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Una aproximación a la novela "Doble travesía" de la escritora colombiana Lilia Gutiérrez Riveros

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La escritora colombiana Lilia Gutiérrez Riveros es una de las invitadas al XIII Encuentro Internacional de Escritoras de Marruecos 2018, donde presentará su novela Doble travesíaEl evento se realizará el 26 de octubre en el Instituto Cervantes de Tetuán entre las 17h y las 19h  en un acto en el que participarán autoras que representan a Iberoamérica y Medio Oriente.


Foto: Cortesía.
Por: Alonso Quintín Gutiérrez

Entre Melandra y el Valle de Uxmal

¡Cómo no arriesgar una palabra en las penumbras de un país que de tanto pensarlo se volvió humo y ceniza! ¡Alucinación de una quemante desmesura! Doble Travesía, es una incursión de “siete días, siete noches, siete instantes de eternidad pasos agigantados, repetidos y sensaciones que se desgranan, igual que los dilemas cuando la vida se pone a prueba…” (Capítulo 1. Hallar el camino). Es el asedio de un caminante a sus propias convicciones. A sus cavilaciones sobre la Cordillera Oriental, donde, los ejércitos de Bolívar blandieron la palabra libertad y el heroísmo de Custodio García Rovira, envolvió su cuerpo bajo un manto de gloria y sacrificio. Allí el preludio de una nueva emancipación parece precipitarse entre la contradicción, el desastre y los escombros de lo que pudo ser una gran sublevación continental. Mas, en la miseria se pulen lo ideales y lo que una vez fue certeza y bravura, se convirtió en linaje de escorpiones.

Doble travesía, es un encuentro con la intangible soledad de una patria asolada por el miedo, en un territorio que evoca las cumbres del “Alto de los rayos” y los riscos por donde viajan las borrascas y los sufrimientos, al río nevado en “Macharé”, pueblo inventado por los vientos y las risas del Mohán.


Samuel, el ponderado caminante, que persiste en hallar a sus padres, a pesar de la presencia de grupos armados y los campos minados. “A lo lejos, palpando la montaña, las nubes retocaban esculturas con distintas tonalidades” (P.25) y tras esa insistencia, florecen los recuerdos, su Aisha, la joven de las cercanías de Xian, que le enseñó los valles eternos más allá de la gran muralla, la figura  del gran maestro, el  Lama Niu y claro, el doctor Chez. Su mente enfebrecida por el viaje se desdobla mitigando la soledad. Algo que la ciencia no explica y la intuición interpreta como nudos de verdad. Así podrá visualizar escenas inauditas, de secuestrados, mosalvetes y malvados a punto de claudicar. Al final no sabemos si, la narración quiere ser fiel a una realidad nacional o exaltar la belleza del paisaje ebrio de azulejos, comadrejas, guiches y guirnaldas. “-Te llamaré el Valle de Uxmal, en memoria de la ciudad de la abundancia”, se dirá en sus pensamientos.    


Y del roble rosado, brotó la joven Melandra, de increíble belleza, quien al caminar no tocaba el suelo. “Y vio Samuel el viento atravesar los espacios, las nubes blancas, rojas, amarillas y las tonalidades grises. Saltó el odio sacando los colmillos, las garras; salpicó los montes y las quebradas. Muchos seres fueron pisoteados: humanos, vegetales, animales, mortales e inmortales, sacudidos e impregnados. La furia subía con sus alas de metal, rodaba por montes y ciudades, se metía en el espíritu del aire, invadía los lugares, los pulmones, las arterias, las piedras. Empinaba el dolor hasta alcanzar  el alma de los pequeños y los grandes (P-125) Melandra, entretanto tejía y destejía el manto de la realidad en el pensamiento de Samuel, poblándolo de delicias y encantos, en esa instancia parecida a la mansión de los sueños.



¿De dónde surge esta mezcla de realidad y de ficción que parece jugar con el lector en una eterna adivinanza de pesares y azahares? Dice Michel Faucault que “lo dioses envían las desdichas a los mortales para que las cuenten; pero los mortales las cuentas para que las desdichas nunca lleguen a su fin y que su cumplimiento se sustraiga en la lejanía de las palabras, allí donde estas no quieren callarse, cesarán al fin” (Del lenguaje  y la literatura P. 144). Aquí las palabras parecen sustraerse a su real significado, como si no quisieran pertenecer al relato. Como si de por si significaran otras cosas. Algo que el lector debe adivinar en su inocencia  o su perversidad. ¿Busca en realidad, Samuel a sus padres en los desfiladeros de las altas montañas de García Rovira, o en forma deliberada se adentra en la lozanía del paisaje,  para ver la muerte en los rostros de los torturados como una forma de prolongar las desdichas que jamás se contarán, porque no alcanzan las palabras? La autora nos precipita al abismo del pensar. Solo que no podemos pensar sin palabras y sin embargo el aniquilamiento del relato, parece mecerse en la prosodia de la imaginación, donde la narración vuelve a comenzar con inusitada insistencia. Así el lector no podrá librarse de una historia que no termina de empezar, tal vez porque surgió del inconsciente colectivo o porque de nada sirve intentar desprenderse de ella.

Doble travesía es una aventura hacia la intensidad de la palabra, tan intensa es que se vuelve reflejo de la cotidianidad, espejo de un espejismo: “Doña Blanca de Quintero, famosa por el mejor amasijo, experta en plumeros, rosquetes y almojábanas, repartió parte del amasijo entre los asistentes. Una de las señoras Figueroa pidió permiso para repartir el masato” (p. 99). Aquí repartir el masato y el amasijo, no es solo el alimento: está ligado a un modo de pensar a una práctica colectiva que en su accionar descifra una comunidad, unas formas vitales y unas formas de construir sociedad. Esas prácticas de vida transformaron una colectividad. Nos dieron una identidad. Y es a través de esa encrucijada con la realidad como Lilia va de la erudición al simple discurrir de la vida. Por eso “No metáis en la cabeza lo que cabe en el bolsillo” nos dice Unamuno. Aquí el pensamiento es “danza, salto, deviación extrema, tensa oscuridad” (Deleuze). Aquí las palabras gesticulan silencios aprendidos en los meandros de múltiples significados.


Lo inefable de la literatura estriba en su audacia para significar y resignificar eso que trazan las palabras en el ostracismo de la realidad. “La literatura es una distancia socavada en el interior del lenguaje… una especie de vibración sin moverse del sitio” (Faucault P. 66)


En Doble travesía, el lenguaje atraviesa el vendaval de la miseria y la grandeza humana: “Samuel sintió el dolor de la tierra abandonada. Los frutos caídos sin boca para alimentar. La tierra estaba herida y sus entrañas violentadas. Una sacudida de la sangre se sincronizaba con algo muy dentro de la tierra, la avalancha de temperaturas cruzaba espacios buscando la salida de un volcán” (p. 152). Es la tarea de escribir para no morir o hablar para no morir, como decía Blanchot. La ardua tarea de decir para asumir después del silencio lo que queda: rumor y queja de la intangible soledad desde la que el escritor debe asumir su rol de intérprete de los dioses. “Dios ha creado las noches que se arman / de sueños y las forma del espejo / para que el hombre sienta que es reflejo / y vanidad…” (Borges Los espejos). En Doble travesía, es la prolongación del lenguaje que se hace humo y ceniza de los acontecimientos, como si estos estuvieran por encima del relato. “Escribo para repetirme hasta el olvido y recordarlo en cada verso/ y porque así el principio y el fin se tornan inagotables” (Luis Alberto Ambrogio, El altar de los dioses). Algo similar ocurre cuando Samuel en su inconciencia, escucha, o le parece escuchar una voz que le dice al oído: “Verás más allá de lo inmediato. Más allá de tu propio espejo. Si decides avanzar en tu evolución has de tener fortaleza” (p. 145). La desaparición del lenguaje a cambio del hombre. La irrupción de lo inesperado, como un aluvión de espejos repetidos. Samuel es aquí el personaje que se inventó así mismo y sin remedio vaga por las laderas de la montaña en busca de su origen,   en el eterno retorno.


La autora incursiona en forma hábil sobre las grandes inquietudes del hombre y tal vez sin quererlo le arrebata la voz al narrador para decir “Cuando un ser humano deja de soñar debe pasar al siguiente plano” (p.152) y en el acento de Anfión: “Pasarán generaciones de aprendizaje antes que la inteligencia humana retire sus servicios al egoísmo”. No es costumbre que los novelistas le arrebaten la voz a los filósofos. Aquí, en la tersa línea del relato, la sabiduría de quien se mueve entre la ciencia y el arte, deja escapar esas pinceladas de humanismo por donde se va todo el planteamiento de la obra, tal vez recordando aquella frase: “Cuando miro el mundo soy pesimista, pero cuando miro la gente soy optimista” (Karl Rogers). La autora en definitiva, nos plantea no un dilema. No. La certeza de un mundo mejor construido desde el interior de cada individuo. De este modo el propio lenguaje es un simulacro. Una aparente visión de eso que el arte determina como inverosímil.


Doble travesía, es el principio y el fin de lo efímero. Lo intangible. Lo intocado, como la niebla de Unamuno. La sugerencia de seres humanos tocados por el despotismo de la verdad. La artera impaciencia de seres inmortales surgidos al azar, por la inconciencia de Samuel o de las plenitudes del valle de Uxal, convertido ahora en declive sobre la cordillera oriental: “Ante al asombro del caminante, Melandra se desdibujaba. Se iba la sonrisa plena y el rostro amado. Las frondas de los árboles envolvían el gesto de Melandra. Se iba, se perdía el amor, la iluminación de Melandra, la vida, la claridad y la verdad”. (P.182)


Es el ritual de la vida y de la muerte. La alucinación entre la realidad y la ficción, como consecuencia de una persistencia en los fuegos de la vida.



En fin Doble travesía, es el resultado de una reflexión profunda sobre el enigma del hombre pugnando por descifrar la oculta realidad que viaja en todo ser bajo la tutela de los dioses. La intrépida faena del escritor dará a luz un nuevo camino.  Algo así como escribir con las tintas de la noche, cuanto debe relatarse al relente de la luz. La escritora sabe inducirnos al mundo de las dudas para dejar el alma en suspenso y volver a comenzar así la Doble travesía, por la que viajará el lector a eso que Reymund Ruselobsesiona en la cima de sus reflexiones: “El azar no es sino una manera de transformar en discurso el improbable encuentro de las palabras” (“Pourquoi réédite-t-on l´oeuvre”? p. 423). Las mismas palabras que en sus rutinas de meditación alcanzaba a tocar las rutilantes escalas del espíritu, Samuel en su obsesión por alcanzar el final de un camino, convertido a la larga en el comienzo de otro, hasta volverse casi en forma indefinida en la Doble travesía.


Título: Doble travesía
Autora: Lilia Gutiérrez Riveros
Editorial. Educar Editores
Páginas: 2017
ISBN: 9789580517207




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