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María Mercedes Carranza, razones del desencanto

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Por: Federico Díaz-Granados*


Desencanto, según el diccionario de la Real Academia Española y el de María Moliner, es como una desilusión, un desengaño, cierto escepticismo, y en Colombia su definición misma es el diario vivir. Es claro que para llegar al desencanto, necesariamente se tuvo que estar en algún momento «encantado», o por lo menos haber llegado a tener expectativas, proyectos, sueños.

Afirma Patricia Valenzuela Rueda en su exhaustivo ensayo sobre la poeta que cuando María Mercedes Carranza nace en Bogotá el 24 de mayo de 1945, poetas como Jorge Gaitán Durán y Álvaro Mutis estaban próximos a publicar sus primeros libros. Hija de un gran poeta del grupo de Piedra y Cielo, Eduardo Carranza, siempre estuvo contagiada por ese espíritu de la palabra y la literatura. Los constantes viajes de su padre la llevaron a vivir desde muy niña en diversos países, como España y Chile, donde conoció y tuvo la cercanía de destacados intelectuales y poetas. Esto marcó indiscutiblemente el rumbo de su vida y su literatura.

No fue la primera voz femenina en la poesía colombiana, pero sin duda sí la primera en mostar cierto desenfado, cierta ironía hacia los valores establecidos, el comportamiento de las gentes bogotanas y la doble moral de la sociedad, a través de una poética cercana a la conocida antipoesía, inaugurada en Colombia por Gotas amargas, del bogotano universal José Asunción Silva, y redefinida y promovida por el chileno Nicanor Parra. La única mujer que formaba parte de las llamadas Generación sin nombre y Generación desencantada era María Mercedes Carranza, una de las más originales voces de la reciente lírica colombiana, gestora y promotora de proyectos culturales desde la Casa de Poesía Silva y quien puso fin voluntariamente a su vida el 11 de julio de 2003. Su Poesía completa apareció publicada en un impecable volumen de la Editorial Alfaguara, y al cuidado de su única hija, Melibea Garavito Carranza.

Sin embargo, el desencanto adquiere desde sus primeros poemas un protagonismo especial: «Yo diría que en mi caso más que el desencanto mi tema es el deterioro. El deterior o de las esperanzas, el deterioro de las creencias, el deterioro del amor, el deterioro de sí mismo en todos los sentidos», afirmó la poeta en un magazín cultural hace algunos años.

Poesía completa y cinco poemas inéditos reúne sus libros (publicados en Bogotá, como los otros que se mencionarán, mientras no se indique lo contrario) Vainas y otros poemas (1972), Tengo miedo (1983), Hola, soledad (1987), que también están presentes (de modo total o parcial) las selecciones Antología poética. Poetas de España y de América (1990), Obra incompleta (1991), Maneras del desamor (revista Golpe de Dados, Nº. cxxiii, 1993), De amor y desamor y otros poemas (1985). En el volumen reseñado se incluye también su último libro, El canto de las moscas (Versión de los acontecimientos), aparecido en Golpe de Dados, No. cl, 1997, y reproducido al año siguiente por Arango Editores, y, en 2001, por la editorial barcelonesa Plaza y Janés en su colección Nuevas Ediciones de Bolsillo.

¿Qué nos muestra este recorrido por su poesía? Un ir y venir sobre los asuntos cotidianos, por la ciudad, por el país, por los escasos próceres en bronce, por sus fantasmas literarios, por sus pintores, a través de un lenguaje sencillo, de la vida diaria. Así la definió uno de sus más cercanos amigos, el poeta Mario Rivero: «Como poeta radicalmente libertaria, en comunión no intuida, sino vivida, desde el alma propia y desde su propia y visceral experiencia, escribió contra la guerra y el escándalo moral que significa la indiferencia ante ella. La guerra en general, que asesina inocentes, y las suyas exclusivas, internas, explícitas o implícitas en lo que dice, o en el hálito tenaz de lo que calla.»

El lenguaje que nos reveló María Mercedes en su poesía es a la vez el instrumento de expresión de una realidad degradada, destruida, el afán de desenmascarar los múltiples rostros ocultos de la palabra, como nos lo dejó en «Poema de amor»:


Afuera el viento, el olor metálico de la calle.

Ya dentro va dejando todo lo que lleva encima,

primero la cartera y la sonrisa;

se deshace de las caras que ese día ha visto,

los desencuentros, la paz fingida,

el sabor dulzarrón del deber cumplido.

Y se desviste como para poder tocar

toda la tristeza que está en su carne.

Cuando se encuentra desnuda

se busca, casi como un animal se olfatea,

se inclina sobre ella y se acecha;

inicia una larga confidencia tierna,

se pide respuestas, tal vez tiene la mirada turbia;

separa las rodillas y como una loba se devora.

Afuera el viento, el olor metálico de la calle.

María Mercedes no calculó el momento exacto de su muerte, pero al momento de hacerlo sería sin máscaras, ni escondites. Lo hizo como realizó los actos de su vida: de frente. Por eso el poeta José Emilio Pacheco nos invita en la nota introductoria de este libro a leer a María Mercedes Carranza como poeta y no como suicida, y Fernando Garavito (poeta, periodista exiliado y quien fuera esposo de María Mercedes en los años 70) en el estudio que sirve de introducción a esta Poesía completa nos recuerda un poco la lectura crítica que hizo María Mercedes de su tradición y del papel que desempeñó en ella.

El periodista Daniel Samper anunció públicamente en el diario El Tiempo el suicidio de María Mercedes. Lo hizo con la autoridad de haber sido amigo suyo de infancia, y con la que le conferían Melibea, la familia y los amigos íntimos de quien fuera la mayor de las poetas colombianas contemporáneas. Para no ocultar la libre decisión de una mujer que desde siempre tuvo un ademán de despedida y cuyo desencanto la llevó al mismo destino de su maestro José Asunción Silva, quien ciento siete años atrás alojó una bala de Smith & Wesson en su corazón en la habitación que hasta el 11 de julio de 2003 sirvió de despacho a la directora de la Casa Silva. “El jueves pasado, después de haber hablado con algunos de sus más cercanos amigos sin revelarles su decisión, María Mercedes Carranza terminó su jornada de trabajo en la Casa Silva, se marchó a su viejo apartamento en los cerros de Bogotá y se quitó la vida. [...] En la mesa de noche, donde reposaban los frascos vacíos de píldoras antidepresivas, su única hija, Melibea, encontró la carta de despedida. Le hablaba del amor y de la juventud. No lejos de allí, prologado por ella misma, estaba un libro de su padre, el poeta Eduardo Carranza, que una vez escribió: “Todo cae, se esfuma, se despide, y yo mismo me estoy diciendo adiós”

* Poeta, periodista, profesor de literatura y divulgador cultural.Artículo publicado originalmente en la edición Nº 68, abril de 2007 de la Revista Libros & Letras

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