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La esclavitud de los bárbaros: el manoseo de la institucionalidad, “la manada”, Bolzonaro.

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Foto: Libros y Letras

Por: Álvaro Mata Guille*
Nuestra época, consumida por su propio olvido, pasa por alto los muchos componentes que dan sentido a la convivencia. El cómo queremos ser o el convivir, nacen de lo que hacemos o dejamos de hacer, de nuestras costumbres, pensamiento o convicciones, de una ética, una moral o sin ellas. De igual forma, los fallos judiciales, las sentencias que dictan los jueces, se adhieren a los referentes que construyen el orden social, marcando pautas que ayudan a transformar el entorno o a perpetuar el oscurantismo.

La sentencia que dejó en libertad, sin sospecha alguna, sin mancha, a los acusados (la manada) de violar (ultrajar, mancillar, someter), perpetúa la condición que hace de la mujer un algo desprovisto de cuerpo y alma. El fallo, como otros tantos en otros países (México, Argentina, Colombia, etc.), pervierte lo democrático, pues elimina al otro: su silencio, su imposibilidad, su miedo, su estar ahí, su voz, su no. 


En otra instancia, en otro país, por otras razones, otra resolución judicial produce, desde otro tenor, similares consecuencias: también pervierte lo democrático, no solo porque derruye, aún más, la deteriorada confianza hacia las instituciones, sino porque da paso a lo unilateral, al mundo de lo totalitario y el fascismo, a la visión del solo yo del tirano que elimina lo distinto, lo disidente, la posibilidad del otro.


Magistrados costarricenses, ante la consulta constitucional de un plan fiscal, no solo se plegaron a las apetencias, al “qué me importa” y a la mezquindad del poder, manoseando a su antojo, como abogados del verdugo al que le besan su mano, la institucionalidad, socavando profundamente el sustento existencial que da sentido a las instituciones democráticas: la división de poderes, traducción de lo plural que permite que coexistan otras voces, en este caso, el otro que mediatiza, precisamente desde lo institucional, la relación entre el poderoso (su ceguera, su gula, sus caprichos, su “solo yo existo”) y el ciudadano; entre la ambición sin medida del que ejerce el poder, sonriendo con soberbia al verse el estómago, y el que camina por las calles.


Ambos fallos, el que no condena la violación (el mancillar, el desprecio, la negación del otro) y el de la sala constitucional de Costa Rica, que instaura el manoseo conveniente de las instituciones y lo arbitrario, se interrelacionan, les une un hilo en común y un resultado: barbarizan. Uno pervierte la estructura institucional imposibilitando (banalizando, despreciando, derruyendo) la construcción de lo plural, y el otro, el fallo de los jueces españoles, socava, sin sonrojo, la posibilidad de lo diferente, el nacimiento de lo plural, la construcción de personas más allá del monólogo estéril de lo masculino. A ambos fallos los posee el mismo mal: el oscurantismo, que busca instalarse en las sociedades contemporáneas, el mundo de un único discurso, de una sola moral, de la sola posibilidad que, como consecuencia, no solo invisibilizan la otra voz, la desaparecen, la transforman en sombra, en espectro.


Algo más: al romperse el pacto (la confianza, la representación, el acto de fe, el voto) entre la ciudadanía y los referentes (institucionales, culturales, morales), los que han construido y sostienen lo social, nos obliga, necesariamente, a reformular, a reconstruir, a encontrar de nuevo un sentido de las cosas, una razón de ser, de no hacerse, como viene sucediendo en nuestros contextos, en los que se instala con normalidad el funcionamiento de una democracia corrupta usada por los de un signo u otro, de lo impune, del compadrazgo, que da pie a formación de estados paralelos, no es extraño que la orfandad que nos produce, que conlleva en sí misma odios y resentimientos, sea el alimento del fundamentalismo y el linchamiento. Ese paso, la ruptura del pacto, la dieron, la vienen dando, en este caso y otros, magistrados, jueces, políticos, los que con sus manoseos, frivolidad, corrupción, hacen de nuestra época una época más oscura: la de Bolsonaro-Maduro-Trump-Vox-Ortega, tantos de tantos que dan forma, instituyen, normalizan, un lenguaje sin alma.


Álvaro Mata Guillé

Poeta, ensayista, gestor cultural, dramaturgo. Coordinador general del Corredor cultural Transpoesía. Leer más AQUÍ
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