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Reflexión. Educación, cultura, barbarie

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Por: Álvaro Mata Guillé*


“Concluyo: la cultura es el conjunto de objetos, instituciones, conceptos, ideas, costumbres, creencias e imágenes que distinguen a cada sociedad. Todos estos elementos están en continua comunicación: los conceptos y las ideas cambian a las cosas y a las instituciones; a su vez, las costumbres y las creencias modifican a las ideas. Hay una continua interrelación entre todos los elementos de la cultura. Esto nos revela otra característica esencial: la cultura, todas las culturas, desde las primitivas hasta la contemporánea, son sistemas simbólicos. Justamente porque la sociedad produce sin cesar imágenes, puede producir símbolos, vehículos de transmisión de diferentes significados. Dentro del sistema de signos y símbolos que es toda cultura, los hombres tienen nombres; son signos dentro de un sistema de signos pero signos que producen signos. El hombre no sólo se sirve del lenguaje: es lenguaje productor de lenguajes.” Octavio Paz.

Agrego: 

El presidente de Costa Rica impulsó, en estos días, un recorte sustancial al presupuesto de la educación pública, con el propósito de destinar recursos a la crisis originada por la pandemia. Su pretensión no es nueva, es lo que normalmente ocurre en muchos contextos, pero hablamos de Latinoamérica, la que a pesar de poseer una riqueza cultural impresionante, sus clases políticas, de todas las banderas y colores, se empeñan en empobrecer una y otra vez, siendo un ejemplo de ello el deterioro constante de las instituciones culturales o las educativas, las que no tienen importancia alguna en el “modelo de desarrollo” que se impulsa, el que priva lo económico, el consumo, la vanidad, la indiferencia.


Empobrecer la educación o la cultura debilita,
por lo tanto, la convivencia y el desarrollo humano,
empobrece aún más nuestra existencia,
lo diferente, rehúye de la sociedad plural. 


Entre lo cultural y la educación hay una relación intrínseca, pues constituyen las bases simbólicas –el lenguaje–- de la sociedad: a través de la educación se transmite no solo información o adiestramiento basado en el conocimiento empírico, en ella se refleja lo que pensamos y percibimos sobre nosotros mismos, sobre la sociedad, la convivencia, el otro o la otra. Al socavar tanto a la institución educativa como a las instituciones culturales, no solo se eliminan lenguajes, se mutilan símbolos o se empobrece la convivencia, no solo se cercena el pensamiento, la posibilidad de crítica, de imaginar o disentir, se mutila a la persona, lo plural, lo democrático. Empobrecer la educación o la cultura debilita, por lo tanto, la convivencia y el desarrollo humano, empobrece aún más nuestra existencia, lo diferente, rehúye de la sociedad plural. 


El proceder del gobierno de Costa Rica, no es única, se une a la eliminación del FONCA en México, como a muchas de las acciones, en su momento, emprendidas contra el sistema educativo-cultural, que promovió Macri, lo hace Duque en Colombia o Maduro en Venezuela, agregándose además, a esta estela del desprecio hacia el conocimiento, la ciencia o el desarrollo cultural, a Bolsonaro en Brasil, ignorando la pandemia y sus posibles consecuencias. A todos ellos, como a muchos en otros contextos, les une no una ideología o una ortodoxia, sí un espíritu en común: barbarismo. 

El bárbaro, paralizado escuchando el murmullo de su ignorancia o sus apetitos, convertidos en egolatría o soberbia, desconoce a la otra o al otro, los descalifica, como descalifica cualquier manifestación que no se apegue a sus intereses o postulados. Totaliza desde la demagogia, la religión o la egolatría, convierte en absoluto leyes del mercado, la economía o los negocios, las “luchas del pueblo”, de los humildes o “la hermandad de los más justos”. Gusta del mutismo y el mausoleo, de la frivolidad y la indiferencia. Desteta lo plural, ama lo monolítico, prefiere el soliloquio y la componenda al diálogo, prefiere idolatrar su retrato, su monotonía, su gula.  

Cercenar las instituciones culturales o al sistema educativo, no solo implica eliminar la filosofía o limitar las manifestaciones sociales, conlleva eliminar la protesta o banalizar el canto, pues solo hay una única verdad en el decálogo del bárbaro: la mediocridad totalitaria que aborrece al otro, vacía contenidos o referentes; el modelo -no importa doctrina o normativa- acalla el otro lenguaje, pervierte la otra voz, la frivoliza. Su accionar, reflejo tanto de ignorancia como de presunción inútil, tiene nombre: barbarizar.


 ...pues solo hay una única verdad en el decálogo del bárbaro:
 la mediocridad totalitaria que aborrece al otro,
vacía contenidos o referentes... 



*Álvaro Mata Guillé. Poeta, ensayista, director teatral. Síguelo en Twitter: @alvaromataguill


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