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Reseña. Siberia de Daniela Alcívar Bellolio

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Por: Salvador Izquierdo / Ecuador

La escritora y crítica literaria ecuatoriana Daniela Alcívar Bellolio ha obtenido una mención en el concurso de novela corta La Linares” por su obra Siberia. Se trata de la tercera edición de este concurso que gestiona la Campaña Nacional de Lectura Eugenio Espejo, con sede en Quito-Ecuador. El texto de Alcívar Bellolio es un trabajo fino, compuesto a la manera de un largo soliloquio, como si en el transcurso de una noche y madrugada, alguien, una mujer, la protagonista de este libro, se sentara a contarte a ti, lector, escucha, todo lo que se le viene a la mente sobre su experiencia terrenal. Como buena conversadora, la protagonista baja la guardia y se muestra sincera, reconociendo sus flaquezas, en paz con sus derrotas. (Nada peor que alguien que se sienta horas a hablarte de las maravillas que ha logrado, de lo estupendo que es.) Asimismo, esta conversadora se toma su tiempo, toma pausas, y es capaz de dejarse llevar por el flujo de que una cosa desemboque en otra, imprevista, como regularmente sucede cuando una persona habla; pero también toma consciencia de que tiene a alguien enfrente, un público, así que se esfuerza por llegar a puerto, a veces, sostener un hilo conductor delgado y necesario.

Las historias que nos cuenta esta mujer incluyen escenas sacadas de sus largas residencias en Guayaquil y sus alrededores, Quito y sus alrededores y Buenos Aires; incluyen cuentos sobre parejas y amantes, una promiscuidad fogosa y abúlica en la misma medida; incluyen las desgastadas sesiones de jóvenes adultos cuya única manera de pasar el tiempo o evitar la soledad es manejar de un lado a otro, beber y tragar (narradas de una manera entrañable, por lo general le tengo fobia al relato de amigos que se las pasan fumando, bebiendo y hablando de sus películas favoritas…); y, finalmente, a manera de centro energético de su texto, Siberia incluye un relato de pérdida y luto. La protagonista queda embarazada. Tiene un parto doloroso y triste, (hasta me cuesta volver a ponerlo en palabras), su hijo nace muerto.

De tantos retazos de relatos que componen esta obra hay algunos que sobresalen y que me gustaría señalar. Uno tiene que ver con las aspiraciones literarias que tiene la protagonista. Durante su periplo en Buenos Aires está pendiente de las novedades en las librerías, los emprendimientos independientes, los autores y las editoriales que se ponen de moda. Y como no puede ser de otra manera, se compara con todos ellos, considera su propia producción al lado de los libros vistosos de escritoras que tienen su misma edad, más o menos, pero publican con mayor proyección. Baja la cabeza cuando compra un libro y ese tipo de autora exitosa lo firma. Ella desea interlocutores no autógrafos. Y llega hasta el punto irremediable del asunto, que ni siquiera pasa por la calidad literaria de unas y otros, ni con el hecho de ser leída (que poco importa en este mundo), sino con la realización de que esas otras escritoras, de la misma edad, más o menos, encima de reconocidas, son más bonitas que ella.

Otro elemento destacable de la novela de Bellolio Alcívar es su grado de injerencia en el campo de las artes visuales. Siberia como pocas novelas contemporáneas que yo conozco, rinden tributo al paisaje quiteño. Existe una gran tradición pictórica de retratar a la ciudad con su imponente Pichincha (en realidad un cuerpo de montañas debajo una parte de la cual la ciudad reside) desde los pintores José Enrique Guerrero y Oswaldo Guayasamín, hasta llegar a la fotografía más reciente, como por ejemplo, las famosas imágenes de la fumarola, cuando el volcán se pronunció a finales del siglo pasado. Alcívar Bellolio se une a esta tradición. El Pichincha es descrito en varias escenas como lo haría una pintora (y ya una gran cantidad de artistas plásticos han dejado de pintar paisajes); puede estar cerquita de nosotros “listo para devorar” o empavonado pero inefectivo hasta el punto en que la protagonista dice “ya no le creo nada. Pero nada.” Y en un recuerdo disperso de los días aquellos en que botó cenizas, además del proverbial “hongo”, lo que la protagonista ve es “un falo”.

La novela maneja muy bien este tema de los paisajes y la geografía que da carácter a cada región. Incluso el título va por esa línea. Si tuviera que plantear alguna queja a la autora, ésta iría precisamente sobre el título que eligió. La noción de Siberia aparece muy poco, es un artificio diseñado para hacernos entender que la protagonista, a veces, preferiría estar en cualquier otro lugar del mundo, así sea uno lejano y frío. Es un símbolo que busca consolidar una atmósfera entumecida para el libro, rayar en un punto de insensibilidad, asunto que la literatura conoce muy bien y que hemos visto, por citar un solo ejemplo, en la obra de Raymond Carver (que tanta influencia ha tenido en nuestro medio). Si me dieran a elegir (y no entiendo muy bien por qué me tomo esta atribución de sugerir otro título para un libro premiado) yo hubiera usado otra frase que aparece en la novela, yo la hubiera titulado Sol de lluvias; pero claro Siberia suena mejor.


Otro elemento destacable de la novela de Bellolio Alcívar es su grado de injerencia en el campo de las artes visuales. Siberiacomo pocas novelas contemporáneas que yo conozco, rinden tributo al paisaje quiteño



La novela de Alcívar Bellolio, con su matiz ruso o no (¿arrusesado? por lo menos no afrancesado, suficiente de eso tenemos), es un logro. Luego de deslumbrar con dos libros de ensayo que se fusionan con los estudios visuales y la autobiografía (Pararrayos y El silencio de las imágenes de 2016 y 2017, respectivamente), ha creado una obra de ficción contundente que deja en alto el recuerdo de ese pequeño grupo de estudiantes de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, que a principios de los años dos mil editó cuatro números de una revista titulada Ourovourus (experiencia que la propia autora narra en uno de sus mejores textos de Parrarayos).

Para finalizar esta breve reseña, volvamos al tema que apenas pude pronunciar hace poco, y que constituye el foco central de Siberia: la muerte del hijo. Ahora entiendo mi reticencia. Son precisamente las palabras (no yo) las que fallan a la hora de afligirse por la muerte de alguien cercano, sobre todo si se trata de una muerte inesperada, que va en contra del ciclo de la vida. No hay palabras para este tipo de duelo, o dicho de otro modo, en el proceso de duelo no hay lugar para ningún tipo de gesto que ayude a aliviar las cosas. No son posibles. No. Encima del dolor se debe mantener la pena, evitar el olvido, evitar que las nuevas rutinas conduzcan hacia dejar de sentir de cerca a ese ser al que se amó por completo y que partió demasiado pronto. Sospecho que Alcívar Bellolio ha buscado, a través de su novela, crear un sitio para ese duelo. Para unirse a tantos otros que se han vestido de luto y no tienen otro remedio que compartir su experiencia, que no es ningún un remedio, solo una manera de convivir con la pena.





*Salvador Izquierdo. Docente, escritor y co-fundador de la Editorial Festina Lente. Ha publicado las novelas Una Comunidad Abstracta (2015) y Te Faruru (2016), y la colección de relatos Te Perdono Régimen (2017).


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