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Género negro en Latinoamérica. “Estamos a merced de nosotros mismos”: Pedro Badrán

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Letras negras. Ilustración por © Hache Holguín
Letras negras. Ilustración por © Hache Holguín

Rafael Bernal, Mempo Giardinelli, Rubem Fonseca, Paco Ignacio Taibo II y Leonardo Padura comienzan a formar parte de la memoria colectiva de los lectores al permitir que un género tome forma y eche raíces a partir de situaciones sumamente nuestras.

Por: Santiago Díaz Benavides*


El género negro en Latinoamérica puede ser incluso más negro de lo que ha sido en otras latitudes. Nuestra forma de aceptar que todo optimismo está justificado, nos lleva a pensar que las páginas de una novela pueden ser incluso más reales que la vida misma. Nos hemos visto enfrentados a la crueldad de la que somos capaces, pero solo en la literatura logramos disfrutarla, darle un vuelco de tuerca para apreciar su contundencia. “Me declaro fanático del asesinato”, dijo alguna vez Álvaro Mutis, quien no destacara por grandes ficciones detectivescas sino por la inmensa poesía que a través de Maqroll El Gaviero logró plasmar en el papel. Sin embargo, con esta frase se envuelven todo el imaginario y los intereses que habrán de desarrollarse con los años en el terreno de la novela negra o de corte criminal.

Descendiente fervoroso de la narrativa norteamericana, este género se ha desenvuelto con altura en nuestro continente. Un recorrido panorámico nos llevaría a evaluar títulos como El complot mongol (1969), Luna Caliente (1983), Pasado negro (1985), Sombra de la sombra (1986) o Paisaje de Otoño (1998), en los que vemos a un grupo de autores que se dan a la tarea de narrar los conflictos morales y más oscuros de su sociedad. Aquí, los nombres Rafael Bernal, Mempo Giardinelli, Rubem Fonseca, Paco Ignacio Taibo II y Leonardo Padura comienzan a formar parte de la memoria colectiva de los lectores al permitir que un género tome forma y eche raíces a partir de situaciones sumamente nuestras. Somos nosotros los personajes de estas historias: los pobres, los desahuciados, los enfermos, los adictos al trabajo, los drogadictos, las madres abandonadas, los hijos negados, los escritores fracasados, los policías alcohólicos, los estridentes.


No podemos seguir justificando nuestro apetito desalmado por la violencia. Aunque genéticamente estamos programados para la autodestrucción, existe la posibilidad de contemplar un mundo en el que la mayor violencia ejercida sea a partir de las palabras y nada más.


Todo esto, cabe resaltar, no habría sido posible sin Rodolfo Walsh quien, en 1957, se dio a la tarea de narrar a modo de crónica la crueldad novelesca con que afrontamos nuestros problemas y la forma como los vivimos. Es con Operación Masacre que se inicia el género negro en Latinoamérica. “Es probablemente la primera novela sin ficción en el continente y, quizá, en el mundo, que se encarga de demostrarnos que lo negro no está en la literatura sino en nuestra realidad misma, en nosotros”, afirma Jorge Volpi, autor de Una novela criminal (2018), otro de los textos que desciende de esta tradición.

Lo negro está en nosotros, en lo que somos, en la forma como vemos nuestra realidad y la vivimos, y la hacemos sangrar. Muy seguramente en La transmigración de los cuerpos (2013) Yuri Herrera jamás planeó retratar el cinismo de una sociedad que se debate entre el respeto y la avaricia. Si ni siquiera respetamos a los vivos, ¿cómo es posible que lo hagamos con los muertos? Es lo que pareciera preguntarse el autor con esta novela en la que lleva al lector por donde quiere y como quiere, por lo que cuenta y por el modo de contarlo, para narrar el estado de aturdimiento de una ciudad que se encuentra aterrorizada por la llegada de una extraña epidemia. De corte cinematográfico y ambientado con el lenguaje preciso, este libro reflexiona sobre la condición misma del ser latinoamericano y, de aquí, justo de aquí, de la brecha que se encuentra entre el ser latinoamericano surge una nueva forma de escribir el género negro.

El año anterior, con motivo del lanzamiento de Margarita entre los cerdos (2017), el libro de cuentos con el que Pedro Badrán, escritor cartagenero, da vida al detective Ulises Lopera, realicé una corta investigación acerca del impacto de la literatura criminal oriunda de los Estados Unidos en nuestras letras latinoamericanas. Es imposible no dar crédito a autores como Dashiell Hammett o J. M. Cain y a sagas inolvidables como la del terrible doctor Hannibal Lecter. “(…) el relato negro de hoy es muy diferente al que se escribía hace cincuenta o sesenta años. Encontramos, entonces, detectives un poco más rudos, imperfectos, vulnerables (…) da la sensación de que los personajes rondan la exageración (…) se trata más de una representación de aquello que vemos a diario en nuestras sociedades. Las fronteras entre el bien y el mal aparecen borrosas”, comenta Badrán.

En Margarita entre los cerdos vemos a Ulises Lopera como un detective marginal, funcionario de una fiscalía que se ha tornado corrupta. Lopera se ve abocado a actuar y desenvolverse con rapidez. No es el típico detective, casi héroe, muy razonador y calculador, sino más bien un sujeto que se encuentra a merced del mal. “Me interesaba que el personaje estuviera casi que indefenso o vulnerable ante la corrupción que se teje al interior de las esferas del poder. Es un hombre ingenuo, hasta cierto punto, que actúa en un mundo supremamente corrupto. Es muy difícil escapar del mal y sus múltiples formas” (1).

El libro comparte con el género los ambientes turbios y la presencia de la criminalidad como motor de la trama. “Realmente allí no hay casos específicos, ni policiacos, ni negros, sino que el personaje va paralelo a unos episodios donde se va desarrollando su personalidad”. Aquí no hay un misterio por resolver, sino un rompecabezas que hay que ensamblar: la vida del detective. Lopera es un hombre que parece estar dando bandazos para sobrevivir con la conciencia tranquila en ese inframundo judicial, inmerso en un ambiente para el que no está hecho. “Eso es lo que vive permanentemente el colombiano, el latinoamericano: ese contacto permanente con lo corrupto... La realidad es demasiado turbia, demasiado succionadora, en muchos casos muy burda, y Ulises Lopera es un personaje inocente que va allí arrastrado por ese tipo de corrientes”, comenta el escritor, en una entrevista publicada por el periódico El Tiempo en febrero de 2018.

Así pues, lo negro, lo policíaco, en opinión de Badrán, está transformado, metaforizado en la dimensión más criolla del mal y de lo corrupto. “Estamos a merced de nosotros mismos”. No podemos seguir justificando nuestro apetito desalmado por la violencia. Aunque genéticamente estamos programados para la autodestrucción, existe la posibilidad de contemplar un mundo en el que la mayor violencia ejercida sea a partir de las palabras y nada más. Sin embargo, por más que lo queramos, por más que lo neguemos, aquí estamos, diseñados en virtud del bien para vernos atraídos por la sutileza del mal.




1.   Parte de lo aquí mencionado aparece publicado en un artículo del diario El Espectador, fechado el 20 de diciembre de 2017. En este texto se conversaba con Pedro Badrán acerca de su último libro. Disponible en: https://www.elespectador.com/noticias/noticias-de-cultura/pedro-badran-es-muy-dificil-escapar-del-mal-y-sus-multiples-formas-articulo-729525

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Sobre el autor: *SANTIAGO DÍAZ BENAVIDES.

Lector, cinéfilo y librero. Director de la Revista Canefora.

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