con la Lady es inevitable recordar a Burroughs con El almuerzo desnudo y Trainspotting de Welsh. ¿Qué tanto influyeron en realidad estos libros en su novela?

Ambos autores tuvieron cierta influencia, sobre todo Burroughs, a quien leí en la adolescencia, aunque creo que hay más de Junkie que de El almuerzo desnudo en esta novela. De Trainspotting de Welsh he leído partes en el idioma original y me interesa mucho el uso del argot escocés; soy fan de la película de Danny Boyle. Hubo otras influencias que tomé de la literatura para investigar el mundo y mentalidad de un yonqui; Confessions of an English Opium Eater de Thomas De Quincey, Flash ou le Grand Voyage de Charles Duchaussois, la enciclopedia de las drogas de Escohotado, la poesía de Eros Alessi, entre otros.


La idea de la novela partía de la voz del personaje,
relatando exactamente lo que le sucedía en el proceso
de cumplir una intención clara, que era morirse.


─Algo curioso es que el narrador del libro, aun cuando lo único que quiere es morir y dejar este mundo, no experimenta tristeza o accesos de llanto por haber desperdiciado su vida; solo busca morir. Es como si ya hubiera superado la tristeza y los arrepentimientos. ¿Es así como usted lo imaginó? 

Sí creo que estamos en una parte de la vida de este personaje en donde predomina cierta resignación, aunque creo que el arrepentimiento también es un tema importante (depende, supongo, de cuánto confíe uno en el narrador cuando dice que no se arrepiente de nada). Yo preguntaría: ¿qué le dice que el personaje no está llorando, o no siente tristeza mientras escribe estas palabras? Creo que hay ciertos vacíos en la historia que permiten que el lector haga su propia interpretación, y no quiero forzar ninguna de ellas sobre otra.

─No hay ningún aleccionamiento, advertencia o moraleja sobre el peligro de la adicción a las drogas; tampoco se enaltecen ni glorifican. ¿Fue difícil contar esta historia manteniendo una neutralidad respecto a estos dos extremos de esta problemática?

A variantes de esta pregunta a veces respondo: “El personaje principal sí glorifica las drogas: es normal, es un adicto. Ni modo que no le gustaran”. Pero la narrativa no lo hace porque se concentra en lo que creo que son realidades de estas drogas: que producen placer y secuestran la voluntad, al mismo tiempo que envenenan el cuerpo hasta causar la muerte. Sí tengo la convicción de que las drogas no son buenas o malas; que depende del uso que se les da. Yo partía del principio que las drogas en cuestión, los opiáceos, tienen su lugar natural al final de la vida. Para alguien al final de su vida pueden ser tremendamente benéficas. Pero para cualquiera que las tome, el final de la vida se acerca, inevitablemente.

─El narrador del libro escribe sus últimos momentos para entender lo que le venía sucediendo desde hacía algún tiempo y lo que lo lleva a querer morirse; una mirada hacia adentro, más que un ejercicio exhibicionista. ¿Siempre supo que esta novela iba a ser un retrato intimista?

La idea de la novela partía de la voz del personaje, relatando exactamente lo que le sucedía en el proceso de cumplir una intención clara, que era morirse. En ese sentido, sí, siempre supe que estaría contado desde adentro, y que mucha de la acción -siendo las drogas uno de los temas principales- también iría hacía adentro. Para mí no había otra manera de contar esta historia más que intimando con este personaje y accediendo a su mundo interior; sus recuerdos, sus deseos y arrepentimientos, etc. 




*Pablo Concha es un escritor colombiano, autor del libro de cuentos Otra Luz y colaborador literario en Libros & Letras y varios medios culturales.


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