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La poesía al poder

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Por: Armando Orozco Tovar


Nadie puede escribir como García Márquez, pero sí recordar. Como aquellos tiempos cada vez más lejanos habaneros cuando la revolución aún era posible menos en Colombia, donde nunca lo fue porque se atrincheró en este país una casta matrera imposible de sacar del poder.

Eran días cálidos, tórridos y fríos, al final del año como si estuviéramos en la antigua Bogotá, a dos mil doscientos metros de altura,pero sin humedad, que en La Habana a pesar de ponerse ropa paramuna llega hasta los huesos.

Es cuando la ciudad más bella del mundo parecida a esas mujeres hermosas, que no necesitan emperifollarse, para parecerlo. Se abría con todas sus columnas góticas y corintias, castillos coloniales y murallas sobre un Caribe sin refugiados, ni tumbas marinas, como ocurre en el mar Mediterráneo, en que se convirtió esta gran fosa común afro europea de barcazas y agua podrida.

Al norte de la habana, pasaba rauda y transparente la corriente verde de todos los colores, de la Corriente Hemingway. El nombre con que debían en honor al escritor, del Viejo y el Mar llamarla.

Algo de ella entraba como brisa de aliento nuevo por nuestro balcón, de donde vivíamos muy cerca de ese río sin náufragos. Al apartaco de la Calle Línea, que Santiago García, lo llamó así cuando llegó una noche con los poetas Benedetti de Uruguay, Retamar de Cuba, y Pedro Shimose de Bolivia, cuando aún la poesía en su país no había llegado para quedarse. Y Arturo Alape de Cali. Se fumaron todos los cigarrillos populares, y se tomaron todo el ron Habana Club, recibido por la tarjeta de abastecimiento, que tenía embodegado para la próxima celebración de la Revolución.

A ese refugio de los desamparados, como lo apodó un exguerrillero sobreviviente de la gesta bolivariana del Che, llegaban mis condiscípulos y amigos, que con el tiempo ocuparon importantes cargos oficiales, superando en muchos casos a los mejores poetas y escritores del momento gris como algunos lo definieron pero que para nosotros recordamos azul, y verde de todos los colores en nuestra juventud extraviada en tantos propósitos fallidos.

Omar, Codina, Luisa Alejo, Rafael, y luego un poeta suicida el mejor de todos de cuyo nombre no recuerdo, en este momento en que escribo desde la desmemoria, de una época en que sólo Cuba con los años, no rindió sus armas, e impoluta recibe turistas, y a los premios nobel guerreristas de la paz, con respeto y sin inmutarse. Y a tantos más, que la congratulan comprobando asustados con ojos sin orbitas, que no aterrizaron en el infierno rojo de América, como la llamaban, sino en la isla de la libertad anhelada único lugar para no morirse sin comprobar, que los sueños pueden ser posibles, y el intento sin pausa para un mínimo acercamiento a la magia de Gabo.

Alegría de Pio. 10/9/2016 7:40 a.m.


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