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La literatura explosiva del israelí Etgar Keret

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Etgar Keret. Foto: cortesía Editorial Sexto Piso

Etgar Keret nos relata historias donde la protagonista es una cabeza humana que alguien se encuentra en un parque, un hombre que se tropieza de frente con sus mentiras, personificadas, o un domiciliario que amenaza a uno de sus clientes para que le cuente un cuento. En este tipo de narraciones irónicas, imprevisibles y teñidas de humor negro, radica la fuerza literaria del escritor israelí más leído de los años recientes.


Por: Juan Camilo Rincón / Bogotá.

Sin hacer concesiones ni ser políticamente correcto, Keret es dueño de una prosa renovadora que sorprende y explota, contundente, en cada página. Sus personajes son tan reales que podrían ser nuestros vecinos, nuestros amigos o incluso nuestra pareja, y entonces sentimos que la ficción y la realidad se hacen una sola.


Además de su literatura, el cine nos da la fortuna de acercarnos a otras formas de su creación, pues es guionista y director, y algunos de sus cuentos han sido adaptados a ese formato.


De paso por Hay Festival Cartagena y por Bogotá, Juan Camilo Rincón entrevistó al autor israelí para Libros y Letras.


-Vivo en un país donde, desde muy pequeños, nos acostumbramos a la presencia de la policía y el ejército en espacios cotidianos. Por esa razón me llama la atención que en muchos de sus cuentos hay menciones o alusiones al mundo militar: soldados, sargentos, destacamentos, misiones de ejércitos. ¿Esto es algo desprevenido y “natural” en su escritura, o los ha incluido intencionalmente?


Eso tiene que ver principalmente con la sociedad y el país en el que vivo. En Israel todos deben servir en el ejército de manera obligatoria, tres años los hombres y dos años las mujeres; muchos siguen vinculados incluso hasta los 50 años. Es una sociedad muy extraña porque todas las personas que conoces, alguna vez fueron soldados; no es como el caso de Estados Unidos, donde hay un ejército profesional, y otros pueden ser bomberos o policías, sino que es una experiencia ubicua y compartida como manejar un carro o salir a almorzar. Esto crea una situación muy particular porque, si tienes una discusión con alguien en la calle o si una chica te pregunta por qué la estás mirando, sabes que esa persona sabe manejar una ametralladora o lanzar una granada. Es como si el empaque de la civilización humana estuviera ahí, pero sabes que puede romperse en cualquier momento. Lo que ocurre es que las situaciones son esencialmente diferentes en esa sociedad, comparadas con otras. Por ejemplo, en una de mis historias, una pareja pelea, la novia saca al chico del apartamento y cierra la puerta con llave. Todos en Israel saben que una de las primeras cosas que aprendes en el Ejército es que hay una manera específica de patear una puerta para volar una chapa, así que, si él no entra al apartamento es porque respeta su decisión, no porque no pueda entrar. En Israel se tiene la sensación de que la civilización es una ilusión y que todos hacemos un pacto en el que “no sé cómo matarte y tú no sabes cómo matarme”, pero toda la agresividad de la región y el pasado violento que hemos vivido es una falsa armonía porque sabes que, en cualquier momento, todo explota. En mi país, en un café como el que estamos ahora, seguramente habría una o dos personas que han matado a alguien, y una o dos que han visto morir a alguien junto a ellas. Se comportan de manera normal, toman su café, dejan su propina, pero de alguna manera se sabe que la civilización es una especie de pacto en un recinto del que muy fácilmente te puedes salir.


-¿Por qué escogió el cuento corto como uno de sus géneros?


Nunca escogí el cuento corto; más bien escogí contar historias que resultaron siendo cortas. Eso tiene mucho que ver con la intensidad de las historias; por ejemplo, si corres a la máxima velocidad posible, no puedes correr una maratón porque te quedarás sin aire muy pronto. Mis cuentos son como explosiones y he aprendido a hacer que exploten un poco más lentamente.


-¿Qué suelen esperar los lectores, los editores y la prensa de los textos de un escritor israelí?


Primero que todo, pienso que la mejor lección para un escritor es que nunca debe escribir lo que los otros esperan. Un escritor no es un banquero o un dentista; lo último que quieres es que sea confiable y predecible. Muchas veces la gente espera que, si tú naciste en determinada región, hagas historias que ellos ya conocen. Si eres colombiano, quieren que escribas sobre los carteles de la droga; pero puedes ser un escritor colombiano homosexual y relatar una historia de amor sobre el capitán de la selección de fútbol y jamás mencionar nada sobre el narcotráfico. Es importante combatir estas expectativas para que tu quehacer no se convierta en una especie de cliché predecible.


-¿Cómo pelea usted contra el estereotipo del escritor israelí?


Trato de ser pacifista y no pelear en ningún ámbito (risas). Para mí, el espacio de una historia es una especie de confesionario católico: una vez que ingreso en ese recinto, trato de ser sincero, sin provocar ni pelear contra nada, sino contar una versión de lo que es verdadero para mí.


-En el cuento “De repente un toquido en la puerta” usted dice que “la gente realmente está sedienta de otra cosa”. ¿De qué está sedienta la gente hoy?


Pienso que vivimos en un mundo que se hace cada vez menos intuitivo y menos físico, menos básico. La mayoría de nuestras interacciones son muy abstractas; enviamos correos electrónicos, notas de voz. Hace ya algún tiempo, si querías comunicarte con alguien, tenías que verlo cara a cara; hoy, las interacciones son cada vez más virtuales. Por ejemplo, mi hermano, que trabaja en el mundo de la computación, tiene como mejores amigas a personas que jamás ha visto personalmente. La sociedad humana es una red que ha cambiado mucho; hace 50 o 60 años, si querías conocer a alguien, para llegar a ella tenías que buscar a una persona que conociera a otra persona que conociera a esa persona. Era un tránsito analógico. Hoy en día puedes escribir por Twitter a una persona famosa que no conoces, y eso produce una distorsión en la carga eléctrica donde las interacciones humanas han perdido su carácter intuitivo. Ahora alguien puede escribirme desde Bali, Indonesia, y preguntarme si prefiero usar calzoncillos o bóxers. Eso habría sido impensable hace 50 o 60 años, que alguien me escribiera una carta para preguntarme eso, y mucho menos que se acercara a mí. Ahora las barreras han colapsado y han cambiado por completo las interacciones. 



Primero que todo, pienso que la mejor lección para un escritor es que nunca debe escribir lo que los otros esperan. Un escritor no es un banquero o un dentista; lo último que quieres es que sea confiable y predecible.



*Juan Camilo Rincón. Periodista y escritor. Redactor de Libros & Letras.



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