Por: Fermina Ponce*
En estas últimas semanas me ha estado rondando en la cabeza la frase en inglés “unapologetic”, cuya una de muchas traducciones podría ser “sin complejos.” Sin embargo, después de darle vueltas al asunto, creo que no se trata de complejos, sino del acto de no ofrecer disculpas. Entonces, mis ángeles y demonios llegaron a un acuerdo: sin disculpas.
Seguramente ustedes tanto como yo, hemos leído y disfrutado las cartas de las famosas como Maryl Streep, “Ya no tengo paciencia”, entre otras, y nos encanta la irreverencia de sus palabras, ver que alguien como nosotros se puso los pantalones donde era y dijo lo que nosotros hubiéramos querido decir. Es más, nos sorprendemos porque hasta lo llamamos sabiduría. ¡Qué irrisorio que esas palabras tengan que venir de una celebridad para considerarlas una serie de verbos y adjetivos con sentido común!
La maldición de lo perfecto
Desde niñas nos acicalan y moldean para la perfección, para limitar el número de errores, para evitar repetir los errores de nuestros ancestros o para no cometer errores y punto. Porque equivocarse es la muestra del fracaso, de la mediocridad, de no hacer las cosas bien. ¿Suena familiar?
Afortunados los que se equivocan y mucho. Los que aprenden desde temprana edad que la equivocación y el fracaso son sólo el lado opuesto del aprendizaje y tan deseado éxito, ni importa su definición o connotación. Que cometer errores nos hace fuertes, sabios y nos da la capacidad de ser empáticos y tal vez, sólo tal vez, nos ofrece el regalo de poder ponernos en los zapatos del otro.
A mí me educaron para ser hija, mujer, mamá, esposa, profesional, amiga, amante, ama de casa hacendosa, y además, que siempre me viera de lujo. ¡Vaya jugada chueca! El asunto es que si otro no tiene ciertas expectativas prescritas de nosotros, nosotros si las tenemos de nosotros mismos, y cuidadito no las cumplimos o fallamos en el proceso, mínimo, un año de terapia.
No sé si para ustedes, pero para mí este tema de la perfección se ha vuelto viejo. Debe ser que he venido mudando de piel o que ésta es una de las ventajas que viene con la llegada de los cuarenta y un tanto y la sumatoria de las frecuentes visitas al siquiatra (muero de la risa). Lo que los demás piensen, sigan pensando o lleguen a pensar, te empieza a importar muy poco. ¿Y sobre los estándares de perfección sobre uno mismo? Esos, si nos damos la oportunidad y tenemos la valentía, los mandamos para el carajo.
Sin bozal
Sonrío, porque aprendí de Benjamin Zander, Director de la Orquesta Filarmónica Juvenil de Boston, que la regla más importante, es la Regla #6: “No seas idiota y no te tomes tan en serio”, porque ya me imagino algunas caras: ¿bozal? Tranquilos, ni muerdo, ni tengo hambre, ni nada por el estilo, sólo que de aquí en adelante las que antes estaban atajadas y no podían ladrar, ahora están de lo más libres y contentas: las palabras.
Dicen que el papel aguanta todo, pero lo aguanta todo si quien lo usa ha vivido lo que escribe, lo ha visto en carne ajena y aprendió a través del ejemplo (porque eso sí es posible), o es capaz de sostenerlo o está tan convencido de ello, que su trabajo no es persuadir a otros de un cambio de opinión, por el contrario, es capaz de decir, “acordemos estar en desacuerdo”.
Dejémonos de tanta estupidez, de preocuparnos tanto de qué hizo el otro y qué dejó de hacer, de llevar apuntes de faltas, de contar las imperfecciones, de hacer nota de las equivocaciones, de evaluar la calidad de un ser humano por sus caídas, de valorar la amistad por las metidas de pata, de juzgar “a priori” el éxito de alguien y ser rápidos en ponerles un rótulo, sólo porque no cumplió las primeras dos metas o su proyecto se retrasó.
Dejémonos de ser perfectamente superficiales, de que nos importe tanto la inmediatez y ese “doy pero si recibo y viceversa”.
Me declaro inmune y me revelo ante la perfección.
Me encantan las arrugas, las canas, los gorditos en la cintura (así pelee a diario con ellos), los amigos que son amigos, así no sepamos los unos de los otros en siglos y cuando nos vemos es como si el tiempo no hubiera pasado.
Bienvenidas las personas genuinas, las que se equivocan, las que a veces meten las patas como yo y son valientes, piden disculpas con el alma desnuda y luego se mueren de la risa.
Quédense cerquita los que no se avergüencen de mis carcajadas, porque cuando me río lo hago con muchas ganas, así esté donde esté. Quédense los que dicen lo que piensan así no estemos de acuerdo, los que piensan diferente a mí.
No se separen los que dicen “te quiero”, “te extraño”, “te amo” con motivo, sin motivo o porque se inventaron todos los motivos. Los que sienten intensamente y expresan poco o mucho o nada, pero se conmueven por la injusticia, la sonrisa de un niño, la caricia y las palabras de un anciano y la música de su niñez.
Abrácenme los que discuten ideas, exploran posibilidades, los que estudian o los que siempre buscan qué aprender. Los que se caen y se vuelven más grandes cuando se levantan y más fuertes de lo que ya son, cuando ayudan a alguien que se cayó más duro que ellos.Porque con ustedes, sí ustedes, es con quienes quiero estar.
“Alguna vez, alguna vez tal vez, me iré sin quedarme, me iré como quien se va".
Alejandra Pizarnik.