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Recuerdos en el postconflicto

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Por: Armando Orozco Tovar


Aunque no tenía mucho afán de tener un libro publicado, aquella vez arrebatado por el entusiasmo de Freddy Téllez, y José María Borrero Navia- Bornaví-, que también cursaba con nosotros bachillerato, quise participar con los dos en la edición de un impreso de poemas sin que ninguno de los tres tuviéramos un peso. Fue tanta la gurria por poseer una primera edición que sin pensarlo mucho, nos embarcamos en los mejores propósitos para conseguir el dinero, puesto que nos creíamos poetas mayores de la poesía colombiana de aquel tiempo de revolución. Género que pocos cultivaban, realizándola con alardes nerudianos los contados que la hacían. El libro anhelado se llamaría: “Tres poetas para Antonio Larrota.” Un revolucionario asesinado a machete, cuando quiso formar un grupo guerrillero con bandoleros liberales en las montañas del Cauca. Era el fundador del MOEC (Movimiento Estudiantil Campesino) que fuera el primer grupo que se solidarizó con la Revolución Cubana, con discursos y panfletos regados por las calles céntricas bogotanas. En los primeros de enero del 59 lo vi trepado con su cuello de toro en el parapeto utilizado por los agentes de tránsito hablando con su fuerte voz, diciendo: “Cero y van tres…” Se refería al tercer tirano derribado en Latinoamérica por unos jóvenes barbudos en la isla del Mambo y el Cha cha cha. Quedé impresionado por su oratoria, y como ya estaba enterado por las revistas cubanas que llegaban a mi casa de lo que sucedía tomé en ese momento un definitivo partido por la revolución. Luego vería un jepp incendiado cerca del Tiempo con policías y gentes corriendo para todos los lados como si apenas hubieran terminado de matar a Gaitán. Ahora sé por qué los tres jóvenes poetas le cantábamos al líder Larrota, que aún era un desconocido. Seguramente sería por la sorpresa de su muerte atroz en la mismo tiempo en que el ejército asesinó a Federico Arango, y a casi todos los de esa inicial organización guerrillera, como a Glaidis Pineda y su novio Leonel, a los cuales los sorprendieron sin avión fantasma a las cuatro de la tarde tomando chocolate en un improvisado campamento, mientras se preparaban para emprender sus acciones semejantes a las de la Sierra Maestra. Decidimos conseguir la plata a como diera lugar, porque el deseo de ver nuestros nombres en letra de imprenta era un pretensión superior. Fue cuando Freddy rifó entre los condiscípulos y otras personas, una de las primeras máquinas aparecidas eléctricas de afeitar, y también realizamos en la casa de convites de La Libre una gran fiesta reuniendo cuando finalizó la pachanga la inmensa suma de trescientos pesos, dinero requerido para la edición de los ejemplares. Ese día y bien amanecidos salimos por los lados del Parque Nacional, Freddy y Yo decidiendo que el indicado para guardar el dinero fuera Bornaví, hasta cuando fuéramos con él a la imprenta cercana de donde vivía. El día siguiente llegó por la ansiedad más pronto de lo esperado, yendo en busca de la habitación de José María Borrero Navia, ubicada en una casa de pensión donde residía con su esposa e hija, pero sin encontrarlo aquella, mañana. Tampoco nadie nos dio razón de su paradero. Muchos meses después Lucho Otero, llegó donde estábamos acostados sobre la yerba de la Nacho, frente a la Facultad de Sociología y la palomita de la paz de piedra blanca, con una revista cubana en la mano anunciando que le habían publicado el poema principal del libro frustrado a Bornaví. El cual aparecería con prólogo del escritor Manuel Zapata Olivella, solicitado día antes por nosotros en su propio consultorio médico. El texto tenía el título de “Grito hacia Roma”, “Manzanas levemente heridas por finos espadines de plata…” que era el mismo del poeta español Federico García Lorca, el cual hasta ese momento desconocíamos por nuestra ignorancia poética, comprendiendo al instante el por qué Bornaví se había marchado con la plata, porque seguro fuera de sus urgentes necesidades domesticas, también a la postre sería descubierto como plagiador cuando se publicara el poemario. Fue así como perdí por largos años el interés de ver mi nombre en letras de molde.

Alegría de Pío/19/9/2016.


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