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El difícil equilibrio

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Por: Violeta Serrano / Tomado de Radar Libros / Pagina12


Nadia Comaneci, la pequeña gran atleta que traspasó los límites físicos y las pantallas del mundo en los Juegos Olímpicos de 1976 en Montreal, protagoniza un libro en línea con lo que hizo Jean Echenoz con el atleta Zapotek en Correr. La pequeña comunista que nunca sonreía, de Lola Lafon, indaga en las relaciones Este-Oeste y en los sometimientos y usos del cuerpo de la mujer a partir de Comaneci y su rol como cara mundial del régimen de Ceaucescu.

En el dorsal blanquísimo de una niña leve como un suspiro atragantado, el número 73 empieza a cobrar sentido. Tanto que, años después, en el 2006, la NASA enviará al espacio imágenes de lo que allá va a suceder para que sirva como ejemplo de lo que somos capaces los seres humanos. El registro proviene de la televisación de los Juegos Olímpicos de Montreal en 1976. La chica corre y pone en marcha su maquinaria de acero camuflado de pluma. Una flexión apenas audible la impulsa hacia las barras de equilibrio. Se sube borrando el esfuerzo inhumano que requiere ese salto limpio. El público puede ahorrarse las huellas del calvario que Lola Lafon, la autora de La comunista que no sonreía nunca, no escatima en exponer en su libro: las noches sin dormir, el hambre constante, la cabeza baja en la ducha para no tragar más agua de los mililitros estipulados para mantener el peso justo. Pero en ese momento la pequeña gimnasta decide qué hacer, ella tiene el control sobre lo que quiere o no mostrar. Algo que nos indique que si llega a caer mal podría romperse el cuello. Pero no hay ni un mínimo gesto. La nena de apenas 15 años sólo se preocupa por hacer que su cuerpo se convierta en la perfecta definición de la belleza aérea. La perfección ya tiene nombre rumano: Nadia Comaneci. Y, ella, como si nada, se lanza al suelo de nuevo, y termina, con su peculiar firma de arco sin flecha, y saluda y mira el contador y no entiende qué puede haber hecho mal. Un 1,00 titila en una pantalla que actúa como una estúpida analfabeta frente a todo un estadio olímpico aplaudiendo de pie ante la evidencia. Entonces Comaneci se percata de que un juez ha comenzado a hacerle gestos con las dos manos abiertas y los ojos desorbitados. Un diez, querida, rompiste el tiempo. Y los de la marca Omega que no saben dónde meterse porque nunca pensaron que los cuatro dígitos pudiesen formar parte de una puntuación. Pero sí: el regímen del Conducator Ceaucescu mostraba así al mundo que todo se puede con dedicación y compromiso. Con la fuerza del trabajo. Obviamente, Occidente no lo iba a relatar de ese modo, más bien diría que la rubia era un caramelo, una Lolita peculiar, e hizo de ella una industria de deseo a través de un merchandising variado, como ocurrió con la preadolescente Jodie Foster de Taxi Driver. Lo bueno para Foster es que a ella la llegada de la menstruación no le impediría seguir su camino. A Comaneci sí. “La magia se ha esfumado”, sentenciaba un titular del diario Libération en 1980 cuando la gimnasta participó en sus segundas olimpiadas. Se había convertido en una mujer y el veredicto era claro: no servía más.



“Estoy sorprendida, me sorprende que mi vida pueda resultar interesante a una escritora como ella, no es nada del otro mundo, sólo hacía mi trabajo, todo el tiempo”, responde Nadia Comaneci a la periodista de la revista Elle que la entrevista en su actual casa de los Estados Unidos. De pequeña había decidido no ser como su madre, una costurera de la pequeña ciudad de Onesti, y se comprometió a esforzarse hasta tener éxito. De su cara angelical de entonces sólo conserva hoy los ojos azules. Luce el pelo teñido de un negro intenso y ha soportado rumores tan variados como que fue la amante del hijo de Ceaucescu hasta que abusaron de ella a cambio de mantener su estatus en la empobrecida Rumania de los 80.

Todo ese periplo lo relata también la escritora y cantante Lola Lafon, que fue criada entre Bucarest, Sofía y París y, por casualidad, residió en Rumanía en los años 70. Fue ella quien decidió unilateralmente escribir sobre la vida de la gimnasta rusa que rompió el marcador en las olimpiadas del 76. Pero no de toda. Eligió, con marcada voluntad, el fragmento que va desde el inicio de su entrenamiento profesional a cargo de Béla Karolyi en 1969 hasta poco después de la caída del muro de Berlín. “No intento retratar la realidad, sino interrogarla”, advierte. En su obra sigue una línea similar a lo que Jean Echenoz hizo con el atleta Zapotek en Correr. Pero acá las razones de Lafon pasan por unificar temas que han captado su interés intelectual desde siempre: el diálogo Este-Oeste y, sobre todo, cómo el cuerpo de la mujer, en ambos regímenes, el capitalista y el comunista, no escapa de su condición de objeto juzgable y desechable cuando ya no es funcional a los estándares por los cuales un día fue admirado en uno u otro sistema.

“Claro que el Comunismo utilizaba a sus atletas para hacer propaganda. La única diferencia con los atletas actuales de países capitalistas es que estos ondean la bandera de Nike además de la de su país”, aseguró Lafon en la presentación del libro en Barcelona, a comienzos de año. Esa voz que se preocupa constantemente por no caer en el cliché de mostrar personajes grises, putas y pobres, mientras describe el escenario del régimen de Ceaucescu, suena exactamente igual que la que la autora decidió colocar en los labios del personaje de la gimnasta rusa de su libro. Lo que esta obra consigue es convertir a una persona real, Nadia Comaneci, en un personaje inventado. El aviso está claro al inicio de la obra. Importantísimo no pasarlo por alto para no sentirse defraudado: Lola Lafon y Nadia Comaneci no se conocen, no han trabajado juntas porque esto no es una biografía. Sin embargo, al relato documentado de la vida de la gimnasta rumana, la autora añade constantes diálogos entre ambas, ficticios, claro, según el prefacio. La polémica elección de incluirlos permite que el libro trascienda su condición previsible y pase a ser una reflexión sobre el género mismo de la biografía y los desafíos del escritor que se enfrenta a ella. Como sea, el juego funciona para su objetivo primordial: el cuestionamiento de la condición femenina tanto bajo el régímen capitalista como el comunista. Lola Lafon es eficaz. Y devastadora. Como el primer diez de Nadia Comaneci.


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