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David Betancourt: “Me alegra que la gente se ría leyendo mis libros porque yo los sufro haciéndolos”

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Entrevista con David Betancourt, autor de La conjura de los vicios 


Por: Pablo Concha* / Cali, Colombia

La conjura de los vicios de David Betancourt (Literatura Random House, 2020) es un libro de cuentos en donde, debajo del humor presente en las situaciones que describe, subyace una inmensa soledad y desconsuelo de los personajes. Las adicciones que padecen son, en muchos casos, producto de la incomprensión, el aislamiento y la incapacidad de conectar con otros seres humanos y con su entorno. Afirma la escritora caleña Pilar Quintana en la contratapa del libro, “Uno no para de reírse”, pero a la vez siente lástima de estos personajes y mucha tristeza. Los ocho relatos son narrados con un lenguaje coloquial, un slang antioqueño, si se quiere, y todos tienen como escenario a Medellín y sus alrededores. El libro también hace una crítica mordaz a la ciudad, a la sociedad paisa y, por ende, la colombiana.

La presente obra toma su título –y lo modifica– del libro La conjura de los necios de John Kennedy Toole, publicada póstumamente en 1980 y ganadora del premio Pulitzer en 1981, que relata las andanzas de uno de los personajes más curiosos de la literatura: Ignatius J. Reilly. El epígrafe es precisamente tomado de esta novela: “Lo aprendiste todo, Ignatius, todo, salvo cómo debe comportarse un ser humano”. Es algo que podría aplicarse al repertorio de personajes del libro de David Betancourt. Un conjunto de historias diferente al panorama literario actual y narrado con humor e inteligencia, dos cosas difíciles de mezclar de manera exitosa. A continuación, una charla que tuvimos con el escritor en exclusiva para Libros & Letras:

─La soledad es uno de los temas centrales del libro, una profunda soledad que los personajes llenan con diversos vicios y conductas nocivas. Ante la tristeza, ¿solo queda reírse de uno mismo para seguir adelante?

DB: Esa gente que vive en los cuentos de La conjura de los vicios está sola y se siente sola y triste porque por tener los vicios que tiene la otra gente le saca el cuerpo, le corre, la aparta, la desprecia, la discrimina. Nadie, por ejemplo, está dispuesto a aguantarse todo el día, todos los días, a alguien que no le para la boca, pues, que vive hablando y hablando y hablando parejo una infinidad de nada, cosas insustanciales encima de las palabras de los demás, como es el caso de uno de los personajes del libro, enviciado a echar carreta. Como nadie le habla ni lo escucha, le toca hablarse a él mismo y a las cosas, y ahí es cuando se siente solo, como la mayoría de los viciosos, que tienen que acompañarse de ellos mismos y del vicio porque no les queda de otra, porque tener un vicio los excluye. Esos viciosos de mi libro (uno enviciado a decir “gonorrea”; otro a matar personajes en sus novelas porque los libros con muchos muertos gustan mucho y se venden mucho y vuelven famosos a los escritores por más malos que sean; otro a componer mentalmente los defectos físicos y las maneras de vestir y de hablar de la gente que se encuentra en la calle por puro miedo a que lo maten por decir las cosas de frente; otro que le da por regalar todo lo que tiene cuando se toma un trago, etc.) yo no los veo reírse de ellos mismos, aunque esa es una opción, sino padecerse, mentirse, engañarse y culpar a los demás de su mal. En esta colección de cuentos, por ejemplo, yo veo más soledad y más tristeza que humor, porque yo de alguna manera soy mis personajes y los conozco y los sufrí y los padecí y les di su destino, pero quizá a los lectores les dé más risa que tristeza o sientan compasión, y más si son colombianos o latinoamericanos, porque nosotros no podemos evitar reírnos y burlarnos de esos a los que las cosas les salen mal, esos que se caen, que fracasan, que pierden… Por eso yo me río de mis lectores, de los que compran este libro, y que ellos se rían de mis personajes, de mis inventos y de mí si quieren.   

─¿Qué tan importante fue el descubrimiento de la novela de John Kennedy Toole en términos de la creación de esta obra?

DBLa conjura de los necios y el Quijote son dos de mis libros más queridos. La lectura de esas dos novelas lo único que me produce es envidia e impotencia y ganas de dejar de escribir. Y como las releo con frecuencia, ya puedo decir que uno de mis vicios más fuerte es la envidia, un vicio muy colombiano y muy del estilo de los de mi libro, vicios raros y hasta graciosos pero vicios al fin y al cabo con los que mis personajes tienen que lidiar. Entonces, La conjura de los necios solo me sirvió para el título, para un epígrafe y para jugar con algunas cosas que pasé de allá para acá y que el lector seguro va a encontrar. En la novela de Kennedy Toole, por ejemplo, como dije ahora, hay humor pero también mucha soledad y mucha tristeza. La soledad y la tristeza están patentes, como en mis cuentos, pero el humor lo encontrará el lector maldadoso, pues, lo aseguro, la mamá de Ignatius Reilly (el personaje de Kennedy Toole) viendo lo que le pasaba a su hijo y a ella en la novela, en vez de risa le dieron ganas de llorar y un desconsuelo tremendo. 

─¿Qué tanto se reía usted mientras plasmaba el lenguaje coloquial en cada una de las historias?

DBMientras los personajes de mi libro hablaban con esas palabras y esas expresiones, yo los oía sin reírme porque la gente habla así, porque yo hablo así, porque me gustan las palabras y maneras que usan para decir las cosas más insignificantes y las más trascendentales. Me hubiera dado mucha risa, eso sí, que mis personajes hablaran con palabras rebuscadas, que no les pusieran color, que fueran solemnes, que dijeran sus cosas como si fueran un artículo académico publicado en una revista indexada, pero se comportaron bien y hablaron como yo hablaría de ser un personaje de un libro mío. Además, mis personajes me conocen bien y saben que, si se les hubiera dado por hablar como a mí no me gusta, con esa seriedad que da risa, los hubiera borrado del libro.   

─¿Existe alguna razón en particular para que el sexo no se encuentre entre los vicios descritos en el libro?

DBEs que en La conjura de los vicios los vicios que persiguen, agarran y atormentan a los personajes, como dije ahora, son de otra esencia, de otro material, tan originales como el título de mi libro. El más cercano al sexo es el vicio de un señor que en las mañanas, antes de entrar a trabajar, le da un besito a la puerta de la fábrica para, de esta manera, tener motivación para cumplir sus funciones. Si no le da el piquito a la puerta de vidrio, se desespera y no es capaz de hacer nada. Eso es lo más cercano al sexo que tengo para ofrecerle al lector. Pero en La conjura de los vicios hay bala, así que no se preocupen. Además, en este libro no hablo de sexo porque me propuse escribir solo sobre cosas que no domino.


─En algunos relatos queda de manifiesto un juego autoconsciente y metaficcional. ¿Por qué decide incluir este elemento en La conjura de los vicios?

DBEn mi colección de cuentos yo menciono al autor, porque si yo no hablo de mí, nadie, aparte de los personajes, lo va a hacer. Es una cuestión de ego y de admiración. Y conmigo y con mis personajes, además, no corría el riesgo de que se dijeran cosas malas del libro y de mí. Trabajamos en equipo para que mi libro y yo quedáramos bien. También, los personajes y narradores hablan maravillas de La conjura de los vicios, dicen que es una obra maestra, obviamente porque ahí viven ellos y así lo creen y sienten orgullo de estar eternizados en una casa de semejante calidad. También, el narrador–protagonista de un cuento se refiere a los escritores que hicieron los textos de la contracarátula (David Gil, Luis Miguel Rivas, Pilar Quintana, Gilmer Mesa y Ricardo Silva Romero), no por lamberles, no, todo lo contrario, para decirles que son unos lambones por ponerse a decir cosas elogiosas del libro sin que la editorial les pagara un peso. También, el lector es determinante: se le habla, habla el lector, e incluso escribe. Siempre tuve en cuenta al lector en La conjura de los vicios, pero solo al que tenía cosas buenas para decir, para que haya un equilibrio, porque los lectores de verdad, los de afuera de la obra, demás que dirán lo contrario. De todas formas, a los lectores de afuera no les creo, bueno, a menos que estén de acuerdo con los que están guardados en mi libro.  

─No es sencillo encontrar escritores capaces de hacer reír al lector. ¿Qué autores hacen reír a David Betancourt? ¿Cuáles podría recomendar?

DBMe alegra que la gente se ría leyendo mis libros porque yo los sufro mucho haciéndolos. Es extraño que mis cuentos hagan reír a los lectores cuando yo no busco ese efecto. David Gil, por ejemplo, en la contracarátula dice algo que a mi manera de ver es muy atinado. Dice que los cuentos de La conjura de los vicios se presentan como literatura de humor, pero que “las hipérboles y juegos de palabras encubren una tristeza insidiosa”. Pero bueno, La conjura de los necios y el Quijote son eso también: risa y tristeza. Yo recomiendo que lean o relean esos dos libros mientras todo vuelve a la normalidad y pueden volver a salir a la calle.   



*Pablo Concha. Escritor colombiano, autor del libro de cuentos Otra Luz y colaborador literario en Libros & Letras y varios medios culturales.



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