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Control de rutina, un cuento de Adriana Villegas Botero

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Adriana Villegas Botero. Foto cortesía

Control de rutina*
Por: Adriana Villegas Botero


El cruce entre el análisis genético natal y la historia médica genealógica indicó que era probable que Santiago empezara a desarrollar un tumor maligno en el páncreas a los 47 años, 4 meses y 2 días. El médico recomendó dieta, ejercicio y controles periódicos. En algún momento de la adolescencia sus padres consideraron un trasplante pero era una cirugía muy compleja para prevenir un riesgo futuro e incierto. Durante varios años él descartó la posibilidad de casarse o tener hijos porque no quería causar duelos tempranos, pero sus amigos empezaron a ser papás por la misma época en la que conoció a Isabel, quien desde el principio se sorprendió con la fe que él tenía en el resultado del análisis: lo que ella veía como una posibilidad para él era una certeza. Su historia había sido distinta: su informe natal alertó sobre hipotiroidismo y sobrepeso desde los 39 y artrosis después de los 73. Sería una mujer sana hasta la vejez si la fatalidad no se atravesaba en forma de accidente aéreo, terremoto, caída u homicidio. Su buena salud se evidenció en un parto natural de rápida recuperación. Joaquín tenía ya seis años y un informe genético tan alentador como el de su mamá, que ya tenía problemas de tiroides pero lucía un cuerpo fantástico, al que se le notaban las sesiones de pesas, spinning y natación.

En todo eso pensó Santiago mientras esperaba al médico en el cubículo al que lo condujeron luego de cruzar el escáner de salida de la compañía. Llevaba más de 14 años pasando todas las mañanas y todas las tardes por la misma máquina, que permanecía casi siempre con una luz verde de rutina. De vez en cuando una luz amarilla representaba para él o algún compañero dos o tres días de incapacidad: el escáner detectaba una indigestión leve o una gripa de la que aún no tenía síntomas, pero que ya había empezado a incubarse. Si la luz se encendía a la salida le daban un bono compensatorio por haber contraído la enfermedad en la jornada laboral. La luz naranja venía con gestos de alegría, sorpresa o llanto. No todos los embarazos son deseados y en todo caso siempre revelaban al resto de la fila que la trabajadora había tenido sexo pocas horas antes. Cuando la luz naranja se encendía en el escáner de salida se multiplicaban los comentarios maliciosos. La luz roja era la única que se acompañaba de un sonido: un pito de alerta tan escaso que incluso los del segundo piso se asomaban a mirar quién era la víctima. Santiago llevaba esperándola toda su vida. Se le adelantó nueve días.



***

*El cuento "Control de rutina" hace parte del libro El lugar de todos los muertos de la periodista y escritora Adriana Villegas, publicado en 2019 por la Secretaría de Cultura de Caldas. 





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