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Entre mercaderes, dictadores e hipócritas

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Foto: Libros & Letras
Por: Álvaro Mata Guillé


Imitando a Obama, en la toma de posesión costarricense de 2018, el actual presidente invitó a un poeta a ser parte del protocolo, cuya participación, motivada por la pose, la demagogia y el guiño a la gradería, no fue más que eso: un símbolo hueco usado por la retórica política, del vacío sobre el vacío que lo contemporáneo se empeña en cubrir de abolorio, de máscaras, de correcciones, de censuras, de consumo. El debilitamiento de las formas de expresión, de la idea de persona, de lo plural o la democracia: derechos, constitución, el decir no, se vincula intrínsecamente a la decadencia cultural que sufre nuestra época, donde el quehacer poético junto al pensamiento (con sus excepciones) es un reflejo más de ello, donde se unen la cursilería y el academicismo inútil, el compadrazgo y el balbuceo, el griterío, la presunción, la falsedad, alejados del canto que intenta expresar la condición humana, la vitalidad y el titubeo, las búsquedas, la transgresión, la ironía, nuestro no saber.


Decadencia cultural cuya estructura de valores, es decir, la estructura que sostiene la mirada del sistema económico-social que padecemos (en el que todo se vende, a todo se le pone un precio o se utiliza), desplaza a la persona como centro de la actividad cultural y la convivencia, no diferenciándose gran cosa de la estructura de valores que mueve a las mafias organizadas (al crimen) y a los estados paralelos que implantan dentro del tejido social. En efecto, entre el mercader y el sicario hay un hilo común: en ellos el fin justifica los medios, indiferentes a la suerte del otro (a). La frialdad de sus valores, aunque sea ocioso señalarlo, no hay preocupación por el desarrollo social, tampoco por los derechos, la igualdad o las equidades; en ambos se exacerba el individualismo miope y egoísta, la usura, la avaricia, la mezquindad; en ambos, el vaciar las cosas o a las personas que no pertenecen a su entorno, es la norma y la costumbre, puesto que los otros (as) deben estar al servicio de su gula, su indiferencia, su corrupción, si desean sobrevivir.


“Sin fraternidad”, nos decía Octavio Paz“la democracia se extravía en el nihilismo de la relatividad, antesala de la vida anónima de las sociedades modernas, trampa de la nada”. El sistema del mercader que se impone actualmente por todas partes y en todo contexto, no solo es un extravío que nos interna en la nada, proscribe la fraternidad, es decir, sus valores (la construcción social que promueven) son ajenos al dolor y al sufrimiento del otro(a), a la empatía, a la solidaridad y al bien común.


La visión de Alvarado Carlos (presidente actual de Costa Rica) se hermana, sin sonrojo alguno, a los pasos de Bolsonaro, Trump, Uribe o Vox, los que hacen de los prejuicios ideología y dogmas; del odio sobre sí mismos una proyección que cae sobre sobre los demás: no solo eliminan lo disidente (el pensamiento, la crítica, protestar), vacían a la sociedad de sociedad,  a la persona de persona, nos regresan al oscurantismo, a la inquisición, a la hoguera donde se quemaban herejes y brujas, al fascismo.


Sí, nuestro tiempo debería ser el tiempo de las búsquedas, de redefinir cada cosa o cada referente, de replantearnos la estructura de valores socioeconómicos que, en su médula (desde su raíz) nace enfermo, pero por ahora, como ocurre con el quehacer poético, continuamos vaciando el alma o llenándola de ruido, es decir, de nada.


“Sin fraternidad”, nos decía Octavio Paz “la democracia se extravía en el nihilismo de la relatividad, antesala de la vida anónima de las sociedades modernas, trampa de la nada.




ÁLVARO MATA GILLÉ
Poeta, ensayista, gestor cultural, dramaturgo. Coordinador general del Corredor cultural Transpoesía (México, Costa Rica, Argentina, España). 
Síguelo en twitter: @alvaromataguill




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