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"Escribir es mi manera de estar en el mundo": Jaime Arracó Montoliu

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A raíz de la publicación de la novela Una persona perfecta (Editorial Planeta, 2019) del escritor español Jaime Arracó Montoliu, autor de Los años queman (Rey Naranjo, 2016), tuvimos una charla en exclusiva con el autor para Libros & Letras.

Por: Pablo Concha*

─¿Cómo surge la idea para esta novela?

Desde hace ya bastantes años escribo con obsesión –escribir es mi manera de estar en el mundo–, muchas veces sin rumbo, pero protegido, sin molestar a nadie. No pienso conscientemente en lo que quiero escribir; los libros van apareciendo mientras los escribo y hago todo lo posible por terminarlos. Lo que siempre pasa es que abordo temas que conozco, voy a los lugares donde he vivido, entablo nuevas relaciones con las personas que he tenido cerca. En un principio, todo tiene que tener relación con mis afectos, con el estómago, con el corazón. Entonces aparecen las partes más literarias de mis propias experiencias, y con esto me refiero a la biografía de las tantas personas que he conocido y que me han enseñado algo, bueno o malo. Hay vidas intensas, muy intensas y muchas tentaciones. También la naturaleza que conozco o las ciudades que me soportan. Soy una persona nostálgica y –como ya hice en mi anterior novela– me gusta recurrir a personajes jóvenes porque me ofrecen mucho, son más vitales y más ingenuos, los jóvenes son más temerarios y puros. Me he encaprichado de estos chavales que están siempre a punto de que les pase algo, próximos a los quiebres que necesito para narrar sus vidas con mayor amplitud. Sí, ahí hay más pureza, más verdad –también literaria–. De lo que sí soy consciente es de que muchas personas no pasaron a la vida adulta, de que muchas personas se quedaron estancadas en la adolescencia y en la primera juventud. La cabeza no les dio. No les da, es una trampa de la que no pueden salir, pero siguen envejeciendo y viviendo en cuerpos adultos. Quiero saber qué pasó en esas vidas, normalmente envueltas en privilegios. ¿Por qué son así ahora? Después surgió la idea de hacer una novela mental y finalmente aparecieron el protagonista y el resto de personajes principales. Yo soy todos y ninguno. Pero doy muchos tumbos hasta llegar a ese punto. Para mí la literatura es una obsesión, más artística que comunicativa. Me obsesionan los sustantivos, los adjetivos, los verbos. Y el viento, y la noche y todo aquello que las palabras pueden crear. Mi cabeza me dice que absolutamente todo lo que entra en ella puede ser narrado literariamente. A veces es agotador. Una noticia, una llamada telefónica, una lectura. Quería que la novela fuera muy visual, eso lo tenía claro, quería que la formaran secuencias de imágenes narradas, descripciones muy precisas e ideas complejas simplificadas por el lenguaje. Esto se adaptaba muy bien a mi manera de escribir, que es más bien caótica. Acumulo mucho material, me lleno de notas en libretas y papeles sueltos, y luego lo ordeno como si fuera un puzle. Borro sin miedo, descarto con humildad y reescribo con placer. Imaginé capítulos y los definí brevemente, distintos finales. Que luego ese trabajo haya aparecido en la novela, es otra historia. Todo esto te lo digo hoy, desde la distancia, con el trabajo hecho. Sin haber mencionado el vital trabajo que hizo mi editor. Pero al final todo nace de un diálogo que recuerdo, de un sueño, casi siempre de algo que sale de mi memoria. La imaginación viene después. Los músicos te dicen dónde y cómo escribieron una canción. Yo no te sé decir cuál fue la primera palabra del libro ni cuándo la escribí. 

Una persona perfecta trata el tema de la esquizofrenia. ¿Qué tan rigurosa fue la investigación que tuvo que realizar para escribir al respecto? 

No creo que deba ser yo quien conteste esta pregunta –al menos la parte de la esquizofrenia–, sino los lectores, sobre todo los que padecen la enfermedad. Cuando tuve dudas médicas, consulté a mi psiquiatra, pero fueron muy pocas veces. Investigué, creo que con método y siendo riguroso. Pero esto es algo que debe hacer cualquier escritor, escriba el género que escriba. Investigar sobre botánica, sobre la arquitectura, sobre los contextos sociales o los códigos morales, lo que le toque a cada uno. Desde el principio sabía que mi trabajo era otro, no el de escribir un tratado de enfermedades mentales. Mi trabajo es bregar con las emociones y las palabras. Crear personajes que sientan y hagan sentir al lector. Tener la inteligencia para reconocer los límites de la historia, y también los míos. Y escribir eso, lo que está a mi alcance. Nunca menos. Yo soy riguroso con la escritura, con la elección de las palabras, con la velocidad del texto, intento ser riguroso con lo que pide la historia. He de saber cuándo dar un paso a un lado para que los protagonistas o las ambientaciones se adueñen del libro. Ceder el control a la literatura.
La esquizofrenia es un tema de los muchos que se tratan; sin duda hay mucha tristeza, y una insatisfacción constante e incurable que comparto con Saturnino. Es una novela sobre la vida, sobre el dolor, sobre la infancia, sobre la culpa, el miedo, la familia, la muerte, la religión, la amistad, la falta de amor, la soledad. Hay muchos temas. En realidad no creo que sea una novela sobre la esquizofrenia, la enfermedad mental es una característica más de Saturnino. Mi propuesta literaria no va por ahí. Me interesaba más crear un lenguaje propio, manipularlo y experimentar todas las posibilidades lingüísticas de un yo alienado. La novela ahonda más en las formas de narrar que en los temas narrados. El libro habla más de la voz de la esquizofrenia que de la propia esquizofrenia. En todo caso hay espacio para el arte, para la música, para los deseos y para analizar la sociedad de la época en que está enmarcada la novela. El miedo a vivir, el suicidio, la extrañeza de nuestro cuerpo y nuestra cabeza, las limitaciones provocadas por la enfermedad. Quiero pensar que hay mucho más que esquizofrenia. Hay veranos, hay inviernos, hay felicidad, hay maltrato y hay poesía. Están las relaciones humanas e incluso la belleza que aparece cuando Saturnino se entrega a su propia suerte.

─El protagonista de la novela, Saturnino Freixa, examina su corta vida tratando de entender si lo que le sucede es consecuencia de acciones o hechos que le acontecieron en la niñez, o si quizás todo es culpa de la genética de sus padres. ¿Es importante tener a alguien a quien culpar por lo que nos pasa? 

Hacer eso es lo más fácil del mundo. Echar balones fuera, no asumir las propias responsabilidades. Pero tener a alguien en el punto de mira –ya sean tus padres, un novio de la adolescencia, o la sociedad entera– es un lastre pesadísimo que no te deja avanzar, ni conocerte, ni ser objetivo. La rabia de Saturnino va dirigida hacia su padre, pero también hacia sí mismo. Por lo que le hicieron, pero también por lo que él mismo se hace. Lo cierto es que las novelas necesitan preguntas que el escritor intenta resolver. Y esta de la responsabilidad es una de las grandes. Qué controlamos y qué no. Pero si tenemos en cuenta las adicciones, que es otro tema sobre el que me gusta escribir, o las enfermedades mentales, los pacientes no son irresponsables, no actúan bajo su propia voluntad, quiero decir que hacen muchas cosas en contra de su voluntad, y es por eso que no pueden ser tachados de irresponsables. Simplemente están enfermos y la enfermedad actúa por ellos. Tener a alguien al que culpar de tus males no creo que ayude en nada. Yo interioricé aquello que le dijo Patti Smith a Cat Power: “Me explicó la responsabilidad que tiene un artista con su creación, y me aconsejó beber agua”. 

─En la novela vemos unas entradas del diario de Saturnino, una actividad que su psiquiatra le aconseja que haga, pero son pocas y, al final, es algo que no se profundiza. ¿Por qué decide hacer un uso tan somero del elemento del diario?

Si te das cuenta, Pablo, la estructura de la novela le da el espacio que le corresponde. Tiene el mismo espacio que tienen los capítulos dedicados al consultorio médico, a la infancia, a los viajes, a la casa de mamá y papá, y al delirio. Me explico: hay veintidós capítulos organizados con seis títulos que se omiten, pero que se repiten ordenadamente. Seis, seis y seis, tenemos entonces dieciocho capítulos y después está el delirio mezclado con una escritura más realista en el refugio de montaña, adonde mandan a Saturnino para curarse. Por esto que te digo no creo que sea un elemento somero, está en su justa medida. Además no quería pararme tanto en la metaliteratura, tenía que ser consecuente con la idea de la novela mental, así que el juego experimental que inicia Saturnino con el diario le da la posibilidad de expresarse sin más restricciones que las impuestas por su propio cerebro. Yo tenía que responder a lo que pedía el libro, no a mis caprichos personales. La novela mental era lo que tenía que predominar. La libertad narrativa aparece en los últimos cuatro capítulos, del dieciocho al veintidós. Se pasa de la cabeza de Saturnino a la naturaleza, es un ir y venir de la idea de salvación a la idea de condena. Los capítulos dedicados al diario tienen la misma importancia que los dedicados a las otras cinco temáticas y por lo tanto un volumen muy parecido de páginas en el libro. Incluso los capítulos que no pertenecen al diario, yo los considero un diario, la diferencia está en la privacidad de la escritura y en la aproximación narrativa más independiente, franca y espontánea que hace en esos capítulos. Me parece que todo, a su manera, es un diario.

─Se podría decir que la novela es el proceso de aceptación de Saturnino del hecho de que padece una enfermedad de la cual no se va a curar nunca. ¿Sería correcto definirla así?

Hay algo de eso, es verdad. Tiene que aceptar sus propios defectos. Me gusta más resaltar los defectos que las virtudes de los personajes. Tiendo al drama. Sus padres no lo aceptan. ¿Qué hacer cuando no te aceptan tus propios padres? Para Saturnino es un drama seguir viviendo, si se piensa bien, independientemente de su enfermedad. Es difícil entender que una enfermedad es crónica y que no volverás a ser el mismo que eras, que no serás la persona que conocías antes, aunque eso no quiere decir que serás peor. Solo diferente. Todo esto conlleva cambios que no todos están dispuestos a hacer. Porque cuesta mucho rendirte a estas cosas. De hecho no termina de aceptarlo, el dolor de vivir, de tener sentimientos que no le gustan y que no domina hace que siga escondiéndose detrás del alcohol, los medicamentos y las drogas. Pero también se siente amparado por la música, por la literatura y por los recuerdos, un poco inventados, de una infancia con algunos momentos felices.

─Aparte de la esquizofrenia, en el libro también se aborda el tema del abuso físico de los padres, el descuido y quizá la mala crianza. Saturnino dice en cierto momento: “Todos necesitamos referentes para sobrevivir. Y en mi casa no había”. Puede que la familia no tuviera la culpa de su enfermedad, pero ciertamente no estaban ayudando ni le habían ayudado nunca. ¿Fue así como lo quiso plantear? 

En mi generación y en chavales un poco mayores que yo, este tipo de maltrato no era considerado un abuso. Por nadie, ni por los padres ni por los hijos. Muchas personas de mi edad defienden esta educación después de haberla sufrido. Había más autoridad, era otra forma de enseñar, y si he de ser sincero, mientras lo escribía no lo padecí, lo tenía muy asumido. Aunque si lo veo en mi vida me produce rechazo. Ahora mucho más que antes. Me siento muy cerca de los sentimientos de la infancia y de la adolescencia. Yo quería que se supiera que los padres no hacen todo por el bien de sus hijos. Nos venden la idea de que los padres jamás harán algo que pueda herir a los hijos y es mentira, pero no porque lo diga yo, cualquiera puede verlo. Hay padres terribles que dicen querer mucho a sus hijos. Tener hijos es muy fácil, cualquiera puede tenerlos, pero no todo el mundo está capacitado para ser padre. Me gusta preguntarme por la crianza de los personajes, los traumas, y el conflicto familiar es el conflicto literario que más me interesa. Desgraciadamente la realidad nos enseña que las palabras hirientes y los golpes son normales, somos humanos y es parte de nuestra naturaleza, en la actualidad y mucho más en el pasado. Los padres de Saturnino son un ejemplo de esta clase de ostentación del poder. La madre de Saturnino no quiso ser madre y además su hijo no le gusta demasiado. Pero a veces aflora el amor y se lo demuestra al niño. Con el padre pasa lo mismo, con la diferencia de que este sí le zurra y no es tan indiferente, se siente profundamente atacado por la actitud pasota del hijo y por su excesiva sensibilidad, poco masculina para su gusto. Saturnino lo dice mejor que yo al darle las buenas noches a su madre después de que su padre le dé un par de tortazos por morderse dos uñas, en una noche tensa como todas alrededor de una cena: “Me sale una risa infantil, la única que tengo al ser un niño, la abrazo y me creo que me quieren, porque el amor no te convierte necesariamente en buena persona”.

─Otro tema importante que se analiza en el libro es el de la identidad. El protagonista dice: “No me gusta ser yo por culpa de las personas con las que estoy”. ¿Qué tan difícil fue explorar esto en alguien que padece una enfermedad mental?

Sí, este es un tema fundamental, está siendo, tal vez, el más evidente dentro de mis libros. Es muy personal y me parece casi obligatorio conocer porqué somos como somos y hablamos como hablamos y pensamos y sufrimos como lo hacemos. Tengo treinta y seis años y he vivido más de diecisiete fuera de mi país. Y cuando he vivido en España, me he sentido más apegado a lugares que no eran mi residencia habitual. He estado en seis o siete colegios distintos, públicos y privados. No he ido nunca a una reunión de exalumnos, no pertenezco a grupos escolares o universitarios. Solo hice un viaje de final de curso con todas las clases del liceo. Fue a Viena y en el hotel me pusieron en la planta de los profesores aislado de los otros estudiantes, ese año me expulsaron del colegio y tuve que ir a otro en el que no había patio, pero que estaba en un palacio histórico de Florencia. Ya ahí no pertenecía más que a una búsqueda de la belleza y del placer. Acabé estudiando con hijos de mafiosos, con chavales que se drogaban en clase y que montaban peleas en los recreos. Yo no pertenezco a casi nada, ni como escritor ni como ciudadano. No soy de ningún lugar, no pertenezco a una generación o escuela de escritores, no soy considerado narrador ni de aquí ni de allí. Las librerías exponen mis libros en la sección de literatura universal. Soy de Tremp, de La Rioja, de Madrid, de Florencia y de Bogotá. Pero también de lugares a los que me transporto leyendo. No tengo una patria que defender, ni nadie a quien darle voz. Este desarraigo me hace pertenecer sobre todo a las amistades, a la familia, al amor. Así que no encontré ninguna dificultad. No creo que haya tanta diferencia entre la exploración de la identidad de un enfermo mental y de una persona que no lo sea. Alguien decía que mientras un enfermo busca la salud, un enfermo mental se busca a sí mismo. Ese es mi trabajo, buscarme y eso hice con Saturnino. La primera sociedad y la más importante es la familia, es la que nos construye, por eso la identidad viene dada antes por la educación que por el país o la ciudad o el pueblo en el que hayamos nacido, al menos yo lo veo así. Aunque los lugares son también pequeños imperios de identidades. Pero es que todo forma parte de la identidad. El idioma y la forma de utilizarlo, la música que escuchas, el partido político al que votas, el peinado que llevas, la comida que comes, cómo te vistes, los libros que lees, cómo te afeitas, los amigos que tienes, todo. Y las personas suelen exculpar sus faltas diciendo que sus comportamientos forman parte de su cultura. Las famosas costumbres contra las que parece que no se puede hacer nada: aquí somos así. Esa frase resume que para muchos la identidad es intocable e inmutable. Yo pienso todo lo contrario, me da vértigo pensar eso. Mientras escribía esta novela pensé mucho en lo que me dice siempre un amigo: la patria es la infancia. Y hasta ahí tuve que ir para narrar la vida de Saturnino. 

─¿Cuáles autores podría decir que han influenciado su narrativa?

Te puedo decir muchos que han influido en mi vida, pero no sé si en mi escritura. Mis escritores de referencia escriben libros completamente diferentes a los míos. No sé a quién me parezco. Además cada año voy descubriendo nuevos autores, como nos pasa a todos los que leemos. A menudo llegan amigos con criterio que me dicen: lee esto urgentemente. Y lo hago. Me gusta Sorrentino, sus series, sus películas y sus novelas. Él sin duda es una referencia. Juan García Hortelano puede ser otro. El libro Gente de Madrid, es encantador y habla de una clase social que me interesa. Paul ThomasAnderson también. Cualquier forma de arte que me conmueva es una influencia vital. Soy un escritor que se nutre mucho del cine y de la música. Two Gallants es una banda muy importante en mi escritura, Iron and Wine también, Nacho Vegas. Hay cientos, muchísimos muy importantes. Micah P. Hinson, Jeff Tweedy, Antonio Luque, Josh T. Pearson, Conor Oberst, Mark Oliver Everett, Los Planetas, Justin Vernon, Will Oldham. En esta novela Saturnino escribe sobre Cat Power,Beth Orton y Joan Baez. Imprescindibles. Son igual de importantes los grupos que he escuchado toda mi vida que los autores que he leído. Mis novelas son muy musicales y le doy mucho valor a los diálogos, como hace el teatro o el cine. Estoy fascinado, por ejemplo, con un guionista norteamericano, Taylor Sheridan, veo todo lo que escribe, ya sea para televisión o para cine. Si bien veo muy poco la tele, casi nada porque no hay fútbol. Los que me han leído dicen que mi escritura tiene más cercanía con la narrativa de Estados Unidos que con la española o la latinoamericana. Yo no te sé decir. Esta novela, en la parte final, es más española. Pero siempre me asocian con autores anglosajones. Bueno, dejo el rollo, mejor menciono a unos pocos autores a los que vuelvo con frecuencia porque siguen enseñándome la dimensión artística que puede alcanzar la literatura y de ese modo me enseñan a escribir. T.C. Boyle, Robertson Davies, Richard Ford, Rawi Hage, Kureishi, John Cheever, Jack London, Dominick Dunne, Coetzee, Knausgård, Andrés Barba, Eduardo Lago, Gil de Biedma, Edward St. Aubyn, Jim Harrison,Amelie Nothomb,Mary Karr, Paul Auster, Jhumpa Lahiri o Le Clèzio son algunos.




*Pablo Concha. Escritor colombiano, autor del libro de cuentos Otra Luz y colaborador literario en Libros & Letras y varios medios culturales.



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