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Relato: Sordo

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Por: Felipe Lozano* / Bogotá.


Ella iba con su espalda apoyada en las puertas del autobús. Él, con el rostro hacia ella y ubicado a su lado izquierdo, estaba sostenido de la parte superior de las puertas con las puntas de los dedos de su mano derecha. Les era imposible siquiera abrirse campo para evitar semejante contacto. La absurda cantidad de pasajeros no se los permitía, los tenía apretujados, tan cerca uno del otro que les resultaba incómodo, o eso parecían reflejar sus rostros.

Él intentaba fijar su mirada al fondo del autobús. Ella procuraba mirar al suelo. De vez en cuando sus ojos se encontraban y rápidamente cambiaban su dirección. El autobús se mecía en la mañana camino al sur y muchos daban señales de languidecer. El ruido continuo del motor parecía arrullar a algunos pasajeros, como a él y ella.

Ella, que le llegaba justo a la altura de la boca a él, comenzaba a parpadear despacio, a blanquear los ojos, a sucumbir al sueño. Su cabeza tambaleaba, luchaba por mantenerla estable, por no perder el control. Ella se inclinaba lentamente hacia el pecho de él, quien también pestañeaba despacio y trataba de mantener su mirada al fondo del autobús. Iba sucumbiendo poco a poco también.

Ella no aguantó más y echó su cabeza hacia atrás para apoyarla en las puertas. Él ya se había dado por vencido y se mantenía erguido con los ojos cerrados y con los dedos aún sujetándolo para no caer. Al cabo de unos semáforos en rojo, luego en amarillo y después en verde, la cabeza de ella comenzó a deslizarse por la puerta en dirección a él. Él, desprovisto de voluntad, comenzó a dejar caer su cabeza lentamente hacia adelante, hacia ella. Parecían magnetizados, como si ella fuera un polo y él, el opuesto.



Se dejaban ir, perdían el control de sus cuerpos progresivamente, se entregaban sin reparos al arrullo, iban acercándose más y más el uno al otro con los ojos cerrados y las bocas entreabiertas. Parecían perder por un instante la consciencia, hasta que sus labios inevitablemente se encontraron, se unieron y se hundieron por un breve momento. Ella, la primera que reaccionó, despertó de inmediato y se apartó enseguida. Él, después de abrir bruscamente los ojos, lo hizo después. Ambos se veían sobresaltados. Se miraron fijamente por un instante que pareció suspenderse en el silencio y luego ella, con la sorpresa y el rubor en su rostro, le dijo algo. Él, también ruborizado, no dijo nada. Algunos pasajeros, sacados de su propio trance y adormecimiento, se voltearon abruptamente a mirarlos.

El autobús se detuvo y las puertas se abrieron. Ella salió despedida a la estación por la presión de la gente que bajó apurada hacia cualquier parte. Él, aún dentro del vehículo, la buscó en medio de la multitud. No podía verla. Cuando todos se disiparon, ella encontró sus ojos. Estaba inmóvil, mirándolo fijamente y sin obstáculos. Ella movió sus labios, esos mismos que se encontraron con los de él para decirle algo, nuevamente. Sin quitarle la mirada, él llevó el dedo índice de su mano derecha a la oreja del mismo lado y luego lo condujo a una de las comisuras de su boca. Después llevó su puño al corazón y dibujó dos círculos en él, mientras hacía un gesto de perdón con su rostro. Las puertas del autobús y de la estación se cerraron. El vehículo se ponía nuevamente en marcha. Ella, extrañada, lo seguía con su mirada. Él hacía mismo por entre los cristales de las puertas del autobús. No la perdió de vista hasta que la distancia se hizo demasiado larga para ambos. Solo se veía cómo la estación se hacía más pequeña hasta perderse en el horizonte. Él, aunque ya podía moverse con plena libertad y ubicarse en otra parte, se quedó prendido de las puertas, mirando a lo lejos, en dirección a ella. El autobús volvió a detenerse. Al bajarme, pasé frente a él y cruzamos unas miradas amables. Cuando me hallé en la estación, me volví hacia él y nos miramos de nuevo. Toqué mi barbilla con las yemas de los dedos de mi mano derecha y luego la bajé para que el dorso descansara en la palma de la mano izquierda. Él rió y negó con la cabeza. Las puertas del autobús se cerraron y se puso en marcha. Antes de que se perdiera en dirección al sur, pude verlo con una enorme sonrisa en su rostro y su mirada al suelo.

*Escritor y director del portal web Tejiendo Versos.


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