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La crítica: Libro. Leer un rostro

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No. 6.440, Bogotá, Viernes 12 de Julio del 2013 

Para que nada nos separe que nada nos una. 
Pablo Neruda. 

La crítica: Libro. Leer un rostro 

Por: Mauricio Flores/www.milenio.com/México. En Las poseídas, novela con la que la argentina Betina González (1972) obtuvo el VIII Premio Tusquets, la recreación de una época parece ser lo fundamental: el tiempo que vino tras la caída de la dictadura de aquel país sudamericano y las maneras en que un grupo de jóvenes lo sobrevive. Una etapa, se machacaba en distintos medios, donde dejar atrás el odio y el deseo de revancha por el pasado era esencial y olvidar y salir adelante un imperativo. 

Al atravesar la espléndida desarticulación de sus dieciséis años, un grupo de muchachas comienza a saldar las deudas de su condición y se adentra en el deslumbramiento de nuevos derroteros. Son momentos fundacionales y de ruptura, de descubrir que era mucho peor padecer el estigma de la virgen que el de la puta. 

“A los quince, ya estaba lista para quemar las etapas que fueran necesarias y acabar con tanta palabra desperdiciada en el eterno masculino —revela López, la narradora de Las poseídas—, la única forma de escapar a ese ridículo era acabar con la Gran Pregunta lo más rápido posible. Hacerlo. Sin ningún tipo de consecuencia o de alteración para la vida de la mente, excepto la de una nueva marca, un nuevo conocimiento”. 

López, inscrita en uno de esos colegios que renacían de los rigores confesionales, será anfitriona y voz de otra joven, Felisa Wilmer, dotada de talentos artísticos, ímpetus nihilistas, pesadeces virginales y conductas desequilibradas. López irá descubriendo una inocencia divina, angelical, destinada a su ubicación en situaciones trágicamente límites, características de la maldad intrínseca de la inocencia. 

Años de porros y faldas cortas —respuesta espontánea al dictador Videla, apenas muerto hace semanas. Sucesión de destrozos en los que la gente invocaba a sus demonios de juguete en los programas de opinión y todos los que creían que el horror había llegado a su fin ni siquiera sospechaban que ése era nada más que otro principio (el principio de un desenterramiento constante, de una arqueología instalada para siempre en el pan nuestro de cada día).
Y en medio de todo esto Felisa, la que pegó en la pared de su habitación el póster Chelsea Girlsde Warhol, construyéndose a la manera de Jezabel y de la tradición checa, su propia defenestración. 

“Leer un rostro es una tarea delicada”, sostiene la narradora de Las poseídas, novela donde Betina González (a quien sus editores en México le deben la reedición de sus títulos anteriores,Arte menor, Juegos de playa y La conspiración de la forma) consigue revelarnos un manojo de intimidades juveniles mediante una acertada delicadeza.

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