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Un café en Buenos Aires con Tes Nehuén

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“La literatura es el reflejo de ese mundo del que todos somos responsables”


Un café en Buenos Aires con Tes Nehuén
Tes Nehuén



Por: Pablo Di Marco / Especial para Libros y Letras.



A la hora de preparar mí entrevista con Tes Nehuénlo primero que me pregunté fue con quién deseaba conversar. ¿Con la poeta? ¿Con la narradora? ¿Con la periodista? Más allá de mi interés en su obra poética y narrativa, opté por conversar con la periodista, y también con la lectora. Porque Nehuénes, ante todo, una lectora de ojos afilados capaz de desentrañar el alma de cualquier texto. En fin, una “lectora demente” como ella misma bien se autodefine.

Hoy no será “Un café en Buenos Aires” sino una cerveza en Málaga con una de mis lectoras favoritas: Tes Nehuén. Tomen una silla y acérquense a nuestra mesa.


—Tus reseñas me llaman mucho la atención. La crítica literaria, pese ser una actividad apasionante, hoy pareciera estar reducida a un mejunje de tibieza y amiguismo. Lo que vos hacés en tus reseñas es la perfecta contracara de lo que acabo de mencionar. ¿Sos consciente de que nadás a contracorriente?

Yo no sé eso que decís. A ver. Lo que yo hago no creo que sea "crítica literaria", simplemente son mis impresiones respecto a lo que leo. Supongo que para hacer crítica hay que tener un trasfondo más académico, y ya sabés que yo apenas si terminé el secundario, y porque me regalaron la nota de matemáticas, que tuve que dar dos veces.


—Somos dos, yo terminé la secundaria dando lástima. Por lo visto entre los dos no hacemos uno. Buena entrevista va a salir…
Es que, ¿a quién se le ocurre entrevistarme a mí? Pero bueno, vos sabés dónde te metés, y yo te sigo. También creo que otra cosa necesaria para hacer crítica es tener un gran interés por la teoría, que tampoco es mi caso. Pero es que además lo que a mí más me gusta de la escritura no es tanto la lógica que fundamenta un libro sino todo lo que viene después, lo que produce en los lectores, la posibilidad de pensar el mundo en otras palabras. Pero volviendo a lo que decías que nado a contracorriente, no lo siento así. De hecho, en general prefiero resaltar lo positivo de las cosas que enfocarme en lo negativo. Y esa actitud la llevo a las reseñas; me cuesta decir "esto está mal hecho". ¿Quién soy yo para emitir un juicio así? Prefiero decir "esto no me ha cautivado” o “habría preferido un lenguaje más revolucionario" y cosas por el estilo, y ligar mi comentario a alguna cosa que me haya resultado interesante (suelo encontrar alguna). Sé lo trabajoso que es escribir un libro y no me gusta la crítica machacona porque no creo que sea constructiva.


—Ahí hay un buen punto. A mí me ofrecieron escribir reseñas y me negué por dos razones. 1) Soy un lector insoportable y destrozaría casi todo lo que me llegue. 2) Soy muy consciente de que las malas novelas también implican mucho trabajo, y no sé si tengo lo que hay que tener para destrozar públicamente al noventa por ciento de mis lecturas. En fin, por eso opté por esta cobardía de las entrevistas…
Exacto. ¡Pero no digas eso! La entrevista es uno de los géneros que sirven para hacer que los escritores bajemos a la realidad. La entrevista es un género que me fascina, y cada vez más. De todas formas, volviendo a las reseñas, es muy cierto lo que decís. Me gusta eso de que las malas novelas implican un arduo trabajo. Es así. Porque además podés señalar las cosas que no te gustaron sin usar adjetivos destructivos. No hablo de corrección política porque eso no me interesa, sino de tacto, de empatía, de entender el esfuerzo que cada obra implica y ser un poquito humilde. La rabia y el desprecio no nos llevan a ninguna parte. Y otra cosa te voy a decir: yo sólo reseño libros que elijo por determinadas razones y afinidades; es decir, no “trabajo” con ninguna editorial, o sea, sí tengo preferencia por algunas (¡hay editoriales independientes tan bonitas!) pero no reseño todo lo que sacan, de hecho, antes de mandarme un libro me preguntan y yo tengo la última palabra. Lo que intento decirte con esto es que así es más difícil enfrentarme a libros que no me gusten nada. Pasa, pero hay menos posibilidades.


—¿Por qué creés que la mayor parte de las reseñas son así de insípidas? ¿Mediocridad? ¿Comodidad? ¿Miedo a dejar de recibir libros gratis?

¿Y vos qué pensás? No me dejes hablando sola.


—Mi respuesta está en mi pregunta, Tes. Solo tenés que sacarle los signos de interrogación.
¡Y decís que terminaste raspando la secundaria! Mmm... La verdad es que no sé por qué son así, aunque se me ocurre que podría ser por la falta de entusiasmo. ¿No te parece que vivimos en una época de inercia, donde hacemos lo que hacemos porque sí, como si no nos planteáramos mucho el porqué de la vida? A veces pienso que estamos llegando al final de la adolescencia como especie, cuando abrís los ojos y te decís "¿el mundo/la vida era esto?". Nos faltan ganas de vivir y por eso vivimos como sabemos pero no como podemos. Yo no creo que tenga que ver con el miedo a recibir libros gratis, porque tampoco creo que hacer buena crítica pueda llevar a que dejen de mandarte libros. En mi caso, por ejemplo, yo he hecho algunas lecturas áridas y no han dejado de mandarme libros por eso; incluso algunos editores se alegran de que muestres las debilidades del libro que ellos han escogido publicar. Pero no sé qué decirte. ¿Vos decís que hay mediocridad? Puede ser, los humanos somos todos un poco cobardes, en eso puede que tengas razón.


—No sé. Tengo mis dudas. Todos saben que los premios que entregan cada año las grandes editoriales son una payasada que se reparte entre autores empleados de la casa. Sin embargo son poquísimos los periodistas dispuestos a señalar esa desprolijidad en voz alta. Ahí hay miedo. O tal vez algo peor: genuflexión.

Estoy de acuerdo. Por optimista que sea, en este aspecto me cuesta ver la luz. Aunque, ¡tiene que haber alguna rendija!

Me gusta pensar en que cualquier libro puede enseñarte algo. No me interesa la literatura que no me sirve para pensarme y observar el mundo en el que vivo, así como tampoco me interesa la gente que para explicarte las cosas necesita tener un diccionario al lado


Un café en Buenos Aires con Tes Nehuén
Tes Nehuén




—Tal vez mi error sea poner el foco en lo que no funciona. Es que insisto sobre ese tema porque percibo que es como algo de lo que todos se quejan por lo bajo pero se habla poco.
No, no se habla poco, directamente no se habla. Los premios son la astilla del mundo de la literatura (un tabú que duele). Es horrible porque deberían ser una buena oportunidad para que alguien ignoto encuentre un poco de luz y vuelo, pero cada día es más repugnante descubrir los tejemanejes que hay de fondo.


—Pero volviendo a tus reseñas, otra cuestión que me llama la atención de ellas es el modo en que deslizás cuestiones de tu propia vida, la manera en que incluso ajustás cuentas con tu historia personal. Como si tus reseñas fuesen una muñeca rusa que esconde literatura en el interior de la crítica. Y lo mejor es que lo que contás siempre está íntimamente relacionado con el libro reseñado.

¿En serio? Ay, gracias, qué amable. Para serte sincera, yo siempre tengo la sensación de que me voy por las ramas, divago y mando fruta, como decimos allá, así que tus palabras me entusiasman. Me gusta pensar en que cualquier libro puede enseñarte algo. No me interesa la literatura que no me sirve para pensarme y observar el mundo en el que vivo, así como tampoco me interesa la gente que para explicarte las cosas necesita tener un diccionario al lado. Aprendemos con historias, la propia cultura se proyecta hacia el futuro a través de la ficción y de la literatura, ¿no? Entonces, está bueno poder explicar cómo nos cambia lo que leemos desde la propia experiencia (que siempre tiene algo de ficción porque la memoria no es matemática). Y sí, decís que mis reseñas me sirven para ajustar cuentas con mi historia, y es cierto, pero ¿vos por qué lees o escribís? ¿No hay siempre un ajuste de cuentas o un proyectar lo que deseamos en lo que leemos? 

Los premios no me interesan; sin embargo creo que son la mejor ventana a la que mirar para saber si existe o no integridad social, diversidad y miles de etcéteras necesarios.


—Sí, pero yo deslizo esas cuestiones en mis novelas. Vos, más allá de hacerlo en tus poesías o relatos, también lo hacés en tus reseñas. Eso es original e infrecuente.

Pero es que es lo mismo y lo hacemos todo el rato, incluso sin darnos cuenta. Cuando hablamos con alguien sobre la trama de una película o los detalles de un sueño o incluso sobre experiencias de otros, siempre usamos ejemplos de la vida cotidiana para plasmar nuestras imágenes, ¿entonces por qué no hacerlo al compartir una lectura en una reseña? Los géneros están para romperse (todos ellos) así que permitirle a la ficción mezclarse con el periodismo es una de las mejores cosas que podemos hacer. Y pienso en un libro maravilloso de Alfonseca Storni que es Nosotras y la piel donde…


—Perdoná que te interrumpa. Nosotras y la piel. Qué buen título. Sugiere mil cosas. Adoro los buenos títulos.

Sí. Alfonsina fue lúcida hasta para escoger títulos. Van pasando mujeres es otro libro suyo con nombre alucinante… En Nosotras y la piel Alfonsina hace una crítica fabulosa de su tiempo incorporando aspectos de su vida personal, construyendo un entramado que bebe de la realidad, de la ficción, de las memorias, y sin olvidarse de la poesía, que es una locura, ¡un texto delicioso! En fin… Creo que tenemos grandes maestros y maestras en esto de derribar las barreras de género, sólo debemos escucharlos y leerlos más y mejor. Me interesa la promiscuidad, creo que nos hace libres, y creo que sólo podemos alcanzarla alejándonos de lo que dictan las academias que son instrumentos (y los más peligrosos) de las fuerzas de poder.


—Ese “me interesa la promiscuidad” da para cuatro entrevistas. Y no sé si los amigos de Libros & Letras nos van a regalar tanto espacio. Decime, Tes, hace unos días te escuché quejarte de doble vara que tiene parte de la prensa a la hora de difundir el trabajo de las escritoras en relación a los escritores.

A ver cómo salgo de ésta. Ah, sí, ya lo recuerdo; lo decís por lo de los premios… Te voy a responder con un ejemplo. El último Anagrama de ensayo lo ganó Remedios Zafra con un libro fascinante sobre arte y precariedad, El entusiasmo (¡otro título asombroso!), y aunque sí está teniendo algo de promoción, no obtuvo la repercusión que ha tenido este mismo premio en ediciones anteriores cuando los ganadores fueron hombres. Estamos hablando además de una editorial con cierta referencia en el género. Es sólo un ejemplo de una situación que cada vez se hace más visible, y acá viene lo positivo: las mujeres estamos hartas (y con nosotras muchos hombres) y de a poco vamos poniendo en ridículo al sistema y visibilizando estas injusticias. Los premios no me interesan; sin embargo creo que son la mejor ventana a la que mirar para saber si existe o no integridad social, diversidad y miles de etcéteras necesarios.


—El tema se desliza solito hacia la última columna de Vargas Llosa en El País. Seguro la leíste. ¿Te enojaste mucho?

¡No! El Varguitas no me enoja, me causa risa y me da un poco de penita. Yo ya no me enojo por esas cosas. Me frustro, me canso, me da miedo, me entristezco pero no me enojo. Es lo que quieren, que nos enojemos, porque desde la furia (igual que desde el dolor) no se puede cambiar el mundo, y por eso cambiamos poco. No, yo leo los textos de los hombres como él y los uso para revisarme. Si he podido aprender alguna cosa de mi padre estoy segura de que cualquier hombre puede enseñarme algo, aunque sea para tomarlo como antiejemplo. En el caso particular de Vargas Llosa pienso que era un personaje necesario para el equilibrio: porque viene del mismo país que nos ha dado al poeta más grande de todos los tiempos (y hablo de César “papá” Vallejo). ¡Los misterios de la vida y su equilibrio!


—A esta conversación le hace falta un defensor de Varguitas, así que ya mismo consigo uno. Listo, ya lo encontré. Entiendo a lo que apuntás, pero, ¿no sentís que a veces sobreactuamos indignaciones? En el caso puntual de esa última columna, Vargas Llosa bien aclara que no se refiere a “…. todas las feministas, desde luego, pero sí las más radicales.” Pretender eliminar de las clases escolares a Neruda o a Pérez Reverte por machistas es tan ridículo como haber intentado censurar en su tiempo a Nabokov por incestuoso, o a Celine por nazi.

Es que el tema tiene arista. Al decir que no se refiere a “todas las feministas” ya te está diciendo que no ha leído ni le interesa el feminismo realmente, que está escribiendo desde una sensación que le sube por la entrepierna. Es que es muy fácil hablar así si naciste en el grupo “privilegiado”, que no tiene que probar su valía porque viene con el sello de “aprobado de fábrica”. Ahora bien, respecto al otro tema, yo no creo que haya que eliminar a ciertos autores de las clases, lo que sí creo, y pienso que es urgente, es que debemos observarlos desde nuestro tiempo, con realismo, y ponerlos en el sitio que les corresponde: humano y corrupto. Personalmente creo que Neruda es un poeta absolutamente sobrevalorado y que hay muchos otros poetas (y sin salirnos de Chile) que han renovado la poesía y escrito con más lucidez que tu tocayo, así que no me importaría que lo quitaran de las aulas. De todas formas, ni siquiera esto es lo importante. Lo que creo que está ocurriendo ahora es que las mujeres estamos reinterpretando las ideas de esos "grandes" y eso a los machistas (que no digo a los hombres) les molesta. Durante siglos los hombres leyeron e interpretaron la literatura como se les cantó, pero resulta que cuando nosotras queremos entender qué hay detrás de Lolita o de la misoginia en la voz de ciertos autores intocables, estamos locas, somos histéricas y no entendemos nada del buen gusto ni de la tradición (que por cierto, es otra palabra que nos hace muchísimo daño). Así se proyectan las ideas, anulando la discusión, dando por sentado que lo que hasta ahora existió así deberá seguir. Es muy triste. Yo no creo que haya que eliminarlos, pero sí habría que ampliar los horizontes de estudio y llamar a las cosas por su nombre.


—Cuando hablás de tradición me viene a la cabeza el comienzo de La insoportable levedad del ser, cuando Kundera se refiere al peso de las palabras. Creo que “tradición” es una palabra neutra, a la que nosotros, en nuestro día a día, podemos volverla positiva o negativa, liviana o pesada. Habrás notado que el conservador que hay en mí no quiere que los nuevos tiempos tiren a “tradición” al tacho de las malas palabras.

Y yo estoy con vos. De hecho, me gusta pensar que todas las palabras no significan nada hasta que les damos un sentido. Sin embargo, el lenguaje es uno de los primeros instrumentos de poder y ciertas palabras nos han sido arrebatadas para servir a una estructura que impone roles y niega las libertades. Tradición, espiritualidad, moral, son palabras que nos han arrebatado siglos de educación en los que el poder ha estado (bueno, debería hablar en presente) en manos de la iglesia y de la derecha, y después de eso es difícil usarlas de forma liviana. Creo que en ese aspecto tenemos mucho trabajo que hacer.


—Volviendo a la diferente visibilidad que parte de la prensa le otorga a las escritoras mujeres, ¿cómo es posible que esas cuestiones sigan calando hondo en el mundo de la literatura? ¿Será que los libros no nos mejoran todo lo que creemos?

¡Qué buena observación, Pablo! Pero ¿no te cansa que intenten vendernos que la literatura es algo sublime? La literatura es el reflejo de ese mundo del que todos somos responsables; no podemos pretender igualdad en ella mientras fuera continúa el racismo y la discriminación institucional y privada. Se tiene la idea de que leer nos hace mejores personas, pero es un error, yo leo desde casi antes de saber leer y no creo que haya mejorado mucho como persona.


—Yo apuesto a que la literatura a vos sí te hizo mejor persona. Me gusta la idea de que nadie sale indemne después de leer Los miserables. Es cierto que tal vez esa idea sea una exageración, pero no es una utopía. La literatura tiene la capacidad de mejorarnos. El problema es que hay demasiados lectores revestidos en amianto. No los mejora Los miserables, no los conmueve un amor, ni siquiera les mueve el piso una cerveza fría en pleno verano. Pero no dejemos que esos pobres tipos invaliden el poder de abrirnos el corazón que tiene la literatura. Mirá las cosas que me hacés decir, al final resulté un sensiblero… Y hablando de cervezas frías, acordate que dijiste que después de esta charla me ibas a invitar una.

No, es muy bonito lo que decís, y mi parte optimista lo comparte. Sin duda, esa es una de las razones por la que leemos: la posibilidad de mejorar. Pero después de leer hay que luchar, y ahí muchos nos quedamos por el camino… Y ¡contá con esa cerveza! ¡Cuando quieras liquidamos esta deuda!


—Acaba deaparecer un relato de tu autoría en Elevamos sueños. Microrrelatos seleccionados de los Premios IASA (Páginas de Espuma). Hablame un poco de eso.

Sí, es una cosa muy bonita. Fue un concurso de microrrelatos en el que participé hace dos años y quedé finalista. Lo más hermoso de todo es que esta publicación se va a usar en un proyecto para promover la lectura en bibliotecas andaluzas, así que la lectora que vive en mí está feliz.


—Hablando de bibliotecas andaluzas, ya hace una década que vivís en Málaga. ¿Qué le aportó la cultura andaluza a tu vida? Yo conocí esa región recién el año pasado, y te aseguro que no hay un día que no recuerde algún rincón, comida o aroma de Granada, Sevilla, Málaga o Córdoba.

Para bien y para mal Andalucía te cambia, supongo. A ver. No lo planeé, llegué acá por circunstancias de la vida, y me fui quedando. Y ahora, compartiendo vida con cuatro perritas, volver al nomadismo no resulta tan sencillo; aunque hay días que me dan ganas de volver al camino, no te creas.


—Como esa vieja canción que decía: “Porque los vagabundos como nosotros nacimos para escapar”.
¡Exacto! Pero bueno, volviendo a la pregunta; de chica me enamoré de la poesía de Juan Ramón Jiménez y por otro lado me interesó y fascinó la cultura árabe, no tenía idea de que esas dos cosas pudieran estar tan cerca. Eso fue lo primero que me enseñó Andalucía. Llegar acá me hizo ver también que hay muchas palabras que usamos con frecuencia que derivan del árabe. Esa fue una epifanía.


—Almohada, zanahoria, alcohol… Ojo que fui mal alumno pero hay cosas que recuerdo del cole.

¡Y tantas otras! ¡Sí! Nos enseñan a ver el mundo desde un cuadrado de luz, y cuando se rompe el techo y entra toda la luz no entendés cómo pudiste vivir tanto tiempo casi a ciegas. De todas formas, lo mejor que me ha dado este lugar son un par de amigos, un buen librero y el mar.


—Ya se está haciendo tarde, Tes. Y no quiero que nos cierre la cervecería. Vamos con la última pregunta de Un café en Buenos Aires. Seguro que ya la conocés. Te regalo la posibilidad de invitar a tomar un café a cualquier artista de cualquier época. Contame quién sería, a qué bar lo llevarías, y qué pregunta le harías.

Me gustaría sentarme a conversar con José Viñals, uno de los poetas argentinos que me dio la extranjería y a quien admiro muchísimo. Iríamos a algún parque con pájaros y le pediría que me contara los secretos para hacer un buen pan. Llevaría una botella de vino, porque odio el café.


Pablo Hernán Di Marco

* Pablo Hernán Di Marco.

Desde Buenos Aires trabaja vía internet en la corrección de estilo de cuentos y novelas. Autor de las novelas Las horas derramadas, Tríptico del desamparo y Espiral. Colaborador de la editorial Ojo de Poeta y columnista de la revista cultural Libros & Letras. Leer más AQUÍ

Sígalo en Facebook: pablohernan.dimarco


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