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Rebeldía, literatura y sociedad

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Rebeldía, literatura y sociedad
Rafael Cadenas, su esposa Milena González Carvallo y Álvaro Mata Guillé

Por: Álvaro Mata Guillé*


a Milena


“LA POESÍA puede acompañar al hombre, que está más solo que nunca, pero no para consolarlo sino para hacerlo más verdadero. Por eso, tiende a ser seca, dura, sobria. Además, ¿qué consuelo puede haber?

(Rafael Cadenas)


La casa editorial Abismos realizó recientemente en la Feria del libro del Palacio de Minería, en la Ciudad de México, una mesa redonda sobre las narrativas rebeldes en Latinoamérica. Desde que Sidharta, la editora, me invitó a participar, empecé a mascullar el tema. Vinieron a mi mente algunos autores y libros, pasando por Manuel Scorza, a las sombras que murmuran en los aposentos de Pedro Páramo o el accionar político de José Revueltas y sus escritos, releyendo Altazor, los cantos de Lautréamont, el surrealismo de Juan Eduardo Cirlot o regresando a las perversiones que nos sobrepasan de Sade, sin dejar de lado tampoco, propiamente dicho, la actividad literaria de cada uno, la coherencia y su relación con un determinado contexto, lo que escribimos y su relación con la época, con un tiempo, lo que acontece vivido por ellos o por otros, pero sobre todo preguntándome por lo rebelde, por lo insurrecto: ¿qué es o cómo se expresa en nuestros días? ¿Cuál es la acción literaria de un disidente, un anatema, un apóstata? ¿Cuál, de qué manera, enfrentar el conformismo y la dictadura de lo políticamente correcto, la que invade todos los ámbitos de lo contemporáneo y los banaliza? Abandonar el exilio, desistir del alejamiento, del destierro, al que el autor, se supone, está obligado por su necesidad de escuchar y ver, implica claudicar, una renuncia, un postergarse. Así lo señalaba Octavio Paz en su libro El Arco y la Lira cuando escribía: “Si el poeta abandona su destierro —única posi­bilidad de auténtica rebeldía— abandona también la poesía y la posibilidad de que ese exilio se transforme en comunión”. Este mandato, cierto o no, obliga entonces a indagar con urgencia nuestros contextos, si en nuestras circunstan­cias la poesía, el teatro, la danza, siguen siendo un lugar de encuentro, el lugar que nos lleva más allá de nosotros para volver a nosotros como un rito, como una ceremonia. Y si no es así, ¿cómo hacer para que no perezcan en la edad del robot, en la época de la burocratización, la del espíritu esclavizado al sentimentalismo, la que padecemos, la del lenguaje que olvida al lenguaje y se fosiliza, como anunciaba Edmond Jabès?

Entre preguntas que llevan otras preguntas y digresiones, recordé como anécdota la conversación con Jotamario Arbelaez y otros autores en el año 2017, en el marco del Festival Internacional de Poesía de Bogotá. En una mesa redonda se habló de las correrías del nadaísmo y sus muchas acciones, las que iban de la irreverencia a la provocación, del escepticismo a la denuncia, acciones, muchas, que vistas al calor de nuestras circunstancias, habían perdido su brillo, habían dejado de sorprender y envejecido, pareciéndonos ahora no sólo lejanas, sino un juego de niños, el despertar a las travesuras adolescentes, efectivamente una anécdota, como puede parecernos también que Ramón Gómez de la Serna encima de un elefante declamando poesía o a las excentricidades pánicas de Fernando Arrabal.


¿Qué es o cómo se expresa en nuestros días? ¿Cuál es la acción literaria de un disidente, un anatema, un apóstata? ¿Cuál, de qué manera, enfrentar el conformismo y la dictadura de lo políticamente correcto, la que invade todos los ámbitos de lo contemporáneo y los banaliza?


Pero nuestras preguntas, a pesar de las idas y venidas, de pasar de un rostro a otro, de un recuerdo a otro, seguían ahí, persistiendo, sin irse, provocando: qué es la rebeldía, qué lo disidente, qué lo distinto en nuestro ahora, el que hace de un cantante, venido a menos, un nobel literario, y con esos mismos parámetros, lleva a la presidencia de EE.UU a Donald Trump, reflejos de una cultura cuyos valores convierten toda cosa en lo mismo: las personas, las obras, la intimidad, reducidos al entretenimiento y al consumo, pero también además, convertidos, esos valores, en los nuevos signos de la barbarie, es decir, de la frivolidad y la indiferencia, de la banalización de lo próximo, la imposibilidad de acercarnos al otro y a nosotros mismos, pues al vaciarse los referentes (al vaciarse el lenguaje), la persona deja de ser persona y la sociedad una sociedad, para convertirse en oquedades sin matices, sin rostro, sin voz, sin soledad ni misterio, sin alma. Al decir “soledad y misterio”, al pronunciar el vocablo “alma”, recordé las caminatas y conversaciones, ya lejanas por Caracas, con Rafael Cadenas, a él mismo y su pensamiento, el titubeo de su escritura y su proceder, porque quizá, la mayor rebeldía de nuestros días, la mayor irreverencia no consiste en ser rebelde ni presumir la provocación, la amargura o el resentimiento, sino en asumirse a sí mismo dudando de sí mismo, en construir una ética y apegarse a ella, un espacio donde la coherencia da pie a la coherencia y podamos volver al silencio, a la caverna, al origen, al nacimiento del lenguaje, es decir, volver al teatro, a la poesía, a la danza, donde asumimos sin temor las preguntas, la intemperie, la soledad de saberse de paso, sin que podamos escudriñar, porque no se puede, la inmensidad del misterio que nos constituye, como constituye también al universo de piedra que nos rodea con su mutismo. Sabiendo, sin poderse remediar, que nos posee una noche en tránsito hacia otra, que todo lo que se dice importante: el tener y tener, la avaricia, el presumir, la usura, la apariencia, no la tienen, nos alejan de nosotros mismos, nos conminan al ruido.


“LA IDEA DEL POEMA me tuvo sobre ascuas. Ya no, ya lo que me importa es ser fiel a mi necesidad. Sólo en estos días me he dado cuenta de lo que siempre estuvo en mí: cierta desconfianza hacia toda confección artística. ¿Puede esto alejarme de la poesía? Sí, tal vez de la poesía como género, no como presencia. Pero voy a donde mi reflexión me lleve.”

Rafael Cadenas
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ÁLVARO MATA GUILLÉ
*ÁLVARO MATA GUILLÉ.

Poeta, ensayista, gestor cultural, dramaturgo. Coordinador general del Corredor cultural Transpoesía. Leer más AQUÍ
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