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Los años invisibles de Rodrigo Hasbún

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Los años invisibles es la tercera novela del boliviano Rodrigo Hasbún (Cochabamba, 1981), una obra en la que el escritor retoma una historia que ya había trabajado en un par de relatos incluidos en su libro Los días más felices, publicado en 2011 por Duomo Ediciones. 


Por: Pablo Concha* / Cali (Colombia)

Hasbún parte del cuento “Ladislao”, profundizando y dándole otra dimensión a elementos ya presentes en este relato para hacer un análisis, por medio de la ficción escrita por el narrador de Los años invisibles, de la adolescencia, los sueños e ideales de la juventud, la carga que para muchos supone el pasado y cómo eso te puede hundir. La idea de que la literatura, por más que pueda utilizarse como ejercicio de reflexión y entendimiento de una época o situación, al final no va a poder estar a la altura de la vida real. Lo que en realidad pasó y lo que uno imagina, nunca va a coincidir; el abismo entre la vida y la ficción es infranqueable. En Los años invisibles, dos amigos de la adolescencia se reúnen veintiún años después de concluida la secundaria y en otro hemisferio para revisar su pasado común, el pasado que uno de ellos está transformando en una novela. Así, entablan una conversación en el transcurso de una tarde mientras recorren bares en Houston sobre la dura verdad de aquella época. 

A continuación, una charla que tuvimos con el autor en exclusiva para Libros & Letras:

─La novela Los años invisibles es una ampliación del cuento “Ladislao”, incluido en su libro Los días más felices, publicado en 2011. ¿Por qué decide volver a esa historia?

RH: Es una historia que me siguió dando vueltas desde entonces, y abordarla esta vez en una novela y no en un cuento me ofrecía la posibilidad de ahondar más en los personajes, en sus aventuras exteriores y en sus guerras interiores, en todo eso que más les importa y más les duele. Por encima de eso, me ofrecía sobre todo la posibilidad de ver qué había sucedido con los personajes veinte años después. Porque Los años invisibles es para mí eso más que nada: una contraposición entre lo que llamamos el pasado y lo que llamamos el presente, una indagación sobre el tiempo y la memoria y sobre cómo lidiamos con ambos.

─El narrador de Los años invisibles escribe sobre la adolescencia para liberarse de lo que le sucedió a él y a sus amigos, para tratar de entender, pero ocurre todo lo contrario: el peso de los recuerdos lo abruma. ¿Habría que hacer lo que sugiere Andrea, borrar el pasado y nunca mirar atrás?

RH: Para seguir adelante es necesario recordar pero también es imprescindible olvidar. Ojalá pudiéramos estar más en control de esas dos cosas, ojalá pudiéramos recordar más intensamente ciertos momentos y borrar de forma radical algunos otros. Pero no podemos, y eso hace que la memoria sea un territorio tan complejo y decisivo, un territorio donde además el pasado nunca permanece quieto. Se mueve y transforma tanto como el presente y el futuro. Lo seguimos reinventando continuamente, para bien y para mal.

Los años invisibles, aparte de ampliar y complejizar unos relatos de Los días más felices, deja de manifiesto el hecho de que son ficción. ¿Cómo y por qué decide incorporar este elemento metaficcional en el libro?

RH: La distinción entre ficción y realidad, entre imaginación y memoria me parece cada vez más tenue, y en la escritura a menudo termina disolviéndose. Ese origen ambiguo de las historias me interesa, y quería evidenciarlo en la novela. Quería que la novela propiciara la pregunta sobre el grado de “realidad” de eso que le sucede a Ladislao y a Andrea, que propiciara la pregunta pero no que la respondiera. Por eso, a diferencia de ti, creo que yo no me animaría a concluir que la novela “deja de manifiesto el hecho de que son ficción”.


Los años invisibles es para mí eso más que nada:
una contraposición entre lo que llamamos el pasado y lo que llamamos el presente,
una indagación sobre el tiempo y la memoria y sobre cómo lidiamos con ambos.


─Un tema importante de la novela, tal vez el principal, es el de que “hay una distancia insalvable entre la vida y la literatura”, y el hecho de que “esa distancia es menor en los libros de los grandes escritores”. ¿Puede ampliar esa idea?

RH: Es una provocación del narrador, que piensa que los escritores que más importan son aquellos que saben mirar de frente hacia la vida, sin la literatura de por medio. Cuando estás empezando a escribir, es muy común que lo hagas atravesado por la mirada de los escritores que más te impactaron. En esos textos no hay una respuesta directa a la vida, sino más bien un acercamiento deslavado a ella por medio de una mirada ajena, digamos la de Kafka o la de Borges, o la de cualquier otro. Lo que plantea el narrador es que son pocos los escritores que logran desentenderse de esos filtros y esas sombras. Plantea también que es algo que sucede más tarde que pronto, que no es posible ver la vida en serio antes de los cuarenta. Hasta entonces la mayoría de nosotros vamos avanzando con los ojos vendados.

─Para los personajes de Los años invisibles nada resulta como habían imaginado; esa noción del final feliz no se da, incluso el escritor reconocido y publicado está lejos de encontrarse dichoso o satisfecho. ¿Es triste ese panorama, o son demasiado utópicos los sueños de la adolescencia?

RH: Ni lo uno ni lo otro. La vida (y la literatura que mejor la retrata) está llena de matices, de momentos luminosos y de momentos imposibles, de lo que se rompe pero también de lo que perdura, de afectos feroces y endebles, de sueños que se vuelven pesadillescos y de pesadillas que terminan siendo gratas, de amores y odios que no dejan de mutar.

Los años invisibles y el cuento “Ladislao” parten de la misma escena, aunque en la novela se notan ya unas sutiles variaciones y una actitud diferente por parte de Joan. ¿Cómo fue la experiencia de reescribir un relato, o un segmento de un relato, que ya había sido publicado anteriormente?

RH: Escribí el cuento hace más de diez años, lo que quiere decir que fue otro quien lo escribió. En ese sentido, volví a ese material un poco como si me acercara a él por primera vez, haciendo énfasis en lo que más me inquieta ahora y desarrollando mejor a todos los personajes y ya no solo al Ladislao del cuento. Sería un ejercicio interesantísimo reescribir una misma historia cada diez años. Ahí se evidenciaría de manera brutal cuánto importa la mirada de quien escribe la historia, cuánto inciden en la historia las preocupaciones y la sensibilidad de quien la escribe, sus circunstancias, su experiencia, su edad.

─En el personaje de Andrea es donde más se aprecia el contraste entre realidad y ficción. Sin embargo, muchos de esos años invisibles (entre la adolescencia y el presente) son un misterio para el lector. ¿Qué tan factible es que la volvamos a encontrar en un futuro cuento o novela?

RH: Me cuesta saber sobre qué escribiré más adelante, o si me interesará retomar a estos personajes en otros cuentos o novelas. Si surge el impulso o la necesidad, lo haré sin duda, pero no es algo que me gustaría forzar o que me tengo propuesto. Dicho esto, admiro profundamente los proyectos de algunos escritores que vuelven una y otra vez a unos cuantos personajes o a un mismo lugar. En Latinoamérica son emblemáticos los casos de Onetti y Saer, y la obra de ambos puede pensarse como un rompecabezas interminable, que dependiendo de cómo ordenes los libros va ofreciendo resultados distintos. Bolaño también jugó muy bien a eso.

─¿Cuáles son los autores de cabecera de Rodrigo Hasbún?

El ejercicio de armar una lista tentativa siempre termina siendo injusto y un poco engañoso, pero te lanzo algunos nombres. J. M. Coetzee es quizá el escritor al que he admirado con más constancia estos últimos veinte años. Agota Kristof y a Natalia Ginzburg les tengo un cariño enorme, y vuelvo siempre a sus libros, así como vuelvo a la poesía de Pessoa. En estos últimos años, los libros autobiográficos de Deborah Levy son de lo que más me ha entusiasmado.


Sería un ejercicio interesantísimo reescribir una misma historia cada diez años.
Ahí se evidenciaría de manera brutal cuánto importa la mirada de quien escribe la historia, cuánto inciden en la historia las preocupaciones y la sensibilidad de quien la escribe...




*Pablo Concha. Escritor colombiano, autor del libro de cuentos Otra Luz y colaborador literario en Libros & Letras y otros medios culturales.



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