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Problemas de la escritura de la novela Dominicana, 1940-1960

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Tomado de Mediaisla. El ciclo novelístico que va de 1940 a 1960 parece ser de menor calidad que el anterior. En él aparecen las obras de Rafael Damirón (Revolución, 1942; La cacica, 1944), un novelista que no acaba de convencer, porque su obra estuvo más centrada en la propaganda que realizó la dictadura. También debemos mencionar las obras de Marrero de Muné Caña dulce (1957) y Troeya (1949) de Ana Virginia Peña de Bordas, que no han concitado una atención definitiva de la crítica. Podríamos decir que es la mujer novelista de este período y muestra la decadencia de la participación de la mujer en la narrativa de largo aliento. Sobresale Sanz Lajara con una novela buena: Caonex, también de corte trujillista, y que muestra al mejor escritor del periodo. En segundo lugar hay que destacar la presencia de Lacay Polanco, autor único con La mujer de agua y En su niebla. Juan mientras la ciudad crecía (1960), de Carlos Federico Pérez; Trementina, clerén y bongó (1943), de Julio González Herrera, son obras de las cuales se ha escrito poco y han quedado fuera del canon. También en este interregno Moscoso Puello publica Navarijo (1956), una novela de cierto interés por el mundo que busca revivir: una familia bajo las dictaduras de Lilís y Trujillo. 

Entre Sanz Lajara y Lacay Polanco tenemos a dos escritores singulares. Ambos son dos estilistas; el manejo del lenguaje es extraordinario en sus novelas y cuentos. En Sanz Lajara esta posibilidad está fuertemente asociada a la creación de personajes, espacios virtuales…una narrativa de la negritud; es un escritor que va más allá de nuestras fronteras. En Lacay, La mujer de agua (1949), el lenguaje poético está siempre en movimiento y es él el autor que mejor capta la estética de la posguerra, la influencia de la literatura española del éxodo y el llanto, como la llamara León Felipe. La nota lamentable es que ninguno de estos escritores desarrolló toda su potencialidad en el arte de novelar. Si Sanz Lajara tuvo logros en Caonex (1949) y en sus cuentos (“El candado”, 1959), Lacay Polanco se queda en el lenguaje, en la experimentación de “enfant terrible”, de poeta maldito de En su niebla, (1950). Pero no hay un más allá. La dictadura y la ausencia de un mundo editorial importante yugularon esta narrativa. Se escribe para alguien y desde cierta libertad. Esta no existía y los lectores eran muy pocos. 

Debo decir que 1940-1960 es el periodo de mayor represión de la dictadura; de mayor expresión política. De grandes actividades guerrilleras. Muchos de los jóvenes se inmolaron en las montañas. Parecería que la política tuvo más que ver con la expresión que el arte literario. La posguerra, el reordenamiento de la economía, dieron a un Trujillo modernizante y empresario cañero; en el sátrapa la imagen del hacendado se convierte en la nación como hacienda de la familia Trujillo. La cartilla trujillista muestra el nivel de adoctrinamiento que tomó la educación. Se desmanteló la escuela hostosiana; propagandistas trujillistas como Balaguer y Ramón Emilio Jiménez tomaron el control de la Secretaría de Educación. No he encontrado más de una edición de las novelas fundamentales. Enriquillo, Over, La Mañosa, se quedaron con una sola edición. Para la educación se publicó una versión parcial de “Enriquillo”, no tengo noticias de otras publicaciones hasta que Julio Postigo comenzó su colección en 1949, pero las novelas fundamentales aparecieron en esa colección en este orden: publicación en el siguiente orden: número 10. La sangre (1955); 20. Baní… (1962); 21. Judas, El buen ladrón; 26. Over; 36. La Mañosa. La idea de que alguna literatura pudo servir significativamente al régimen, alguna obra de ficción, es para mí una falacia.

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