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11 de septiembre en el inodoro

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(Una novela y un golpe de estado con el que la “vía chilena al socialismo” se fue a pique)

Por: Reinaldo Spitaletta


A veces, todo se puede reducir, como suele pasar en América Latina, al imprescindible acto de defecar. Tal vez lo único seguro que tenemos. Y esto viene a colación porque he recordado, el pasado 11 de septiembre, un histórico día, por lo negro, por lo mortal, una novela que leí hace años: En este lugar sagrado, del escritor chileno Poli Délano (con acentuación esdrújula, para evitar confusiones o desviaciones).

El 11 de septiembre, martes, 1973, el experimento de la “vía chilena al socialismo” se volvía trizas, por culpa de los oficios negros y perturbadores de los Estados Unidos, con Henry Kissinger y Richard Nixon y la CIA y la ITT. La nacionalización del cobre y el carbón, el que hubiera tierras para los campesinos pobres, y leche y escuela para los niños, no gustó a la burguesía ni a los intermediarios chilenos del capital extranjero. Y menos a las transnacionales. Y ¡zas! Golpe de estado, evento que por años se repitió en las Américas con la anuencia e injerencia estadounidenses.

Bombardeo al Palacio de La Moneda, asesinato (dicen que suicidio) del presidente Salvador Allende, persecución a miles de adeptos de la Unidad Popular, muerte y represión. Sí, y todo sucedía un martes, 11 de septiembre, que es, cuando en la ficción, un hombre (Gabriel Canales) se queda encerrado en un cine céntrico, precisamente en un inodoro. Y en medio de una suerte de desesperanza, comienza a mirar los grafitis en las paredes del wáter closet, nada que ver con la política, sino con lo escatológico. Bueno, se preguntará alguien: ¿cuál es la diferencia?

El hombre comienza por expresar que más que un absurdo es una estupidez ir al cine “en los días inquietos que vivimos”. En efecto, se promovían sabotajes, apagones provocados por “sigilosas sombras traidoras”, se ponían bombas contra las casas de ciudadanos de las juntas de abastecimiento, balaceras por aquí y por allá. Y en esas ve un categórico escrito en la pared: “En este lugar sagrado / donde viene tanta gente/ hace fuerza el más cobarde / y se caga el más valiente”.

El 11 de septiembre de 1973, en Chile, un gobierno elegido popularmente es derrocado por una banda criminal orquestada por Washington. Ya Kissinger, el secretario de Estado de los Estados Unidos, había dicho: “no veo por qué deberíamos dejar que un país se vuelva comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo”. Y ahí fue Troya. Los norteamericanos iniciaron el cerco contra el gobierno de la Unidad Popular (aquí vuelven a la memoria las voces de Quilapayún y el Himno a la Unidad Popular: “Porque esta vez no se trata / de cambiar un presidente / será el pueblo que construya / un Chile bien diferente”).

El tipo encerrado en el inodoro de un cine, que en medio del inicial desespero y de los aceleres de una diarrea, no sabe que Chile está siendo arrasada por los intereses del mercado y de las transnacionales, ve, de pronto, un pene grueso con dos testículos que parecen melones: “Aquí me tiré a la S. Pinto”. Y luego, en letras rojas: “Caga tranquilo, caga sin pena, pero huevón de mierda, tira la cadena”.

La CIA, a instancias del gobierno de Nixon, organizó un golpe militar contra Allende. Antes del 11 de septiembre, preparó huelgas de transporte y paros comerciales, instigados y financiados por Estados Unidos, además de estimular grupos neofascistas que apelaron al terrorismo para ir minando la resistencia popular. La construcción de un “porvenir de justicia y libertad” augurado por Allende, se convirtió en cenizas ese día, el mismo día en que Gabriel Canales se quedó atrapado en un sanitario de un cine del centro de Santiago.

Y mientras lee grafitis, como uno dirigido a los que tienen mala puntería (“Se suplica por favor / y también por cortesía / no dejar la mercancía / encima del mostrador”), el hombre va recordando momentos clave de su vida y de su relación con la política de izquierda. “De los placeres sin pecar / el más sabroso es cagar”.

Ese día, en medio de los bombardeos y el incendio del palacio, Allende al dar vivas al pueblo y a los trabajadores, advirtió que no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. “La historia es nuestra y la hacen los trabajadores”, dijo. La Unidad Popular cayó. Y entonces se inició un régimen de represión, que dejó más de treinta mil muertos y desaparecidos. Y una vasta oleada de exiliados. Y la muerte de un cantor que decía: “Yo no canto por cantar ni por tener buena voz…canto porque la guitarra tiene sentido y razón”.

Casi treinta años después del golpe a Allende, otro martes, otro 11 de septiembre, las torres gemelas de Nueva York desaparecían de la faz del mundo. Tres mil muertos. Otro horror para recordar. Así vamos pasando, en medio de bombas atómicas, edificios caídos, palacios incendiados, presidentes asesinados y pueblos sometidos a la humillación. Así vamos pasando en medio de la destrucción y de la mierda. “Tapate la nariz / si asfixiarte no querís”, decía otro grafiti de inodoro, mientras un hombre encerrado por tres días en él va memorando su vida y la historia de un país al que un golpe militar hizo añicos.


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